Hace 30 años un hecho inédito sacudió la televisión argentina: un coro de famosos integrado por figuras tan diversas como Jorge Guinzburg, Alejandro Dolina, China Zorrilla, Pappo, Bernardo Neustadt, Julián Weich, Victor Hugo Morales, Fernando Bravo, Enrique Pinti, Mario Pergolini, Reina Reech, Luis Alberto Spinetta, Horacio Fontova y una infinidad de otras figuras cantó durante 5 minutos “La Juez Barú Barú Budía es lo más grande que hay”.
Esta especie de Live Aid de cabotaje fue una protesta contra la censura sufrida por Tato Bores a instancias de una acción judicial iniciada por la jueza María Romilda Servini de Cubría. En un sketch de Tato de América se ironizaba sobre una multa irrisoria a la que fue condenada Servini por irregularidades en el “caso Yoma”, una causa sobre lavado de narcodólares vinculada al entorno más cercano del entonces presidente Carlos Menem. Servini se habría enterado de la existencia de ese segmento por un llamado anónimo, y presentó un recurso ante la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal, la que decidió la censura de dos segmentos. El programa salió al aire con dos “baches” de placas negras con la leyenda “Censura Judicial”.
Hay quienes parecen creer que lo que pasó la semana pasada con el programa de Viviana Canosa sería un caso similar: Canosa planeaba presentar un video de una protesta contra el ministro de Economía Sergio Massa, material que fue objetado por las autoridades del canal (de histórica cercanía con el funcionario, por lo menos desde sus épocas de intendente de Tigre). ¿Pero es tan así? ¿Estamos ante un caso de censura? Y más allá de la caracterización: ¿Fue la decisión correcta? ¿Corre peligro la libertad de expresión, como denuncian las caras visibles de la derecha argentina?
En primer lugar, tendríamos que definir de qué hablamos cuando nos referimos a la libertad de expresión. No es algo que se pueda resolver en un párrafo o dos, es una cuestión compleja que es objeto de estudio de diversas disciplinas. Pero haremos un intento: la libertad de expresión es uno de los derechos fundantes del orden liberal, y comprende tanto la libertad de expresar ideas y opiniones como la de escucharlas.
¿Quiere esto decir que en una sociedad liberal todo el mundo tiene derecho a decir cualquier cosa? Por supuesto que no: una amenaza es un acto discursivo pero a nadie se le ocurriría protegerlo, por dar el ejemplo más obvio. De hecho, una de las primeras formulaciones del derecho es el artículo 11 de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano aprobada durante la Revolución Francesa: “todo ciudadano puede hablar, escribir y publicar libremente, excepto cuando tenga que responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley”. Un par de años después Estados Unidos aprobaría la Primera Enmienda a su constitución, que entre otros puntos establece que “El Congreso no podrá hacer ninguna ley (…) limitando la libertad de expresión, ni de prensa; (…)”.
¿Estamos ante un caso de censura? Y más allá de la caracterización: ¿Fue la decisión correcta? ¿Corre peligro la libertad de expresión, como denuncian las caras visibles de la derecha argentina?
En ambos casos, la protección es contra la acción del Estado, algo atendible en el siglo XVIII, cuando la norma en Europa era el absolutismo monárquico. Por eso entienden la libertad en sentido negativo: no se puede prohibir ese derecho. Y aún así, está prevista la posibilidad de consecuencias cuando un discurso cause un daño: la libertad de expresión no significa ser libre de toda consecuencia. Lo prohibido es la censura previa, no el castigo de un delito.
Por supuesto, a partir del siglo XX y la consolidación de empresas de medios, el principal obstáculo a la libre expresión dejó de ser la acción del Estado: son las propias empresas las que limitan los discursos que puedan afectar sus intereses. Y de poco sirve la garantía de no intervención del Estado (cuando se cumple) si la mayoría de las personas no tienen a su alcance la participación en medios.
¿Y qué hacemos con Canosa? Bueno, podríamos pensarlo desde esa lógica: un medio decidió que su programa no coincidía con su línea editorial y decidió frenar su emisión. ¿Podría la derecha argentina oponerse a que alguien haga uso de su potestad como empresario?
