Vivimos en un momento único de la historia. Y no solo por el virus. El corona profundizó ciertas normas que ya antes empezaban a copar nuestras vidas: las compras del supermercado llegan a casa, las consultas médicas son por videollamada y el sexo es virtual. Relacionarse presencialmente pasó a ser una especie de situación oculta durante un año y medio aproximadamente. Casi no salíamos de casa, pero las necesidades y deseos no se apagaban con la lluvia de malas noticias, aunque no vamos a negar que disminuían.
La pandemia vino a reforzar, entre otras cosas, los mecanismos que una generación ya había empezado a absorber: instalamos aplicaciones en el celular para conocer gente, divertirnos, coger o enamorarnos. Les siempre melancólicos ya hacía uno o dos años que andábamos diciendo que extrañábamos el chamuyo cara a cara. Pero poco a poco fuimos viendo en la práctica que relacionarse a través de plataformas no distaba tanto de la “realidad” como creíamos cuando criticábamos ese mercado de la carne.
Yo, por ejemplo, dejé de ubicar a las aplicaciones en la trinchera enemiga cuando viajé a Australia por un año. Tenía 26 años y me propuse tener 26 encuentros, narrarlos y analizar sus características. Me había ido en el 2018, cuando el progresismo cool en Argentina todavía no había aceptado socialmente el uso de apps y redes para conectar. De ser parte de esos grupos intelectuales tan liberales pero tan retrógrados a la vez pasé a conectar con hombres y mujeres de muy distintos países, conociendo culturas e idiosincrasias distintas a la mía.
Tres años después la pandemia terminó de convencer a quienes aún renegaban para aceptar que tal vez, solo tal vez, las aplicaciones son la salida. ¿La salida a qué? Somos la generación que quiere cambiarlo todo y de a poco nos vamos sacando de la cabeza (¡y del cuerpo!) la idea de que queremos relaciones como las de mamá y papá, incondicionales y eternas pese al desencanto. Para cambiar eso, se buscan diferentes caminos hacia la construcción de nuevas formas de vincularse, o al menos hacia la destrucción de todas las anteriores. Y para definir qué tipo de relaciones queremos construir desde los escombros, propongo la siguiente pregunta: ¿La careteada, la superficialidad, el consumismo del otro, el egoísmo y la falta de cuidado son solo problemas de las relaciones que surgen de manera virtual?
Zygmunt Bauman, creador de los términos referentes a la liquidez en la modernidad, dijo: “En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad. Una relación “indeseable pero indisoluble” es precisamente lo que hace que una “relación” sea tan riesgosa como parece. Sin embargo, una “conexión indeseable” es un oxímoron: las conexiones pueden ser y son disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables.
Las conexiones son “relaciones virtuales”. A diferencia de las relaciones a la antigua (por no hablar de las relaciones “comprometidas”, y menos aún de los compromisos a largo plazo), parecen estar hechas a la medida del entorno de la moderna vida líquida, en la que se supone y espera que las “posibilidades románticas” (y no sólo las “románticas”) fluctúen cada vez con mayor velocidad entre multitudes que no decrecen, desalojándose entre sí con la promesa “de ser más gratificante y satisfactoria” que las anteriores”.
Somos la generación que quiere cambiarlo todo y de a poco nos vamos sacando de la cabeza (¡y del cuerpo!) la idea de que queremos relaciones como las de mamá y papá, incondicionales y eternas pese al desencanto
Ojo, Bauman no habla de las relaciones surgidas de aplicaciones (el bueno de Zyggy murió en 2017 y no llegó a ver el boom de Tinder y sus sinónimos). Él llama redes a estos vínculos que creamos los seres (post)modernos. Vínculos descomprometidos, sin durabilidad en el tiempo, oportunistas. Los llama “redes” porque son fáciles de armar y desarmar y responden a un deseo o necesidad puntual, sin requerir responsabilidades ni promesas a futuro.
