“Qué momento… Qué momento… A pesar de todo, les hicimos el encuentro ¡qué momento!”
Los Encuentros Nacionales de Mujeres se vienen dando en el país hace ya 33 años, escriben historia hace más de 3 décadas, y esta vez tocó en la zona árida y ventosa de la Patagonia: nos movilizamos a Trelew, Chubut, territorio ancestral testigo de la lucha y de la resistencia que vienen llevando a cabo mujeres originarias desde hace más de 500 años.
No fue casualidad que Trelew fuera elegida como sede, ya que los locales de esta tierra histórica reclaman hace muchos años justicia ante las numerosas desapariciones de peones rurales, contra la extranjerización de las tierras, contra la megaminería contaminante y saqueadora y por la erradicación de las redes de trata y explotación sexual. También luchan por la recuperación de territorios ancestrales para las comunidades mapuche-tehuelche, y contra la persecución a mujeres originarias y luchadoras sociales, por lo que se habló de un Encuentro Plurinacional, incluyendo así a las mujeres de las comunidades originarias. No nos olvidamos de la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado y el homicidio de Rafael Nahuel, por lo que el sur del país era un punto que estaba caliente y había que terminar de encender la llama de lucha social.
Llegar a Trelew
Desde el lunes que no pensaba en otra cosa que el viaje: la bolsa de dormir, aislante, toallitas húmedas, tampones, platos y cubiertos, papel higiénico, mantas y abrigo. Obvio que terminé haciendo el bolso la noche anterior. Si yo estaba nerviosa y con miedo de olvidarme algo, imagínate cómo estaban las chicas de la CEB (Coordinadora de Estudiantes de Base) que venían planificando el viaje hace meses y tenían que trasladar más de 100 adolescentes desde CABA hasta Trelew, con los cuarenta papeles de autorización de menores y las fichas médicas, contando la plata, con algunas que se bajaban días antes dejando los lugares vacíos y otras -como yo, perdón- que pagaban 72 horas antes de irnos… Un aplauso para las pibas que se pusieron al hombro el viaje, por favor.
Arrancamos por la ruta, entonces. Desde CABA a Trelew hay aproximadamente 20 horas en micro, por lo que había que ir cargadas con comida, cartas, auriculares y Dramamine para evitar las náuseas. Menos mal que había madres acompañantes que tenían todo lo necesario y más, como Daniela, mamá de una alumna del Pellegrini que llevó 30 huevos duros para el viaje de ida. Hambre en ese tramo les aseguro que no hubo.
Nos alojamos en un colegio a las afueras de Trelew, donde nos recibieron carteles de todos los colores y tamaños que nos daban la bienvenida. les niñes del (…) habían tenido talleres de ESI, violencia económica, social y de género. “Todxs somos iguales, no importa el género, apariencia, religión o diversidad sexual” decía uno, escrito con los colores del arcoiris. Nos morimos de amor, esos chiques demuestran que una educación pública, laica y con perspectiva de género enseña tolerancia y que la violencia no es aceptable.
El cronograma del Encuentro era extenso, con más de 70 talleres, actividades artísticas y culturales, ferias y dos marchas, por lo que se venían dos días cargados de feminismo.
Cultura de la violación
Había que inscribirse a 2 talleres, y con mi mejor amiga elegimos “Cultura de la violación” y “Feminización de la pobreza” uno nos atravesaba de forma directa, y del otro queríamos aprender. Luego íbamos a enterarnos que lo ideal es ir a un sólo taller en todo el Encuentro, para estar en las tres partes, que serían inicio, desarrollo y conclusiones, pero bueno, quedará hacerlo así la próxima.
Para llegar al primer taller, cultura de la violación, teníamos que caminar varias cuadras ya que la escuela donde se hacía estaba en una esquina alejada del centro de la ciudad. Cuando llegamos al aula, entró una mujer a comentarnos que se habían abierto 5 talleres de esa temática, y que el nuestro iba a ser autogestionado. Nos contó cómo se suelen llevar a cabo los talleres, que son democráticos, pluralistas y horizontales: hay una coordinadora o moderadora que se encarga de ordenar el debate y de que se escuchen la mayor cantidad de voces posibles, y se eligen dos secretarias que toman nota de lo que se discute en el taller para después armar las conclusiones. Se designaron compañeras para los puestos, y luego de que cada una diera una breve introducción, empezó. El taller no siguió una línea determinada, fue bastante desorganizado y se vivió principalmente como un espacio de catarsis. A pesar de que un poco de estructura no hubiera estado mal, fue un ambiente cargado de energía positiva, sororidad y acompañamiento. Estábamos rodeadas de hermanas que nos entendían y alentaban a mirar hacia adentro, a replantearte si ese recuerdo que nunca te cerró del todo, que quisiste olvidar y seguro te generó algún tipo de culpa, fue un abuso. Lágrimas hubo de sobra, porque la angustia estaba ahí, presente, haciéndonos entender que la cultura machista que nos atraviesa nos viola sistemáticamente, y que ni la más “suertuda” se salva. Sin embargo, a pesar del dolor, hablando nos ayudamos a nosotras mismas y a otras a reconocer abusos y a poder lidiar con ellos. Me quedó grabado algo que dijo una compañera, que venía a su séptimo Encuentro, y siempre salió renovada, distinta, empoderada. Los describió como un antes y un después. Contó su historia, y con lágrimas en los ojos nos confesó que el año pasado volvió a su casa de Salta -el ENM anterior- decidida a terminar la relación abusiva que tenía hace ya 7 años con un hombre 9 años mayor que ella. La aplaudimos, la felicitamos, y hablamos sobre la naturalización de las violaciones en pareja. ¿La cultura de la violación se repite a través de los años? No tardamos en concluir que sí, y que ese “instinto animal” del hombre se utiliza desde que existe la historia misma para justificar que tengamos que priorizar el deseo del otro por el no deseo propio.
