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Conocé la historia del algoritmo “artista” que vendió su primer cuadro en más de 400 mil dólares

Hace un par de semanas se subastó en la prestigiosa casa de ventas Christie’s en Nueva York el primer retrato completamente generado por Inteligencia Artificial (IA) al exorbitante precio de $432.500 dólares, casi 40 veces más del precio inicial de la puja. El retrato llamado Edmond de Belamy es parte de una serie de once, generados por la misma tecnología, que retrata a todos los miembros de la ficticia familia Belamy y está firmada por la fórmula matemática que describe el algoritmo que fue usado para generarla.

Pero por más que la firma le pertenece a un algoritmo, la obra es el producto de meses de trabajo por parte del colectivo artístico francés Obvious, un grupo de tres amigos que conviven en un piso en París, entre los que se encuentra un especialista en machine-learning y redes neuronales. La tecnología principal detrás de la obra se trata de una Red Generativa Antagónica (GANs en su sigla en inglés) que consiste, a grandes rasgos, en una clase de algoritmos de inteligencia artificial en el que dos redes neuronales compiten y se evalúan entre sí.

El objetivo de la red generadora es, justamente, generar candidatos artificiales a partir de datos reales y engañar a la otra, la red discriminadora, haciéndole creer que los elementos sintéticos son originales. Luego, la retropropagación permite al generador producir imágenes progresivamente mejores a la par de que el discriminador se refina cada vez más para distinguir los productos sintéticos.

Este proceso, aplicado al Edmond de Belamy le permitió al grupo Obvius generar o producir (uno de los ejes del debate) una cantidad innumerable de versiones del cuadro hasta encontrar una que pueda engañar al ojo humano y, así, volverse merecedora de compartir espacio en la galería junto a originales de Koons o Warhol y ser introducida al mercado del arte y, cómo no, volver ricos a los tres amigos franceses.

 

Andy Warhol no la vio venir

La obra ha generado (otra vez) un intenso debate en el mundo del arte y, también, entre los expertos en inteligencia artificial. Los ejes, claro, giran en cuestiones comunes y ya transitadas por cualquiera que haya cursado el CBC de cualquier carrera de humanísticas o que, más o menos, preste atención a cualquier manifestación artística desde Duchamp hasta nuestros días. Es decir sobre, otra vez, sí, la noción del autor.

¿Es el algoritmo el verdadero autor de la obra? ¿Tuvo la red neuronal el libre albedrío para crear de verdad, en un acto romántico de inspiración, o simplemente fue una herramienta un poco más sofisticada que un pincel para que Obvious pinte su cuadro? La respuesta, a nadie debería sorprender, puede rastrearse en el hecho de que tanto los críticos de arte, tan consternados por el futuro, como los técnicos en IA, tan enfocados en el futuro, saben muy poco sobre las reglas del otro.

Hugo Caselles-Dupré, el experto en machine-learning del grupo Obvious, declaró para Motherboard que la idea de que la firma sea el algoritmo venía empujada, precisamente, por la intención de mostrar los límites de la IA y que los algoritmos son herramientas, no seres creativos por sí mismos. Su preocupación -dice- no es que la IA y sus algoritmos reemplacen a los humanos (al menos no por ahora) sino lo que nosotros hacemos con ellos.

De hecho, es fácil rastrear el criterio y el esfuerzo creativo del grupo Obvious en los miles de inputs y parámetros que establecieron para que la red generadora produjera el cuadro. Por eso mismo basta con leer (sí, es difícil para algunos críticos hacerlo) las palabras de Caselles-Dupré sobre cómo produjeron su obra para entender por qué el debate está desorientado.

Tal vez única pregunta novedosa que debería formularse es ¿cuál es el mérito estético de una obra cuya criterio de validación es que parezca que fue pintado por un humano? ¿No es, en el fondo, más enriquecedor ir a cualquier museo a ver verdaderos retratos del siglo XVIII antes que un generador para engañarnos, sobre todo si consideramos que lo único que cambió es la herramienta para producirlo? Lo que deberíamos estar buscando, en cambio, es las realizaciones concretas y reales, pero sobre todo originales, que producen las máquinas.

 

El juego de la Biblia

Divine or Benign propone un juego simple pero novedoso, diferenciar entre un texto verdadero (Divine) de la Biblia o entre uno apócrifo (Benign) producido por una red neuronal entrenado con cientos de pasajes de la Biblia. Es decir, nos propone algo parecido a lo que hacen las redes GANs pero con nosotros en el lugar de la red discriminadora.

El juego, aunque esté en inglés, no es particularmente difícil, ya que luego de varios intentos uno comienza a encontrar los errores de la red y puede reconocer los textos apócrifos. Como sucedió hace un par de meses con la red neuronal detrás del traductor de Google, que comenzó a producir extrañas traducciones apocalípticas, lo más original, tal vez lo único original y creativo de estas tecnologías, se encuentra en sus desviaciones, en sus errores cuando fallan en el intento de imitarnos.

Tal vez sea muy prematuro para hablar de esas demostraciones oblicuas como el verdadero arte de las máquinas, pero si algo esperamos del arte como gesto de libertad, incluso revolucionario, solo podremos encontrarlo en aquellas manifestaciones que escapen a lo que esperamos de ellas. Tal vez cuando una de esas manifestaciones de la inteligencia artificial sea colgada junto a un cuadro Warhol valga realmente la pena la pena levantar la mano y ofertar.

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