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Quiénes son y qué quieren los chalecos amarillos que mañana pueden hacer renunciar a Macron

Ilustración: Sukermercado

Después de varias semanas de protestas y cortes de ruta en todo el país, un cierto misterio sigue rondando a propósito de las manifestaciones de los chalecos amarillos en Francia. ¿Quiénes son estas mujeres y hombres que ya desembarcaron masivamente tres veces en los barrios más ricos de París para exigirle a Macron que disuelva la Asamblea Nacional y convoque a elecciones?

En un primer momento, el gobierno los tildó de fascistas atizados por la derecha reaccionaria de Marine Le Pen, como si se tratara de un conjunto de franceses grasas e iletrados de provincia que no entendían que el impuesto a los combustibles por el que manifestaban era necesario para “la salud del planeta”, contra el uso contaminante de autos y camiones.

Lo cierto es que buena parte de esos sectores de la Francia periférica y periurbana, muchos obreros y empleados de servicios, muchas mujeres jefas de hogar, habitantes de ciudades medianas y pequeñas que supieron vivir de la pujante industria francesa, desde hace varios años se empobrecen. Sus condiciones de vida, laborales y su poder adquisitivo se degradan y confirman los temores al desclasamiento que en muchos casos alimenta la base electoral de la extrema derecha.

 

C´est fini

Ese es el juego que paradójicamente parece estar llegando a su fin. Desde hace más de 30 años las reformas liberales se implementan en Francia gracias a un juego perverso entre derecha e izquierda liberal que, más allá de sustanciales diferencias en algunos aspectos de sus visiones de la sociedad, coinciden en las dimensiones centrales de sus proyectos económicos.

Privatizaciones de servicios públicos, apertura de la economía, sumisión a la normativa europea y a los límites que ésta le impone al déficit fiscal. Pero fundamentalmente, reducción de impuestos y cargas patronales más flexibilización laboral: un combo que se justifica en la necesidad de “favorecer las condiciones para la inversión”.

Ante ese camino sin salida, y la ausencia de imaginación y construcción política eficaces de alternativas de izquierda, el juego electoral instalado decretaba que la única alternativa a este proyecto de sociedad abierta y globalizada era el fascismo.

Pero ese juego de la representación política de los partidos tradicionales comenzó a quebrarse con el desfondamiento de los dos principales partidos franceses durante las últimas elecciones presidenciales. Ahora Macron, que logró ganar las elecciones hace menos de dos años plantándose como la renovación “de izquierda y derecha al mismo tiempo”, comprueba que su síntesis imposible está muerta.

 

El presidente de los ricos

Las manifestaciones de los chalecos amarillos son inéditas por muchas razones. Desde luego, Francia ha sido durante siglos el país de las revoluciones y las protestas sociales más espectaculares. Incluso durante las últimas décadas, basta recordar las grandes huelgas de 1995 y 2006 que frenaron reformas neoliberales a partir de las movilizaciones de sindicatos y estudiantes. Pero lo que se vive estas semanas es diferente.

Algunos hablan de situación insurreccional, como si tuviesen un cierto aire de familia con las insurrecciones de 1830, 1848 y 1871. Puede ser, sin embargo hay diferencias notables. Las insurrecciones del siglo XIX se organizaban desde los barrios, ponían en juego relaciones sociales densas y solidaridades populares que podían luego desplegarse.

Ahora, lo que sucedió fue la llegada de sectores medios, medios bajos y pobres sueltos desde las afueras a los barrios más ricos y burgueses de París (los del noroeste), un espacio geográfico que nunca había sido teatro de insurrecciones, barricadas y enfrentamientos con la policía como los que se vieron estas semanas. Y para los que estos franceses eran hasta ahora invisibles.

Macron, a partir de la expresión de cierto desprecio de clase en manifestaciones públicas (“hay franceses que tienen éxito y otros que no son nada”; “cruzo la calle y te encuentro un trabajo”; “si querés un traje como el mío trabajá para comprártelo”) se ganó rápidamente el mote de “presidente de los ricos”.

Desde luego que lo que se percibe ahora son las consecuencias de las primeras medidas regresivas adoptadas al inicio de su gobierno: supresión del impuesto a las grandes fortunas, aumento de las cargas sociales, reducción de los aportes patronales, reducción de los subsidios para los alquileres de las familias más pobres, entre muchas otras.

