La historia que se retrata es sencilla y comprende un cóctel soñado para los tecnócratas de estas latitudes: emprendedurismo, paraísos fiscales en el caribe y, por supuesto, estafas. En mayo de 2017 iba a efectuarse en Exuma, Bahamas, el ampliamente promocionado por redes sociales Fyre Festival, evento para posicionar la app de booking de artistas Fyre. Con un lineup que contaba con bandas como Blink 182 (primera alarma) y Major Lazer (segunda alarma) y con paquetes de alojamiento y cabañas en la playa, prometía ser el festival más exclusivo del mundo.
Pero todo salió mal. Para los que hayan estado atentos a twitter o instagram por aquella época podrán recordar la catarata de imágenes que se indexaban bajo el hashtag #fyrefraud: sandwiches feos en bandejas de tergopol, carpas precarias arruinadas por los vientos huracanados del caribe, niños ricos encerrados en una pequeña sala de espera llorando porque por primera vez la burbuja de filtros de sus beneficios se pinchó. ¿Qué había pasado con la promesa de los videos promocionales que mostraban las playas bucólicas del caribe, llenas de simpáticos cerditos y súper modelos bailando en bikini? ¿Qué había sucedido entre la promesa de que por las módicas sumas de al menos 5000 dólares se podía escuchar música en la playa y comer sushi junto a Bella Hadid y Emily Rajtakowski en una isla que había pertenecido a Pablo Escobar y ese presente de sed, calor y hambre que los influencers que habían comprado sus tickets vivían en Exuma? Esa distancia es la que viene a mostrarnos el documental Fyre.
Es debido a la obsesiva compulsión por grabar cada aspecto de su vida por parte de los organizadores Billy McFarland y el rapero Ja Rule -como de la casta de aspirantes a influencers que asistieron- que Smith pudo reconstruir con precisión los dos momentos claves del festival: la grabación del estrafalario spot publicitario con el que lanzaron la campaña en redes y el estrepitoso fracaso en el que el Fyre Festival se convirtió cuando sus asistentes tocaron tierra. Entre el fraude y la baja de las bandas del lineup, el festival se pospuso, los vuelos se cancelaron y la mayoría de los visitantes quedó varado en Bahamas. Los pujantes millennials se vieron eyectados a un estado de naturaleza hobbesiano para el que no estaban preparados, y como único modo de supervivencia encontraron el mismo mecanismo que los empujó a esas condiciones: la cámara de su celular y hacer que todo explote en redes.

Según los testimonios que presenta el documental el Fyre Festival sucedió dos veces (punto para Marx): primero como farsa, el video promocional con sus modelos, y luego como tragedia, el improvisado aborto (ya se puede decir estafa) que se montó en Exuma. En el medio podemos ver la cocina todo lo que iba a salir mal: un McFarland volando desde Bahamas reiteradamente a Nueva York y Miami a manguear más guita para financiar el festival y no tener que cobrarle a los influencers invitados, el invento de cobros extra a los asistentes para generar liquidez y el ruego constante a los trabajadores bahameños que trabajaban a contrarreloj de que resistan, que sigan trabajando aunque nunca iban a cobrar un dólar. Si algo de esto le suena familiar al lector argentino no es coincidencia, el discurso del emprendedor se articula de manera similar en los cuarteles de Pensar como las oficinas de Fyre en Nueva York.
En el presente McFarland es el único condenado y está cumpliendo una sentencia de seis años en Ottisville, Orange County, New York, aunque dentro de algunas de la demandas grupales del 2017 aparecieron nombres como el de Kendall Jenner y Bella Hadid. La razón es que violando los requerimientos de la Trade Federal Comission (TFC) nunca explicitaron en sus cuentas que se trataba de publicidad y que recibieron hasta 250.000 dólares por el post. Fyre, el documental, revela de manera trágica los límites de la promoción por parte de los influencers y cómo fueron sus mismos canales de comunicación los que desenmascaran el vacío de una cultura monetarizada de las apariencias que oculta lo real hasta que el monstruo “muerde su propia cola”.