Nadie necesita que le informen que los precios aumentan porque el bolsillómetro lo experimenta de manera cotidiana al realizar gastos básicos. En este lunes feriado, nos proponemos estimar las magnitudes, analizar las causas y realizar algunas proyecciones.
Las magnitudes
Puede hablarse de inflación porque asistimos a un proceso de aumento generalizado y sostenido de los precios de la economía. En la tabla, pueden observarse los rubros que estima el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) a través del Índice de Precios al Consumidor (IPC), ordenado por nosotros de manera descendente de acuerdo a las prioridades y resaltando con color gris las más básicas.
En tan sólo 4 meses, de abril a agosto de este año, los alimentos aumentaron en promedio casi un 18 por ciento, al igual que el transporte, indispensable para poder asistir a nuestros empleos y así lograr un ingreso.
Una frase popular remarca la incondicionalidad del amor en tiempos difíciles, aún a costa de contar con poco para vivir: “Contigo, pan y cebolla”. En un breve lapso, la harina de trigo común y la cebolla presentaron un incremento en torno al 100 por ciento. La leche, fundamental en la niñez, escaló un 18 por ciento.
Una reciente encuesta de Adecco Argentina afirma que los reiterados aumentos de precios en el transporte público forzaron al 20 por ciento de los usuarios a modificar sus hábitos de traslado. La mitad de quienes cambiaron optó por caminar o movilizarse en bicicleta.
En promedio, las paritarias arribaron a un 25 por ciento anual, mientras que la inflación estimada para 2018 no baja de 45 por ciento para las consultoras más optimistas. Con estas cifras, la pérdida promedio del poder adquisitivo del salario rondaría un 14 por ciento en 2018.
Los precios presentaban una tendencia ascendente antes de este período. ¿Por qué focalizamos la atención en estos meses?
Las causas
La inflación es un fenómeno que puede ser generado por distintas causas y circunstancias.
En la mayor parte de la gestión del gobierno anterior, la causa principal obedeció a lo que se denomina puja distributiva, en un contexto de disminución pronunciada del desempleo con tendencia hacia el pleno empleo. En la actualidad, la causa esencial de la inflación es la devaluación del peso frente al dólar.
Existe una característica estructural. Las principales exportaciones de nuestro país son alimentos, tasados a precio internacional, en divisas. Si el dólar es más caro en términos de pesos, aumenta el precio de los alimentos en el mercado local a menos que existan derechos de exportación (retenciones) como mecanismo robusto que asegure el desacople de los precios domésticos respecto de los internacionales.
Este fenómeno no ocurre en todas las naciones. En nuestro caso es así debido a que los productos que se exportan, al ser esenciales para la vida, son los más adquiridos por nuestros salarios.
Por otro lado, este gobierno dolarizó el precio de las tarifas. La energía es utilizada en todas las industrias y en todos los ámbitos de la vida, por lo que un aumento del precio de la energía se difunde en todos los precios de la economía. El tarifazo de gas acumula 1600 por ciento desde fines de 2015. Las dos categorías de menor consumo representan más de la mitad de los usuarios. El “gasazo” en la zona metropolitana superará el 50 por ciento y en un año acumula un alza de más de 200 puntos porcentuales.
Supongamos que los precios minoristas responden a los aumentos del dólar con un mes de retraso. A principios de abril, el dólar cotizaba $ 20.46 y a fines de julio, $ 28.09. Esto significa un incremento del Tipo de Cambio Nominal (TCN) de casi el 38 por ciento o, su contracara, una devaluación del peso del 27 por ciento. Teniendo en cuenta también los datos de la tabla, la devaluación se trasladó a los precios del modo siguiente: por cada punto porcentual que escaló el dólar, los precios de los alimentos lo hicieron casi medio punto.
La disminución del poder adquisitivo comprime el consumo y esto impacta en la producción: la utilización de la capacidad instalada industrial continuó descendiendo y llegó al 63 por ciento en agosto, el peor agosto desde la crisis de 2002 a este respecto. El mecanismo es implacable: si se analiza el Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) y otros datos, la cantidad de despidos y suspensiones en agosto superó los 6 mil casos, duplicó la magnitud del mismo mes del año anterior.
¿Todos pierden? El sector financiero continuó beneficiándose por la devaluación. En un solo mes, agosto respecto a julio, la ganancia creció un 85 por ciento, de acuerdo a información del Banco Central de la República Argentina (BCRA).
La tendencia
“¿Era todo?, pregunté. Soy un iluso”, canta el Indio Solari. El dólar ya no se paga $ 28 sino $38, como cota inferior de “las bandas” de su cotización impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y acatadas por el actual presidente del BCRA.
Esta variación significa un incremento del TCN del 35 por ciento y, por lo tanto, podemos esperar un aumento acumulado del precio promedio los alimentos de más del 16 por ciento entre septiembre y octubre.
Si a fin de año el dólar rozara los $ 48, los últimos días de diciembre los precios de los alimentos podrían experimentar una nueva suba promedio del orden del 12 por ciento respecto de los precios ya incrementados a fines de este mes. O sea que, respecto a agosto, los precios de los alimentos podrían ascender en promedio un 30 por ciento más hasta fin de año. Una última precisión: los precios de los alimentos básicos se elevan por encima del promedio, aunque le quite romanticismo al “contigo, pan y cebolla”.
¿Quién dijo que todo está perdido? La marcha atrás, al menos transitoria, de la imposición a los usuarios de 24 cuotas adicionales a la tarifa del gas para compensar por la devaluación a las empresas, es producto de que el gobierno recuerda y no desea que se repitan las multitudinarias jornadas contra la reforma previsional del 14 y el 18 diciembre de 2017, lo que muestra que las luchas populares se acumulan y no son en vano.
Ilustración: Emiliano Ciarlante