A más de tres años y medio de gobierno de Mauricio Macri, y a meses de una nueva elección nacional, el escenario se presta para evaluar y analizar a una de las peores gestiones de la historia argentina. ¿Cómo llegaron al poder? Teniendo en cuenta que el mismo Dujovne dijo que nunca se había hecho un ajuste tan grande sin que cayera el Gobierno), ¿cómo se sostuvieron en el poder? ¿Qué grupos de la sociedad favorecieron su ascenso?, ¿qué estrategias electorales utilizaron y cuáles emplean ahora para conseguir la reelección? ¿Con qué tipo de discurso político -aunque esté disfrazado de apolítico y antipolítico- nos estamos enfrentando?
También resulta interesante pensarnos como sociedad frente al regreso de la violenta política neoliberal que intenta convencernos de la existencia de una grieta “creada por un gobierno autoritario que nos llevaba a Venezuela”; de que la política en sí misma es mala; de que la actividad sindical sirve exclusivamente para dañar al país; de que, para el argentinx promedio, tener una calidad de vida mínimamente buena es vivir por encima de sus posibilidades.
Este tipo de mensajes, ¿refuerzan o debilitan nuestros lazos sociales? ¿La profunda crisis económica posibilita la unión de lxs trabajadorxs argentinxs contra aquellxs que especulan con las tasas de interés de las Lebac, que se benefician con las subidas del dólar, que se fugan los dólares fuera del país y evaden impuestos? ¿O, por el contrario, hace que se señalen entre sí, buscando a la negra que se embarazó por un plan y se queda con sus impuestos, al venezolano que viene a sacar el trabajo y al zurdo que corta la calle porque sí?
La promesa divina
En la campaña de 2015 y durante casi la totalidad de la gestión, Cambiemos utilizó como estrategia política un discurso cuasi religioso y exento de terminología política, intentando convencer al votante desde lo emocional y evadiendo lo racional: en lugar de proponer medidas económicas y sociales específicas para disminuir la pobreza, prometió ciegamente “pobreza cero”.
Con expresiones carentes de contenido político (como “revolución de la alegría”) y una suerte de salvación gloriosa futura, de promesa mesiánica, como la denominó Darío Sztajnszrajber, que siempre está próxima pero nunca sucede, la estrategia política de Cambiemos consistió en alejarse lo más posible no solo de los recursos discursivos de la política tradicional sino del lenguaje político en sí. La promesa eterna del segundo semestre que nunca llegó, reformulada de forma más abstracta por la vicepresidenta bajo la frase “la luz al final del túnel” (en una de las tantas metáforas burdas que utilizó el gobierno), ejemplifica esta deplorable estrategia.
Estos rasgos religiosos tanto de la campaña como de la gestión se complementaron con la identificación del pueblo argentino con una suerte de pecador que había vivido los últimos años “de prestado”, con demasiadas comodidades que no merecía. Este recurso fue utilizado como justificación del brutal ajuste y empobrecimiento general que sufrió (y sigue sufriendo) el país; aquellxs que mejoraron su calidad de vida y aumentaron su capacidad de consumo en años anteriores ahora deben atenerse a una vida de sacrificio y austeridad para un futuro quimérico (que, dicho sea de paso, difícilmente llegue si se sigue con estas políticas que endeudaron a nuestrxs hijxs y nietxs por cien años).
Elisa Carrió, expresión superlativa de la ridiculez de Cambiemos, que muchas veces parece estar parodiando al gobierno, declaró explícitamente en una suerte de delirio místico que el pueblo argentino merecía ser castigado por el enojo de Dios.
Cambiemos en su expresión más decadente: la campaña del miedo y del ataque
La contradicción constante, la argumentación burda, la chicana absurda y el desprecio por la política e historia argentina se visibilizan aún más claramente en estas semanas de campaña intensa en las cuales al gobierno le surgen serias dudas sobre sus posibilidades de reelección. Los ejemplos abundan: el más reciente, en el día de la Independencia, el presidente se identificó a él y a su gobierno con los próceres que lograron la emancipación de nuestra nación para formar un estado libre, autónomo y soberano. Resulta irónico, siendo este el gobierno que mayor deuda externa ha emitido en la historia del país.
Funcionarios de Cambiemos también han salido a advertir el peligro al que se sometería la democracia y la República en caso de ganar la fórmula Fernández-Fernández. Esto último es especialmente llamativo si se tiene en cuenta que ellos mismos han menospreciado los valores democráticos minimizando el levantamiento Carapintada y contratando a una empresa internacionalmente cuestionada para el escrutinio provisorio de de las próximas elecciones. Es este gobierno el que ha puesto en juego la república y la patria al comprometer la plena soberanía de nuestro país -elemento indispensable para un Estado, y más aún para un Estado republicano-, poniéndonos en manos del FMI e hipotecando nuestros recursos naturales, por no nombrar el daño que se le ha hecho a la soberanía y autonomía científica y tecnológica.
Como plus, en las últimas semanas se “acusó” de comunista y marxista en repetidas oportunidades a un keynesiano promotor del capitalismo como lo es Axel Kicillof.
Por último, no hay que olvidar la profundamente contradictoria estrategia electoral que muestra la patética decadencia de Cambiemos al haber nombrado como candidato a vicepresidente a un tradicional referente del peronismo como Pichetto, luego de años de nombrar a este movimiento político como causal de todos los problemas económicos de la Argentina de los últimos setenta años.
¿Dónde quedó el ímpetu de protesta y defensa de los derechos de los argentinos?
En diciembre de 2001, en nuestro país tuvo lugar un suceso extraordinario para pertenecer al siglo XXI: un pueblo movilizado, sin ayuda alguna de las tradicionales esferas de poder o de las fuerzas armadas, bajo el lema “¡que se vayan todos!”, volteó a un gobierno hambreador que hundió al país y a la sociedad e hizo huir al presidente en helicóptero.
Los lazos sociales que habían sido quebrantados durante la última dictadura parecían reconstruirse frente a una situación de crisis económica y política pocas veces antes vista; el aumento exponencial del desempleo, la pobreza y la indigencia parecieron reconstruir el entramado social que posibilitó la protesta masiva.
Sin embargo, en los últimos años la ciudadanía argentina parece estar adormecida: si bien se realizan movilizaciones -muchas de ellas masivas, como la que se dio a fines de 2017 por el recorte de los haberes jubilatorios-, la sociedad argentina parece estar anestesiada frente a las distintas formas de violencia que ejerce Cambiemos, tanto “indirectas” (el ajuste, la enorme toma de deuda o la despreocupación por el índice de inflación) como directas y palpables (la represión brutal que ya es habitual o el gatillo fácil aplaudido por el gobierno).
Muchxs argentinxs parecen naturalizar haber reducido drásticamente su capacidad de consumo, ver sus escuelas, universidades y hospitales públicos en crisis e incluso toparse con cinco personas durmiendo en la calle en cada cuadra.
¿Qué pasó en el medio? ¿Cómo se produjo este cambio en la sociedad? ¿Cómo se pasó de un cuerpo social altamente organizado y movilizado que no permitía que se pasara por encima de sus derechos a una sociedad hastiada que minimiza y toma como natural que su país se venga abajo como consecuencia directa de las decisiones de un gobierno?
Estas son preguntas que la sociología y la política de los próximos años deberán intentar responder. Mientras tanto, frente a la inminencia de las elecciones, lxs argentinxs necesitamos tomar conciencia de la grave situación en la que se encuentra nuestra patria y de la fragilidad de los próximos años, en los cuales el FMI reclamará un ajuste aún más brutal.