A la crisis económica, la inflación combinada con recesión y los inicios de un panorama que varios especialistas consideran represivo en la Argentina de 2018 se suma un drama silencioso que recorre las últimas décadas y parece estar a punto de volver a dar un salto: el problema del desempleo entre los jóvenes.
Según estudios de la consultora Adecco fechados a fines del año pasado, el nivel de desempleo de menores de 25 años en la argentina trepa a un 24%, una cifra que es mayor al promedio en América Latina, que se ubicaría en alrededor de un 16%. Las cifras, que son preocupantes de por sí, se vuelven aterradoras si los números de la encuesta de Adecco -que miden el desempleo de una forma diferente a la empleada por la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC- se enfocan en las mujeres: entre ellas, el desempleo en la franja de 18 a 24 años treparía a más del 30%.
El mismo estudio señala que, dentro de esta misma franja etárea, el 38% declara preferir trabajar de lo que le gusta antes que someter su formación profesional a las demandas del mercado laboral. Sin embargo, esta prevalencia de la vocación pierde terreno frente al aumento del porcentaje de jóvenes que declara proponerse privilegiar las posibilidades de conseguir trabajo antes que el deseo de realización personal: el número trepa ya a un 36 % y aparece como un claro indicador de la necesidad de los jóvenes.
Mientras que en el mundo se habla de la generación X, los Millennials, sus sucesores la generación Z y el aumento del nomadismo y del hedonismo, la cruda realidad social de la Argentina nos pide que ante los excesos de entusiasmo acerca de las posibilidades del mercado de solucionar los problemas de las juventudes, ponele, nos tomemos unos minutos para pensar.