Bueno, sí: representantes incluso de la derecha “moderada” como la UCR salieron en defensa de la libertad de expresión. Es curioso que una línea editorial partidizada no les moleste en otros medios. Al fin y al cabo, Clarín o La Nación no parecen tener muchos peronistas en sus nóminas. ¿Es tan distinto echar a una persona de no contratarla en primer lugar? La diferencia parecería ser solo formal.
Y la hipocresía se multiplica cuando tenemos en cuenta que cuando la principal coalición opositora fue gobierno persecución a voces disidentes fue feroz: tanto la purga de periodistas de medios públicos (explícitamente por sus posiciones políticas: “te revisamos el Twitter”) como la presión sobre las empresas de medios opositores (que llevaron a alejar a periodistas como Horacio Verbitsky y Roberto Navarro de sus espacios), llegando a encarcelar a los dueños del principal canal de noticias opositor. También se buscó el cese de operaciones de la cooperativa que recuperó el diario Tiempo Argentino. Y fuera del periodismo también la libre expresión fue y es castigada por los mismos sectores: desde la prohibición del lenguaje no binario en las escuelas de CABA hasta el joven jujeño que fue preso por gritar “Macri Gato”.
Pero más allá de la hipocresía que representa esto de los políticos que se embanderan en la libertad de expresión, esta no solo está condicionada por gobiernos y empresas. La propia Canosa, hace apenas unos meses, echó al ex legislador Jorge Yoma de su programa por sus opiniones.
Y más allá del ejercicio de poder puntual que representa echar un invitado, en numerosas ocasiones se ha encargado de ser la cara más visible de las nuevas derechas autoritarias: recordemos cuando llevó a su estudio a la médica negacionista Chinda Brandolino a mentir sobre vacunas y aborto, o cuando consumió dioxido de cloro en vivo, o cuando arremetió gratuitamente contra la identidad de género de Flor de la V para luego hablar de “Transtornados”.
Por supuesto, vivir en una sociedad donde circulan estos discursos es inseguro para quienes somos sus víctimas, y esa inseguridad es a su vez un límite a nuestra propia libertad de expresión: es imposible expresar ideas si tenés miedo de existir en público por miedo a la violencia incentivada por estas voces. Parecería que no existe una posición neutra en el debate por la libertad de expresión: si un discurso efectivamente colabora con la cancelación de otros, no existe una manera en la que todos puedan expresarse libremente en simultáneo. La única decisión posible sería cuál de los discursos en disputa elegimos privilegiar. No se puede, como proponía el ex presidente Eduardo Duhalde, respetar “al que quiere a Videla y al que no”.
¿Entonces estuvo bien echar a Canosa, teniendo en cuenta su rol de propagandista del fascismo? Honestamente, la situación no me termina de convencer. En primer lugar, porque no tardará en encontrar su espacio en algún otro medio que busque su público reaccionario. Mi apuesta es por LN+. Pero en segundo lugar, esto podría no ser necesario. De hecho, la persecución del macrismo a voces críticas sólo las fortaleció: de ahí salieron medios como Futurock, El Cohete a la Luna o El Destape, que hoy se autofinancian sin depender del Estado ni de los grandes grupos económicos. ¿Por qué pensar que Canosa y su más de medio millón de seguidores de Twitter no pueden hacer algo equivalente? Es ridículo hablar de que se busca silenciar a Canosa porque efectivamente esta no está ni estará en silencio.
Por supuesto, vivir en una sociedad donde circulan estos discursos es inseguro para quienes somos sus víctimas, y esa inseguridad es a su vez un límite a nuestra propia libertad de expresión: es imposible expresar ideas si tenés miedo de existir en público por miedo a la violencia incentivada por estas voces.
En todo caso, si nos interesara mejorar la redistribución de la palabra en nuestra sociedad, un mejor ejercicio sería buscar quienes sí están fuera de los espacios de comunicación. Las personas trans venimos ganando algunos lugares, aunque todavía cuesta que nos acepten fuera de espacios de entretenimiento. Pero hay otras comunidades (sin ir más lejos: los pobres) que tienen un acceso nulo a los espacios de comunicación, y hay algunos lugares (como el análisis político) que todavía son la reserva casi absoluta de varones blancos cis y una larga lista de etcéteras.
Si la prioridad fuera la libertad de expresión, estaríamos tratando de acercar los micrófonos a quienes no los tienen, no discutiendo el despido de una comunicadora. Dime qué silencio te indigna y te diré quien eres.