Y, además, la bronca contenida de trabajadores que fueron perjudicados con los decretos que flexibilizaron de facto las condiciones laborales y les quitaron derechos adquiridos a trabajadores de la salud, transporte, educación y a los independientes que trabajan en el acompañamiento de adultos mayores y personas discapacitadas.

Tal vez una memoria de luchas y de un proyecto democrático y social frustrado pueda ser parte ahora del imaginario de estos días y no solo una reivindicación de aumento del poder adquisitivo. En todo caso, los franceses saben por experiencia larga y propia que en las calles pueden voltear gobiernos y frenar reformas injustas.

Lo que quedó claro desde el primer momento es que casi los mismos montos que Macron les había “perdonado” a los más ricos con la supresión del impuesto a las grandes fortunas era lo que se iba a recuperar con el impuesto a los combustibles, una típica operación Hood-Robin, como le dicen ahora en Francia a las avivadas de Macron.

 

Que lo vengan a buscar

El conflicto está descontrolado, los manifestantes tienen una lista de reivindicaciones que van del aumento del salario mínimo a la vuelta del impuesto a las grandes fortunas, de la construcción de más guarderías públicas a la supresión de la reforma del financiamiento de la educación pública que impulsa Macron.

Quieren además convocar a los “Estados Generales Impositivos”, en los que el pueblo participe en la decisión de las reglas impositivas que hoy hacen que, desde que asumió Macron, los sectores medios y bajos hayan perdido 4% de su poder adquisitivo, el 1% más rico haya ganado el 8%, y el 0,1% más rico haya ganado el 20%.

Suena ridículo para la realidad argentina, pero el discurso meritocrático de Macron no parece prender en una Francia donde el servicio público y un sistema impositivo progresivo son vistos por las mayorías como las condiciones esenciales para que el bien común y el bienestar colectivo permitan la realización personal.

“No se puede ser feliz en un océano de desgracias”, “Subir el salario mínimo y poner un tope al salario máximo”, son algunas de las frases que llevan inscriptas en sus espaldas algunos de los chalecos. Desde ya, también conviven entre los chalecos amarillos sectores antimigrantes y anti todo tipo de impuestos, pero lo que parece haber logrado Macron es la fusión de reivindicaciones hasta hace poco inconciliables. Y el lugar hacia donde está girando la dinámica de la protesta se parece mucho más a la lucha de clases que a reivindicaciones xenófobas.

Porque hay cifras que para los franceses son intolerables: la distancia promedio entre el salario más bajo y el más alto en las grandes empresas francesas era de 48 veces en los años ´70, hoy esa distancia es de 800 veces. Encima, la grandes fortunas despliegan estrategias de elusión y evasión fiscal cada vez más sofisticadas que los conducen a pagar menos impuestos que sus propios empleados.

Un ejemplo: Total, una de las empresas francesas más importantes, no paga un solo euro de impuestos en Francia. Otro: el impuesto que se impulsaba a las GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon) a nivel europeo, acaba de naufragar. No resulta extraño que, como señalan las últimas encuestas, el 70% de los franceses apoye o simpatice con los chalecos amarillos.

El sábado será el cuarto acto en París, aunque ya se retiró el impuesto al combustible. Eso parece un asunto menor ahora. Hace unos meses, cuando las protestas no podían torcerle el brazo al presidente francés, en varias ocasiones Macron declaró a los manifestantes “vengan a buscarme, les voy a explicar que estas reformas son buenas porque son eficaces para que haya más inversiones”. Un razonamiento empresarial que no solo no parece corroborarse, sino que hartó a quienes perdieron durante su gobierno.

Los manifestantes quieren que Macron hable, pero hace días que permanece callado y no hace declaraciones. Algunos intelectuales hablan de la posibilidad de un autogolpe y un giro autoritario de un presidente con la imagen por el piso, aislado y sin un verdadero partido político que lo sostenga.

Las imágenes que se vieron ayer de la policía poniendo de rodillas y apuntando a los jóvenes de un secundario que organizaban una toma en el marco de las protestas, las decenas de adolescentes heridos esta semana en las puertas de sus escuelas son solo un primer botón de muestra de lo que puede suceder el fin de semana.

La consigna que circula en las redes para el sábado, para la manifestación a la que se sumarán ahora estudiantes y varios sindicatos, es “Todos al Elíseo”, el fastuoso palacio presidencial donde viven Brigitte y Emmanuel Macron.

Christian Salamon

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