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Conversamos con anti-aborto de diferentes edades y agrupaciones y quedó la sensación de que su opinión sobre las mujeres es, al menos, complicada

Ayer miércoles en el Congreso confluyeron dos grupos opuestos: aquellos a favor de la legalización del aborto, y aquellos en contra. Me tomé el subte A, me bajé en la estación Sáenz Peña y caminé, como pude, entre una muchedumbre, los ruidos de tambores y cantos, sobre todo de voz femenina. Avancé unos metros hasta llegar a la plaza del Congreso; vi policías y una fila de vallas que atravesaba por completo la plaza, dividiéndola en dos. ¿Será una representación de la famosa grieta que tanto insisten que existe en la Argentina? No me costó saber qué lado le correspondía a cada grupo: Avenida Rivadavia, a mi derecha, estaba desbordada de gente, colmada de color verde y banderas. A mi izquierda, sobre la calle Hipólito Yirigoyen, un poco vacía, se observaba que al acercarse más al Congreso había un grupo de personas. Le pedí a una amiga que me acompañara para más seguridad; guardé en la mochila el pañuelo verde que me viene acompañando hace un tiempo, junto con mi brillantina haciendo juego, y caminé hacia el grupo de personas que con orgullo cantaban “Celebra la vida”, un tema que sacó Axel hace diez años. Me ofrecieron pañuelos celestes en los que se leía “Salvemos las dos vidas”, junto con banderas argentinas de todos los tamaños. Se podían ver carteles que decían frases como “No me mates” o “Con esta ley tu hija de trece años puede abortar sin que te enteres” (como si esto fuera una falla de la ley, y no un amparo para aquellas chicas cuyas familias las quieren obligar a ser madres).

Llegamos finalmente a donde la gente se había agrupado y comenzamos a buscar personas para entrevistar. En forma unánime nos dijeron que estaban, claro está, en contra del proyecto, muchas veces alegando que había que salvar las dos vidas y que un aborto era un asesinato. Una chica de 22 años me afirmó que el movimiento pro-aborto presentaba muchas incoherencias, como por ejemplo sostener que un feto no era un ser humano, y que las consignas de lucha deberían ser otras que no implicaran violar los derechos del “bebé”. Le preguntamos si por ejemplo se refería a la educación sexual, y mirándonos con cara de confusión, se quedó en silencio hasta que le repreguntamos cuáles serían las causas por las que se debería luchar, a lo que nos respondió que cada año mueren más mujeres por desnutrición que por abortos clandestinos, y que no veía a las feministas luchar por éstas últimas.

Tanto ella como su novio, un brasilero de 28 años, afirmaron que en los países donde se legalizó el aborto, como esto significaba incitar a la mujer a interrumpir su embarazo, las cifras aumentaban año tras año. Me dieron el ejemplo de Estados Unidos, aunque no me costó mucho encontrar un artículo que dice que desde 1990 las tasas de aborto vienen descendiendo y el año pasado llegaron a la cifra más baja desde su legalización, en 1974.

Nos dijeron que estaban a favor del aborto en caso de violación, pero nos aclararon: “Si la mujer eligió tener relaciones, las consecuencias las debe pagar. Es como un ladrón que decide robar pero no quiere ir preso, no tiene sentido.”  Entonces, ¿tener relaciones es comparable al acto de robar?

Luego nos acercamos a una señora de unos 65 años que nos dijo que debían buscarse otras soluciones, como medidas para bajar la indigencia y la pobreza ya que: “una mujer pobre, indigente, que vive en la promiscuidad, ¿cuántas veces va a abortar? Ésta [la legalización] no es la solución.” Luego nos volvió a afirmar que existe una relación directa entre la pobreza, la promiscuidad y el aborto. Vemos, como en el testimonio anterior, un ataque a la libertad sexual de la mujer; la idea de que decida mantener relaciones con más de una persona es, no sólo exclusivo de pobres, sino claramente negativo. Rescatamos que esta señora fue la única que nombró la existencia fallas en la educación sexual y una negligencia por parte del Estado tanto en ese aspecto como en la contención y ayuda a las madres y familias de bajos ingresos.

El testimonio siguiente fue de una asesora de la senadora Boyadjian por Tierra del Fuego, que cuando le preguntamos sobre el caso de mujeres y niñas que no querían pasar por el proceso del embarazo (con todo lo que éste conlleva), respondió: “Cada uno debe ser responsable de sus acciones. Si sos niña y tuviste relaciones, sé responsable de tus actos”. Una forma elegante de decir que si tuviste edad para abrir las piernas, tenés edad para bancarte al pibe. Esta mujer no nombró en ningún momento la educación sexual.

Por último entrevistamos a una integrante del “Instituto Familia y Matrimonio” y a un grupo de chicas de entre 14 y 16 años. Concordaban en que incluso las niñas de 10, 11 o 12 años que hubieran sido violadas debían seguir adelante con su embarazo. También coincidieron en que la mujer debía ser penalizada por realizarse un aborto, ya fuese con “actos de reparación” (una expresión usualmente utilizada en la jerga cristiana para referirse a oraciones con el fin de enmendar pecados) o incluso con cárcel. Lo que proponen como correcto e ideal es, entonces, que una mujer que logró sobrevivir al aterrador proceso de un aborto clandestino, vaya directo de la camilla (si tienen suerte, ya que muchas se realiza sobre una mesa o el piso) de la clínica clandestina, a un penal a cumplir su condena. Todo esto por haber querido decidir sobre su cuerpo, y, seguramente, por no coincidir en que ese embrión que llevaba en su vientre era un ser humano al mismo nivel que ella. Es más, de estos dos últimos testimonios se podría concluir fácilmente que la vida del feto vale más que la de la madre, ya que no estaban a favor del aborto ni siquiera en el caso extremo de que la vida de la mujer estuviera en riesgo. Primero pusieron en duda que aquellas situaciones realmente existieran, y luego dijeron que la única salida era que ocurriera un aborto espontáneo. ¿Estarán de acuerdo con el caso de Ana María Acevedo, la santafesina de 20 años que murió por negársele el tratamiento de quimioterapia por estar embarazada?

Luego de escuchar estas declaraciones di la vuelta a la plaza y, aliviada, llegué a la zona de los pañuelos verdes, donde se respiraba un clima de sororidad y empatía. Ya habían sobrepasado Avenida Rivadavia y empezaban a llenar la plaza. Estos son lxs compañerxs que sí abogan por la vida: aquellxs que luchan, no para que los abortos clandestinos continúen (como sí lo hacen de manera implícita los irónicamente denominados “pro-vida”), sino para que todas las mujeres y personas gestantes tengamos derecho a un aborto legal seguro y gratuito en un hospital, más allá de las circunstancias que nos hayan llevado a tomar esa decisión.

Por Natalia Ramírez Gherardi

Natalia Ramírez Gherardi

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