Un fantasma está golpeando nuestra puerta: es la frustración económica que vuelve a buscarnos. No es la primera vez. La historia de los últimos 45 años es la de un ciclo económico que nos tiene atrapados como un hámster en su rueda. El ciclo empieza con una fase “populista”: la economía crece gracias a la renta agraria o la deuda externa, el ingreso se distribuye con aumentos salariales y el consumo sube, los déficit comercial y fiscal suben también. Hasta que empiezan la inflación y las fugas. Entonces pasamos a la fase “liberal”: ajuste, devaluación, FMI y conflictos sociales hasta volver a empezar. 1975, 1981, 1989, 2001, 2014 son algunos de esos hitos. Cada vuelta no es gratis: suma un poco más de pobres, resta un poco más de desarrollo. Como un disco de vinilo que se estropea poco a poco mientras gira.
Más allá de los gobiernos, la causa de ese ciclo es un país. Parafraseando al Presidente, la Argentina es inmensa y su economía es muy pequeña. 44 millones de habitantes muy mal distribuidos en casi tres millones de kilómetros cuadrados que viven de las exportaciones de un puñado de productos primarios que producen no más de seis provincias, incapaces de generar mucho empleo de calidad. Para el resto sólo queda recoger las migajas de ese enclave exportador en forma de emprendedorismo lumpen y bullshit jobs como pasear perros o vegetar en una garita de vigilancia toda la noche. O vivir del Estado, como lo hacen 21 millones de argentinos entre empleados, docentes, jubilados, becarios, por no hablar de quienes gozan de servicios subsidiados.
A la Argentina eficiente que sueñan el gobierno y los empresarios le sobra casi la mitad de la población. Sería una tragedia nacional si no fuera un drama mundial.
Hacia el poscapitalismo
En la medida en que la Humanidad siga progresando pronto van a sobrar humanos. Durante siglos los hombres vivieron produciendo justo lo que necesitaban para vivir, con algún excedente para comerciar y para mantener a parásitos como el rey o la Iglesia. Bastaba una lluvia de más o de menos para que todos murieran de hambre. Hasta que llegó el capitalismo. El capital ordenó la producción en torno al lucro, a la aceleración tecnológica y la destrucción creativa. Así tuvimos electricidad, derechos individuales e internet.
Pero en los últimos 40 años el capital avanzó al punto de dejar de explotarnos para pasar a prescindir de nosotros: robotización, inteligencia artificial, big data. Puede ser que llegue el día en que el capital funcione prácticamente solo en este mundo. La pregunta es qué hacer.
Detener al capitalismo no es una opción. Nadie está sinceramente dispuesto a vivir sin wifi para detener el hambre en el mundo. Y no es necesario, porque frenar el desarrollo tecnológico no solo no detendrá la pobreza, sino que va a agravarla.
La opción es pensar una sociedad poscapitalista que incluya al capital y su dinámica aceleradora en un sistema más grande que pueda contener lo que el capitalismo ya nunca más va a contener como lo hizo. Un sistema social en que podamos extraerle una renta al capital sin vida para poder sostener nuestra vida sin capital. Ingreso universal, formas de economía social, organizaciones populares para negociar el volumen y administración de esa renta son algunas de las herramientas que tenemos que empezar a organizar desde ahora para que el futuro no nos tome por sorpresa.
Si tanto el fracaso argentino como el progreso del mundo van excluirnos, no tiene sentido pelear la inclusión a costa de peores condiciones de vida. Quizás la salida sea asumir que en el futuro todos vamos a ser parásitos de un capitalismo fuera de control.
Por @bauerbrun