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Diario de un instagrammer fracasado

Lunes 2 de agosto: Tengo dos cuentas de Instagram, una privada y otra en la que intento ofrecer un servicio de masaje tailandés. En ninguna de las dos tengo mucho éxito. La personal no me importa –me da lo mismo–, pero en la de los masajes me encantaría tener miles de seguidores que me likeen y ser un emprendedor que tiene un negocio rentable. Por eso me puse a seguir a muchas cuentas de expertos en marketing, que dan los mejores trucos para sumar seguidores y ser famoso en esa red. No tenía idea de en qué me estaba metiendo.

Martes 3: Cualquiera que tiene Instagram se debe haber dado cuenta de que esa red social se convirtió en una cueva de emprendedores, de personas que quieren vender algo, y quieren vendérselo al mundo entero. Por eso los capos del marketing también están ahí, dando consejos, ofreciendo tutorías, diciendo que saben cómo hacer para que tu negocio funcione, subiendo reels y compartiendo la mejor data. Siendo un emprendedor –o algo que se le parezca–, caer en la tentación es muy fácil. Por suerte, no logran dominarme lo suficiente como para que compre sus cursos pagos o su asistencia exclusiva.

Miércoles 4: Decido probar mis primeros pasos como instagrammer con mi cuenta personal y no arriesgarme a perder los pocos seguidores que tengo en la de los masajes. Una de las máximas empresariales que más me tientan es una que dice que si lográs tener mil seguidores fieles, que compren sí o sí tu producto, entonces ya ganaste. ¿Dónde están los que tendrían que decirme que no me deje engañar por las palabras de estos gurúes del marketing? A la distancia me hago esa pregunta.

Jueves 5: El mago de las ventas en redes sociales que más me convence es uno que insiste con que la mejor estrategia es hacer una seguidilla de veintiún reels en veintiún días, todos sobre el producto que uno quiere comercializar. Este crack del Instagram sostiene en sus clases de YouTube que haciendo reels llegó a aumentar cinco mil seguidores diarios. Dice, con argumentos y mostrando estudios comprobados, que los reels son la mejor solución, que es la única en la que no hace falta pagar publicidad; asegura que hacer veintiún reels es lo mejor que se puede hacer si uno tiene una cuenta chica y quiere hacerla llegar hasta las nubes. Decido que voy a hacer mi desafío de los veintiún reels en mi cuenta. Algo me lleva a la idea de que puedo hacerlos sobre la bomba atómica.

¿Quién me mandó a querer ser emprendedor? ¿Dónde está el camino al éxito?

Jueves 5 (un poco más tarde): ¿Qué son los reels? Yo casi no sabía. Son videos cortos, de treinta segundos, con los que Instagram pretende hacerle sombra a TikTok. Se sumaron a las stories y los posteos en 2019. El 6 de agosto, día en que, decido, empezaré con mi desafío de mi seguidilla de reels, es el día en el que Estados Unidos lanzó la primera bomba atómica. Considero que este tema es ideal para hacer videos, probar mi suerte, aprender mucho, llevar mis conocimientos a mi cuenta de masajista thai, hacerme una cantidad se seguidores fieles y recibir diariamente una cantidad considerable de mensajes privados preguntando cuánto sale una sesión. No me doy cuenta de que estoy bajo los embrujos del marketing.

Viernes 6: Veo documentales sobre Hiroshima y Nagasaki. No puedo dormir bien ordenando la información que quiero dar. Pienso continuamente en cómo tienen que ser mis reels. Una de las sugerencias de los gurúes de los negocios instagrammeros es no engolosinarse con la edición, dicen que mejor es un reel mal hecho que ninguno. Les hago caso. Le hablo a mi celu, pruebo, intento, termino entrando en esa de hablar como si millones de personas me estuvieran escuchando. No hay salida, ese tono se te pega. Termino creyéndome un superhéroe y digo: “Alguien tiene que hablar sobre la bomba atómica en Instagram”. No me da vergüenza. Lo estoy haciendo por mi negocio, estoy experimentando para llevarme algo de plata a fin de mes y ser un emprendedor que habla de lo bien que le va. Termino con palpitaciones, hiperventilo, me seco la cara con un pañuelo de tela. Cuarenta minutos es el tiempo que me lleva construir un reel. A la noche, antes de dormir, miro mi teléfono, tengo cientos de likes y diez seguidores nuevos, mi video se vio mucho, me preguntan cosas. Estoy contento, voy bien. “Ay, no, mañana tengo que hacerlo de nuevo” balbuceo en la cama. Siento la angustia en el pecho.

Sábado 7: A mis tareas cotidianas ahora se les suma la de hacer un reel sobre la bomba atómica. Intento hacerlo a la mañana –los expertos recomiendan probar distintos horarios, dicen que así se llega a otros públicos– y paso cerca de una hora haciéndolo. Es terrible, me cuesta muchísimo. Me pongo a ver los reels de otros y, cuando me doy cuenta, pasaron dos horas, tengo los ojos destruidos, me duele todo el cuerpo. Grabo rápido y me saco la cosa de encima. Me doy cuenta de que no es esta la forma en la que tengo que hacerlo, pero no puedo hacer otra cosa. Lo importante es seguir. Eso me digo.

Domingo 8: No, los emprendedores no pueden tomarse un domingo. Al mediodía, entre los ravioles y el café, me encierro en el baño a grabar mi reel. Anoche no dormí pensando en buenas ideas. No puedo hacer nada. La edición perfecta se me hace imposible, el celular se traba, encuentro que muchos recomiendan usar aplicaciones que yo no puedo instalar. ¿En qué momento me volví una persona que quiere que el tiempo vuelva atrás? Es terrible. Grabo un reel en el que hablo rápido y no se me entiende nada.

La cajita feliz de Santi Maratea

Lunes 9: Mis amigos se burlan. Me mandan mensajes de Whatsapp diciendo: “Eh, no hay reel hoy”. Yo no les respondo, no puedo. Mi tiempo frente al celu es para mi reel. No duermo pensando en eso. Trato de grabar tranquilo, me pongo nervioso, le pego a la pared, no puedo hablar del momento fatídico en el que el presidente Truman le da el ok a la bomba si estoy en pasando por una crisis nerviosa. ¿O sí puedo? Me digo que el estado nervioso es ideal. Grito y mi reel es una bola de enojo confusa y tremenda.

Martes 10: Otra noche sin dormir. Esto no es bueno. No estoy comiendo bien, no puedo hacer ejercicio. Pienso en mis reels y no puedo pensar en otra cosa. No puedo ser un emprendedor así. Hago un masaje thai y estoy pensando en la bomba. Esto es un desastre.

Miércoles 11: Abandoné mi proyecto de los veintiún reels. Un amigo me sugiere que no me angustie, que contrate a un community manager. Yo digo que no, que no tengo suficiente trabajo para costear algo así. Entonces no hago nada. No entiendo cómo mejorar. Mientras espero que alguien contrate mis servicios de masajista, me digo que, tal vez, tengo que usar estrategias publicitarias más sencillas. Salgo a repartir volantes. Creo que una persona me mira pensando que estoy ofreciendo masajes sexuales o algo así. Me da miedo y me vuelvo a casa. No entiendo qué hacer. ¿Quién me mandó a querer ser emprendedor? ¿Dónde está el camino al éxito? Esas son las preguntas que me hago ahora que no pienso en mis reels ni en la bomba atómica. Qué fracaso es fracasar hasta en ser un instagrammer estrella, oh my god.

 

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