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Por la derrota de Boca Macri lloró en serio y lo tortura un temor inconfesable

No lo puedo negar: el aniversario de mis tres primeros años como perro presidencial ha pasado entre los flashes globales por el G20 y un éxito rabioso que hizo llorar en serio a Macri, la derrota espantosa en el Bernabéu.

Todo mal, la consagración de River nos aguó el tercer año de gobierno. En vez de coronar el aniversario de mi primera sentada en el sillón de Rivadavia con las luces del mundo que nos mira, tuvimos que brindar con agua y vivir la derrota en la Libertadores como si hubiera sido Boquita el que se fue a la B.

Encima, el único que se animó a refrescárselo a las Gallinas fue Riquelme, que ahora asoma porque se da cuenta que la crisis podría golpearlo a Danielito. ¿Román 2019?

Temores de un presidente cabulero

En realidad, lo que más pena le da a Mauricio, lo que peor lo pone, es que casi todos los protagonistas del papelón pasaron este año por la Casa Rosada y eso no es moco de pavo. Alimenta la peor preocupación presidencial, el máximo temor estratégico del Estado, la peor amenaza para la estabilidad institucional: que Macri finalmente sea visto como drapie.

No es una presunción. Es un Secreto de Estado que ahora buscaremos cuidar durante el cuarto año de mandato que nos queda por delante. Por ahora, Mauricio todavía juega en Los Abrojos y en Olivos con la cabeza de Martín Ocampo, luego de hacerla rodar con la crisis que derivó en esta tragedia impensable de Madrid.

“El Presidente ya no quiere escuchar más excusas: Martín la cagó, Patricia también, todos sus chicos también y los polis no se comunicaron entre sí, algo pasó y alguien tenía que pagar. Y esta vez le tocó al compadre del Tano”, es la justificación que se escucha cerca de Marquitos, que ahora está más crecido y empoderado desde que terminó el G20 y le ofrendó a Mauricio la máxima experiencia internacional de su vida.

Su mayor logro para con el jefe luego de haber diseñado la campaña electoral que lo llevó a la Presidencia y que ahora volverá a conducir. Entre otras cosas, para que yo pueda seguir siendo perro presidencial hasta 2024 y podamos hacer “el verdadero gobierno del PRO”.

“Ahora hay que poner la cabeza en la campaña y dejar el tema Boca por un buen tiempo. Si queremos cuidar al Club hay que dejar de hacer cagadas desde la Casa Rosada y que Mauricio no se deje llenar la cabeza por un cuerpo de aduladores que le ceban el mate y le llevan el agüita fría para refrescarle la garganta”, como me dijo un baqueano viejo del PRO que juega los picaditos en Olivos y ve cómo algunos “se dejan ganar” para no complicar al jefe.

Otros ya no pueden jugar porque la panza no les permite tener un desempeño digno y eso a Mauricio no le gusta. Es lo que le sucede a un ex periodista que adora trollear y discutir por las redes, aunque su cintura se expandió tanto como el poder que dice tener sobre el futuro de la campaña.

Una campaña que va a comandar, junto al “cráneo” Joaquín Mollá, el único gordito que Mauricio se banca por necesidad: Jaime Durán Barba.

Lombardi, especialista en zafar del descenso

A decir verdad, hay otro obeso restituido: Hernán Lombardi, que se salvó del desastre en los medios públicos por Marquitos. En septiembre lo designó como jefe de la Unidad Técnica G20 y condujo el tramo caliente de la organización de la cumbre.

Cuando terminó todo, también pudo hacer sin problemas lo que nunca pudo en Télam y la Televisión Pública: echó a todos los contratados de la Unidad Técnica apenas finalizó la cumbre y Mauricio les pagó con un brindis en Casa Rosada. Se fueron todos la semana pasada, con los contratos terminados, el último pago en el bolsillo y un feliz año sin trabajo.

Nadie se quejó ni puso el grito en el cielo porque el partido les exigió que cumplieran sus compromisos militantes. Nada nuevo bajo el sol, más del 50% de los empleados para el G20 son militantes del PRO y fueron enviados a Costa Salguero y a Parque Norte como parte de un premio que Mauricio coronó con su llanto en el Teatro Colón.

Después vino el brindis y la respuesta uniforme para todos: “el contrato decía que todo se terminaba cuando terminaba la cumbre y gracias por todo”. Luego vinieron las otras lágrimas, las de cocodrilo Hernán, empoderado para seguir administrando la política del rifle sanitario.

Más allá de las amarguras que nos dejó Boquita, el tercer año no fue tan malo como pensaba Mauricio hace seis meses. Ahora al menos le queda espacio para amargarse por el fútbol, vaya a saber si será por mucho tiempo.

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