El día del fatídico cruce de Brasil contra Croacia, el diario deportivo brasilero Lance publicó este meme en su cuenta de Instagram, preguntándose dónde poner una eventual sexta estrella en el escudo de la verdeamarela:
Por supuesto, una mufa de este calibre no podía salir impune, y Brasil fue eliminado de la Copa apenas unas horas más tarde. El sueño del hexa no podrá ser, el sueño de alcanzar a Alemania tendrá que esperar.
Momento. ¿Alcanzar a Alemania? Sí: contra la creencia popular, Alemania tiene seis copas del mundo, seguida por Brasil con cinco, y más atrás Italia y Estados Unidos con cuatro. Tras el pelotón de dos copas (que incluye a Argentina, Uruguay y Francia), cierran el club de los campeones Inglaterra, España, Japón y Noruega con una por cabeza.
No, no estoy contando una realidad alternativa ni vengo del futuro. Sencillamente estoy contando TODAS las Copas del Mundo. No, no las medallas olìmpicas que Uruguay elige reconocer con estrellas: estoy sumando los historiales en Copas del Mundo masculinas y femeninas.
Es evidente que el fútbol masculino en nuestro país es un negocio fabuloso, no hay motivos para que una actividad redituable no subsidie a otra que hoy no rinde pero que tiene muchísimo potencial de crecimiento. Si los clubes no están a la altura, deberá ser la AFA la que distribuya los recursos necesarios.
¿Por qué elegimos segregar a los títulos masculinos y femeninos en el historial? Al fin y al cabo, en otras competencias (como los Juegos Olímpicos) no hacemos diferencias entre trofeos por género. De hecho, le damos reconocimiento oficial a torneos de validez mucho más dudosa. Además de las estrellas uruguayas (no, hermanos charrúas, las medallas olímpicas no son mundiales, nadie más las cuenta, ni tampoco trofeos de Copa Confederaciones ni la Finalissima, ni nada) tenemos el antecedente de Boca, que entre sus 73 estrellas cuenta más de una decena de trofeos de distintas asociaciones amateurs, incluyendo maravillas como dos ediciones de la Copa Competencia Jockey Club. Sin embargo, su escudo no reconoce los veintiséis (SI, VEINTISEIS) títulos femeninos obtenidos en poco más de 30 años.
Esto puede parecer una estupidez, pero no es menor. Por supuesto que de todos los déficits que sufre el fútbol femenino de nuestro país, este es posiblemente el menos importante. Si bien hace años que se profesionalizó la actividad, lo cierto es que los sueldos para las futbolistas son paupérrimos (unos $37.000 BRUTOS al mes), y casi la mitad de las jugadoras de la primera división lo hacen sin recibir compensación alguna. A nivel selección, no podemos dejar de recordar la denuncia contra el técnico Diego Guacci, acusado por cinco jugadoras de acoso sexual y conductas abusivas. Pese a la contundencia de las pruebas y los testimonios en su contra, Guacci fue absuelto por la FIFA. Y la precariedad de las condiciones en las que compiten las futbolistas argentinas también tiene víctimas fatales: hace unos meses un accidente automovilístico se llevó la vida de Juliana Gómez, jugadora de Argentino de Merlo: en vez de trasladarse en micros como cualquier equipo masculino, las deportistas eran trasladadas en autos particulares. El que traía a Gómez volcó en el camino de vuelta tras disputar un partido en Rafaela.
Está claro que las necesidades urgentes del deporte son materiales y no simbólicas, pero al mismo tiempo el fútbol como espectáculo se rige por los símbolos. Le damos importancia a determinadas competencias y no a otras porque existe un acuerdo tácito en la comunidad, no algún parámetro objetivo de grandeza. Tal vez si los títulos femeninos estuvieran a la par de los masculinos y no segregados en su categoría especial habría más voluntad para hacer aparecer los recursos necesarios.
También es cierto que en muchos casos los clubes (muchos de ellos asfixiados económicamente) no tienen dinero para destinarle a una actividad que al día de hoy es deficitaria, pero eso puede subsanarse. Es evidente que el fútbol masculino en nuestro país es un negocio fabuloso, no hay motivos para que una actividad redituable no subsidie a otra que hoy no rinde pero que tiene muchísimo potencial de crecimiento. Si los clubes no están a la altura, deberá ser la AFA la que distribuya los recursos necesarios.
Y sí, en el plano internacional, unificar los historiales de trofeos nos aleja más de la cima: Estados Unidos se vuelve potencia, Alemania supera el récord de Brasil, y por atrás nos empiezan a respirar en la nuca Japón y Noruega. Pero creo que es la única manera: en la medida que sigamos pensando al fútbol femenino como un fútbol “de segunda” no vamos a tener incentivo para destinar los recursos que hacen falta para que nuestras jugadoras se vuelvan competitivas.
Como mínimo, pensemoslo como una inversión en felicidad. Un mundial cada cuatro años es muy poco. ¿No sería mucho mejor tener DOS en el mismo período, sin que uno sea considerado una competencia menor? El año que viene tenemos una nueva oportunidad de entrar en un estado de éxtasis colectivo. Les esperamos el 24 de julio de 2023, cuando Argentina se enfrente a Italia en Auckland, a las 3 de la mañana de Argentina, en lo que promete ser un partidazo.