Daniel Gilman Calderón es porteño, investigador y productor audiovisual, y desde agosto de 2019 vive en Los Ángeles junto con su pareja estadounidense. Trabaja en un centro de proyectos de arte y tecnología dependiente de la UCLA (Universidad de California) y en este momento colabora en la dramaturgia de una obra de teatro con realidad aumentada basada en la novela y la serie The man in the high castle (El hombre en el castillo).
“Es interesante porque está ambientada en Chicago en 1963, en el contexto de las protestas escolares contra la segregación, así que estuve investigando bastante sobre el tema”, explica. Además, el 1 de septiembre se estrenará en Cine.ar el documental que produjo, Una historia de la prohibición.
Con él damos inicio a una serie de charlas con argentinxs repartidxs por el mundo.
¿Cómo es la situación en Los Ángeles con respecto al Covid y las protestas?
Acá la cuarentena venía siendo flexible, favorecida por las características propias de la ciudad, que tiene una gran distancia social. El “Stay Home” era una especie de sugerencia, sumado a que estaban cerrados los parques, las playas y los espacios públicos, todo menos los comercios esenciales. Entonces eso ya alentaba a no salir mucho. Yo sacaba una hora por día a mi perro, por ejemplo. Y justo cuando estaban empezando a abrir algunos espacios llegó la escalada de las protestas y la reacción de declarar el curfew (o estado de emergencia), con lo cual esto de no salir se volvió más rígido, y se aplica desde las cinco de la tarde hasta la mañana siguiente. Es una medida muy fuerte. La última vez que pasó en Los Ángeles fue en el ’92, cuando unos policías golpearon a Rodney King.
Las protestas en general son de día pero se suelen extender y después de las seis se pone un poco más complicado porque te pueden levantar por estar en la calle, lo que favorece la criminalización.
Siento que gran parte de la sociedad apoya las protestas, y si sos blanco y vas a las marchas te piden que acompañes pero que cedas el protagonismo a las voces negras.
Ya de por sí esta es una ciudad muy internacional, con mucha presencia latina y asiática, y las comunidades se están acoplando a las marchas. Acá hay un racismo velado en el día a día, aunque se puede advertir en distintas profesiones y en cuestiones económicas, porque está muy arraigado en lo estructural del sistema.
¿Se venía notando que podía estallar en algún momento o tomó a todos por sorpresa?
Los datos del Covid ya venían siendo muy evidentes en cuanto a la desigualdad social y a quiénes afecta principalmente, pero la verdad es que me sorprendió cómo escalaron las protestas a partir de lo de George Floyd y de otros casos. Me sorprende también cómo trasciende a las generaciones, y tengo esta sensación de que pareciera que las protestas no emergen sino que reemergen. Es algo que está latente, acumulado, y muestra también que están muy organizados, porque es algo que cruza todo el país, llega a los 50 estados. Y en Los Ángeles, por lo menos, y creo que también a nivel nacional, hay una percepción y una comprensión social de que es una protesta legítima.
¿Qué cambios notaste en el último tiempo con el gobierno de Trump?
No estoy hace mucho acá, pero noté que en este año electoral hubo un aceleramiento. Ya en febrero endurecieron algunas leyes de inmigración y fue una señal. Ayer escuchaba una entrevista a un sociólogo argentino que trabaja en Texas y decía que muchas medidas que anuncia Trump son una especie de puesta en escena, que después no se terminan de cumplir. Ya había pasado con la suspensión de las Green Cards (permiso para trabajar y residir en el país) y ahora con el anuncio de uso militar en contra de las protestas, que desmintió después el Jefe del Pentágono. De todas maneras, aunque no se terminen de cumplir, estos anuncios extremos tienen un logro retórico muy fuerte.
¿Qué es lo que más extrañás de Argentina?
Es cliché, pero extraño la juntada con amigues. Hay algo espontáneo que tenemos, esto de ‘hacemos alguna’, el mensaje que te puede llegar a cualquier hora, que acá no pasa. Para agendar una reunión necesitás tres semanas de anticipación. A nivel colectivo extraño el ámbito universitario. Después de estudiar mi carrera y la maestría di clases en la UBA y la UNSAM y realmente son espacios de mucho intercambio y pertenencia. Son lugares que hay que cuidar y apropiárselos, y de los que estar orgullosos.

¿Cómo ves el tratamiento de los medios estadounidenses en este contexto? ¿Y el uso de las redes sociales?
Bueno, es un monstruo de muchas cabezas. Es interesante que, salvo algunas líneas editoriales muy marcadas de derecha, en general no son tanto de encubrir sino más bien de mostrar mucho. Obviamente hay matices, pero esto de la mostración es literal: el otro día seguía por el canal NBC una protesta acá en Los Ángeles, y es impresionante cómo mostraban todo con mucho nivel de detalle. Y por un lado asusta la capacidad de vigilancia, pero por el otro se vuelve una especie de escudo visual porque iban mostrando todo lo que pasaba. En este caso era una protesta pacífica, y se logró una comunicación entre la policía y los referentes de la comunidad afroamericana, que están muy curtidos.
A su vez todo esto se da en el contexto de la lucha por el streaming, y podés encontrar programas bastante críticos como el del periodista John Oliver en HBO, que semanalmente va eligiendo tópicos bastante interesantes, o podés encontrar en Netflix el documental Enmienda XIII, que es muy descriptivo con la lógica de brutalidad policial y judicial en función del sistema carcelario. Entonces obviamente hay ciertas hegemonías pero la verdad es que muestran bastante los conflictos, no los ocultan. Después hay otros medios que están creciendo muy rápido, de la mano de los podcasts. Está Crooked Media , que es como una estrellita acá en Los Ángeles. Yo no escucho muchos podcasts pero sé que están al palo. Y escucho a veces NPR (la radio pública), que está buena, es interesante.
Y en las redes sociales creo que se juega gran parte de esta disputa narrativa sobre “las protestas pacíficas” vs. “la violencia”. Veo que hay un uso bastante útil de las nuevas generaciones, y no cabe tanto la crítica de “la web no es militar”. Hay un uso productivo para compartir recursos, formas de apoyar y visibilizar. Pero por otro lado también es un lugar de mucha microangustia, en donde a veces se pierde el foco. Son una herramienta pero a veces quedás atrapado en el dispositivo , en la miniatura del conflicto, aunque en su conjunto aporten a lo colectivo.