Y si la manera de vincularnos que gana el terreno moderno es la del individualismo neoliberal, como expresa Zygmunt, ¿Por qué ubicamos el problema en las plataformas? Muchísimas parejas que no nacieron en una app se basan en la falacia machirula de un hombre pirata pero proveedor y una mujer frágil y emocional que realiza las tareas domésticas, falsamente asignadas por el amor y la biología. Ay, y casi me olvido la primera falacia: la heteronorma monogámica jamás puesta en duda.
Tenemos que recordar que Tinder, Grindr, Instagram y Badoo no son piedras que encontramos en el camino y empezamos a frotar para conseguir fuego. Nuestra especie las diseñó en un intento más por dominar lo indomable: la búsqueda humana de cariño y/o reconocimiento por parte de un otre. Sufrimos sus consecuencias y creamos los mecanismos necesarios para que jueguen en los laberintos de nuestros deseos. Algunas veces lo hacen a favor y otras en contra.
¿Quién sos y qué querés?
El primer problema que se presenta cuando une se instala una App de estas características es la creación del perfil. Para crear un usuario cualquier aplicación del estilo te pregunta qué buscas. Tenés que tener claro qué querés: ¿sexo, conocer gente, novie, hijes? ¿Todo eso junto? Todo vale, pareciera, pero decidilo rápido: “Hablar de gatites y viajes”/ “Si buscás alguien para una noche, seguí de largo” / “Veamos qué pasa mientras nos conocemos” / “Pobres sin auto no me hablen, para eso estoy yo”. / “Normies abstenerse” / “Cuerpo no hegemónico”
¿Realmente todo vale como pareciera? Hay ciertos mecanismos que aún persisten: muchos hombres siguen comiéndose el cuento de que las minas buscamos un noviazgo, y muchas siguen esperando pijas paradas y tipos que entiendan las indirectas. Y mucha gente habla de relaciones reales para separarlas de las virtuales. ¿Por qué? ¿Hay forma de definir las relaciones reales? ¿Por qué el novio que tuviste durante cinco años es real y el chongo que chateaste una tarde y viste una noche no lo es? Esta sociedad, aunque ya use el trendy #orgullo y los arcoiris por todos lados, sigue legitimando algunos aspectos de las relaciones y deslegitimando otros. Deberíamos cambiar el concepto de “real”, pues excluye a lo virtual y lo virtual, lamentablemente (o no), nos constituye.
Cuando pienso en las plataformas para vincularse, me surge relacionarlas con los nuevos bancos digitales. Con Brubank en tu celu, no tenés que ir a ninguna sucursal y podés hacer “lo que quieras”, pero seguramente no te genere tanta confianza porque no hay una estructura bancaria detrás de la app. Mi razonamiento es: ¿Alguna vez los bancos tradicionales me generaron una confianza infranqueable? No, no hay chance, si como dijo Bertrold Brecht “Es más ladrón el que funda un banco que el que va a robarlo”. Por eso creo que el medidor tiene que ser el deseo y el afecto (los distintos afectos) y nuestra confianza tiene que ir depositada ahí.
Cuánto apostemos o nos guardemos en cada relación va en cada une. Cuán rápido y frecuente armemos y desarmemos esas redes también. No importa si te cabe sacar a bailar un temardo de Daniel Agostini en la bailanta, seguir intentando con tu novio del secundario o si te gusta el anal con un desconocido de OkCupid. Pero si cuidás y te cuidás, en todo aspecto, entendiendo los límites de responsabilidades y de placer, el match va a estar. Y lo que nos demos y recibamos tal vez algún día sea un poco más feliz, o al menos un poco más auténtico. El estar disponible con el propio deseo para seguir las búsquedas que soñemos con el otre y con une mismo, sin negar lo mucho que nos hace falta ese otro. Ya lo dice la canción: Si estás me conecto, si no estás me desconecto.