Dentro de un centro cultural de barrio, en un pequeño escenario, hace unos días se encontraron la diputada Victoria Donda, la prestigiosa socióloga e investigadora del CONICET Dora Barrancos e Isabel Serra, portavoz del espacio político español de izquierda y feminista Unidas Podemos.
Junto a un grupo de mujeres, abarrotadas entre las siete u ocho mesas de la sala, conversaron, discutieron y aportaron su grano de arena para seguir construyendo el movimiento feminista mundial, que cada día tiene más fuerza.
Y es que, ¿acaso no es eso el feminismo? La constante asamblea entre pares, la reunión de mujeres en un clima de sororidad, compartiendo café, mates y galletitas mientras discuten su pasado, su presente y, sobre todo su futuro como colectivo de mujeres, pero también como individuos, mencionando no sólo leyes y explicaciones teóricas sino además experiencias propias, opiniones, sentimientos. Porque el feminismo es un movimiento que no sólo se expresa en legislaciones, teorizaciones, cálculos y estadísticas; es un movimiento que se siente y se hace sentir: sí, en ese centro cultural se podía sentir la sororidad.
La política y las mujeres: ¿dos mundos incompatibles?
Ser mujer en el mundo de la política no es fácil, y si bien han habido grandes avances no hay que olvidar que en nuestro país la única presidenta electa fue Cristina y que en las listas para las próximas elecciones la única pre-candidata para presidenta es Manuela Castañeira por el partido Nuevo Mas, mientras que en algunos de los demás frentes las mujeres se presentarán como vicepresidentas.
Fusionando una mirada sociológica con la propia experiencia en la política, Dora Barrancos —candidata a senadora por la Ciudad de Buenos Aires por el Frente de Todxs— explicó que los tiempos de la política no sólo difieren de los de la mujer, sino que la perjudican de forma directa y explícita. Los tiempos muertos, los trámites burocráticos, las reuniones protocolares que de nada sirven y la dilatación de casi cualquier accionar público hacen que las mujeres pierdan la posibilidad de ascenso en su carrera política. Es decir, pierden poder. Esto se debe a que son ellas, y no los hombres, a las que se les asigna de manera obligatoria la responsabilidad —muchas veces exclusiva— de las tareas de cuidado (lxs hijxs, las tareas domésticas y el cuidado de personas mayores o discapacitadas de la familia, principalmente). Por ende, al ganar el poder y los espacios que las mujeres pierden, los hombres se benefician de los tiempos de la política.
La división sexual desproporcionada e injusta que se da especialmente en el trabajo doméstico no remunerado, además de afectar a las mujeres en su desarrollo personal, educativo, laboral y salarial, influye especialmente en el ámbito político, ya que limita de manera drástica el lugar que las mujeres puedan ocupar en el mismo. Esto conlleva consecuencias que van más allá del desarrollo individual: significa un retraso en la aplicación de políticas públicas que mejoren sustancialmente la situación de las mujeres, teniendo en cuenta que, al menos en nuestro país, todas las leyes de protección a las mujeres fueron impulsadas por legisladoras.
La deshumanización de la política y de los políticos significa un riesgo en una sociedad en la que todo se mercantiliza y mecaniza en provecho de los sectores que integran la cúpula del poder. Y, como bien dijo Dora, el mundo de la política debe comprender las circunstancias de la existencia humana. Con esto no se quiere decir que las mujeres deban seguir haciéndose cargo por entero de las tareas de cuidado y que la política se adecúe a eso, sino que el cambio socio-cultural de repartición de este trabajo no remunerado entre las mujeres, los hombres y el Estado también debe ir acompañado por cambios en el mundo de la política que sostengan esta evolución.
La visibilización del trabajo doméstico no remunerado
Sin cambios radicales en el paradigma del trabajo doméstico no remunerado no será posible ningún avance trascendental en el lugar de la mujer en la sociedad.
Este es uno de los principales motores de lucha que impulsa la huelga del 8M a nivel mundial, que no sólo significa que ese día las mujeres no asistan a su lugar de trabajo remunerado sino que tampoco realicen las tareas de cuidado antes mencionadas, con el fin de visibilizar la importancia de su trabajo diario no retribuido.
Poco a poco, con este tipo de acciones se comienza a entrever que el motor del capitalismo es el trabajo no remunerado que recae en las mujeres, ya que si este no hubiera existido no habría podido ocurrir el desarrollo capitalista de los últimos siglos. Que actividades no remuneradas sostengan un sistema político-económico basado en la mercantilización de todos los aspectos de la vida humana puede ser considerado paradójico; sin embargo, es total y completamente lógico, ya que se trata de una relación necesaria entre el capitalismo y el patriarcado: sin un modelo de sociedad patriarcal el capitalismo vigente no sería posible, y, a su vez, el patriarcado se sostiene en parte gracias al sistema capitalista que promueve estereotipos de género y cosifica el cuerpo de la mujer para usarlo como mercancía.
El feminismo en la mira de los sectores conservadores
Es en este sentido que Isabel Serra definió al feminismo como un movimiento transversal que plantea un proyecto alternativo de sociedad basado en la ampliación de derechos del conjunto de la población, contraponiéndose a la propuesta neoliberal que impera desde hace ya tiempo.
El movimiento feminista no se limita a cuestionar las prácticas machistas superficiales, sino que pone en el eje de discusión a todo un sistema social, político, económico y cultural. Por ejemplo, Serra explica que el feminismo español abrió la posibilidad de revisar y cuestionar el pensamiento colonial e imperialista, y así es como Podemos presenta una mirada decolonial y un feminismo en el que las mujeres migrantes (que son especialmente vulnerables) ocupan un lugar fundamental.
Cuando los sectores de derecha se percatan de que el feminismo actual se trata de un movimiento radical, y que posee tanta fuerza, se alarman, y como reacción lo adoptan como su principal enemigo, reemplazando a los grupos que anteriormente representaban la principal amenaza para su poder (grupos bolcheviques y anarquistas, minorías étnicas, etc.).
De esta manera surgen partidos y personajes que hace unos años hubieran sido inimaginables en pleno siglo XXI, como el partido español ultraconservador Vox o Jair Bolsonaro en Brasil, los cuales niegan que exista cualquier tipo de machismo, demonizan de manera feroz a los grupos feministas e incluso cuestionan derechos ya adquiridos hace décadas, como es el caso del aborto legal en España.
Como dijo Donda, compañera de lista de Barrancos en el Frente de Todxs, si bien el surgimiento de estos sectores puede resultar alarmante, también refleja que el feminismo tiene una fuerza realmente notable y que representa una amenaza real para el sistema capitalista patriarcal y para quienes se benefician del mismo.