Cerramos el taller hablando de la culpa, de cómo nos programaron para sentirnos culpables. ¡Hasta la sentimos luego de un abuso! Por eso concluimos en que hay que deshacernos de esta culpa que nos echamos constantemente: no somos culpables, somos víctimas. Y antes de finalizar, alguien planteó la siguiente pregunta: ¿por qué nos cargamos la conciencia social de enseñarle al hombre? ¿No tenemos suficiente trabajo encima, como víctimas, para tener que estar detrás del victimario viendo si intenta hacer las cosas bien?
Feminización de la pobreza
En el sistema capitalista y patriarcal, las mujeres salimos perdiendo por goleada. Ahora, las mujeres pobres prácticamente juegan sin arquera. Y el sentido figurado de fútbol es muy literal: no hay un Estado presente que las ampare, o mejor dicho, hay un Estado presente que cada acción que toma las hunde un poco más bajo la línea de nivel de pobreza, o indigencia. La precarización de los empleos lleva a la feminización de la pobreza. La globalización, en esta versión neoliberal, es un proceso que está profundizando la brecha entre los pobres y los ricos. Aun así, no se puede ignorar que las grandes perdedoras de esta política económica que redistribuye los recursos asimétricamente, en interés de los hombres, somos las mujeres. Los recortes de programas sociales por parte del gobierno, funciones que el Estado abandona -como salud y educación- recaen en la familia, y el resultado es el crecimiento del trabajo no remunerado de las mujeres en el hogar.
Lo interesante del taller fue escuchar las realidades de otras compañeras, tanto de primera como de segunda mano. Por ejemplo, una docente rionegrina de alfabetización para adultos nos contó cómo el avance de la Iglesia Evangélica en los barrios se está yendo de control, y cómo las Iglesias -tanto católica como evangélica- son las trabas primarias a una ESI que permita la decisión. Nos dijo, indignada, que una alumna suya se había levantado llorando en una clase porque otra vez estaba embarazada. Porque había ido a las salitas y no había anticonceptivos. Porque no podía decirle que no al marido. Porque tenía 19 e iba a ser su cuarto hijo. “Y vienen religiosos a exigirme que no dé la ESI, que es ideología de género y que eso se enseña en la casa”
Concluímos en que si no avanzamos nosotras, avanzan los otros. La ley de IVE no fue aprobada, y ahora vienen por la ESI. Se planteó como solución la acción, y la idea de una consulta vincular popular quedó resonando en la cabeza de varias.
Más de 4 kilómetros de marcha, fiesta, tetazo y libertad
Para cerrar dos días intensos de talleres y charlas profundas, nos movilizamos por la ciudad de Trelew, y la llenamos de verde, violeta, glitter y banderas. La marcha duró varias horas, y llevó como consignas principales la legalización del aborto, la separación de la Iglesia y el Estado, un freno a la política de ajuste de Macri, a los recortes y al FMI. Ya cerca del final, estábamos pasando por la Iglesia local y el Portal de Belén cuando se escucharon tres estruendos. Por suerte la CEB había organizado un cordón de seguridad y pudimos irnos rápido y seguras, no sin antes ver a una compañera yéndose con la mano ensangrentada. Nos asustamos, teníamos mil dudas: ¿habían sido balas? ¿Había detenidas? Tuvimos algunas respuestas rápido: policías vestidos de civil habían reprimido con gases y balas de goma, y 10 compañeras, sumados a fotógrafes y periodistas que estaban cubriendo el evento, fueron detenidas.
Cuando llegamos al micro reinaba un clima de desconcierto, por un lado el enojo y miedo nos tomaba el pecho, pero a la vez veníamos de formar parte de una marcha multitudinaria, de revolución y alegría. Ya acostada sobre el asiento del micro, cerré los ojos y volví un rato a los momentos que cantábamos la canción que más me gusta: “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar, ¡ey! Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar, ¡ey! ¿Y el miedo? ¡Qué arda!”
Me vi envuelta en una marea verde. De corrientes fuertes, ventosas y australes. Con olas gigantes y tormentosas. Y sentí paz, sentí emoción, sentí amor y lucha, siempre acompañada de hermanas que, era increíble, sentían lo mismo que yo. Estábamos liberadas, algunes en tetas y otras cubiertas, unes con glitter y otres sin nada, pero todas y todes ahí formábamos parte de la marea que tiraba para el mismo lado, luchando en colectivo y siendo un montón.
La experiencia de compartir historias con compañeras de otras provincias, de otras realidades, me abrió los ojos y me inundó de felicidad. Aunque no nos conocíamos, nos reconocíamos en el relato de la otra, y la sensación quedaba sellada en un abrazo de sororidad que, literalmente, llenaba el corazón.
Por unos días, nos transformamos en guerreras, pisando tierras ancestrales donde otras vienen luchando hace siglos por su liberación. Y mira que pisamos fuerte, dejamos una marca que no está pintada en ninguna pared ni escrita en ningún diario; quedó dentro de cada persona que formó parte -o fue espectador- de la marcha que movilizó Trelew, un sentimiento de esperanza y seguridad que se afirmaba con cada cántico o grito masivo: lo estamos tirando.
Fotos: Eloísa Molina vía La Tinta