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El ocaso de los criptocosos

Uno de mis pecados es tener demasiadas pestañas de navegador abiertas al mismo tiempo. Últimamente una de ellas suele ser una comparativa de precios de placas de vídeo. Estoy esperando a que estén dadas las condiciones para comprar una nueva, porque en los últimos meses son de los pocos productos cuyo precio en pesos argentinos tiende a la baja. Una baja sostenida y considerable, ya que estamos:

El fenómeno tiene que ver con que estas placas, vitales para gamers y para quienes hacen trabajos gráficos intensivos en sus PCs, estuvieron imposibles de conseguir en los últimos años. El factor principal fue el acaparamiento de parte de los mineros de criptomonedas

Vamos a hacer un “Cripto para dummies”, para lectores que no estén al tanto. Al fin y al cabo, algo que se propone como una alternativa económica revolucionaria y democratizadora no debería ser TAN difícil de entender. Como decía Raúl Scalabrini Ortíz: “Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo.”

Una criptomoneda es un activo digital artificialmente escaso y de gestión distribuida. A diferencia de otras formas de “dinero digital”, como un saldo en una cuenta bancaria, una criptomoneda no es una cantidad abstracta de dinero: solo hay acuñada una cantidad limitada, y cada instancia está individualizada. Imaginemos la versión digital de un billete concreto e individual con su número de serie.

Como decía Raúl Scalabrini Ortíz: “Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo.”

¿Y cómo sabemos a quién pertenece cada criptomoneda? Cada transacción se registra en un documento contable llamado blockchain. A diferencia de un libro contable tradicional, este se encuentra duplicado entre distintas entidades independientes, no tiene un dueño central. En teoría, cualquiera puede aportar su computadora a realizar tareas de validación. En los hechos, las blockchains más populares (Bitcoin y Ethereum) utilizan al día de hoy un sistema que demanda una capacidad de computación muy por encima de cualquier computadora de escritorio normal. A cambio de prestar el servicio de validación, estos usuarios son recompensados con nuevas monedas que se van acuñando procedimentalmente según un algoritmo preestablecido. A esto se le llama minería, y para esto compraron tantas placas de video: para el tipo de cálculo que exigen las blockchains es más eficiente usar procesadores gráficos (que poseen miles de núcleos de menor potencia) que procesadores generalistas. 

Mantener funcionando esa estructura de servidores gigantes consume electricidad, tanto para alimentar esa cantidad de placas como para refrigerarlas. Por ese motivo los mineros han buscado establecerse en países con energía subsidiada o muy barata, como Islandia, China (donde la actividad fue prohibida hace un año, pero continua de manera clandestina)… o Argentina. Y por supuesto, ese consumo eléctrico trae aparejada una enorme emisión de gases de invernadero a la atmósfera.

Por supuesto, que las placas de video bajen de precio es síntoma de que ese negocio no está en su mejor momento. Mientras escribo estas líneas, este es el panorama de las monedas de mayor capitalización de mercado (en rojo, todas las que cotizan en baja):

 

Y no se trata de bajas diarias. El 8 de noviembre pasado, Bitcoin tocó un pico de 67.000 dólares. Hoy está largamente por debajo de la mitad de ese valor. En Ethereum la caída es aún más violenta: de 4800 dólares a menos de 2000 en estos seis meses. 

De más está decir que una moneda que se devalúa a ese ritmo (muy superior al del peso argentino), difícilmente sirva como medio de intercambio. Es que en general, no se utiliza para realizar pagos de forma directa: además de la volatilidad del precio, el tiempo que demora la transacción es muy superior al que toma una operación de tarjeta de crédito o débito. Según este artículo de ayuda de la criptobilletera Paxful, puede demorar entre cinco minutos y una hora. Poco práctico para las compras del super, siendo generosos. Más aún teniendo en cuenta la volatilidad del precio de las criptos, que en una hora pueden haber cambiado de precio de manera considerable. No es de extrañar que casi no existan precios “nativos” en cripto.

Por supuesto, para los cryptofans, donde hay una necesidad nace un mercado. Para el problema de la volatilidad surgieron las “stablecoins”: cryptomonedas convertibles, con valores anclados al dolar. Hay distintos sabores de estas, pero fundamentalmente hay dos clases: algunas (como Tether) están respaldadas con reservas de dólares u otros activos equivalentes a la cantidad de monedas emitidas (aunque hay quienes discuten la veracidad de ese respaldo). Pero también hubo experimentos con “stablecoins algoritmicas”, como Terra USD (conocido como $UST). 

Mantener funcionando esa estructura de servidores gigantes consume electricidad, tanto para alimentar esa cantidad de placas como para refrigerarlas. Por ese motivo los mineros han buscado establecerse en países con energía subsidiada o muy barata, como Islandia, China (donde la actividad fue prohibida hace un año, pero continua de manera clandestina)… o Argentina. Y por supuesto, ese consumo eléctrico trae aparejada una enorme emisión de gases de invernadero a la atmósfera.

La idea detrás de Terra era que la emisión de UST (su moneda anclada al dolar) se compensaba con emisión o destrucción de Luna, otra moneda de valor flotante. Si se emitía UST, se debía quemar un valor equivalente de Luna. Si el valor de Luna subía, los tenedores de UST tendrían un incentivo para quemarlos y así emitir Luna. Un mecanismo de relojería áltamente sofisticado que no podía fallar. Pero falló. 

La mayor parte del stock de UST estaba depositado en Anchor, un protocolo que prometía rendimientos del 20% anual en dólares. Sí, leíste bien. Para peor, durante los últimos años las tasas de interés de la reserva federal estadounidense estuvieron por el piso, habilitando a especuladores a obtener dinero prestado a costo mínimo, que en muchísimos casos se destinó a esta clase de apuestas de alto riesgo. Era plata gratis… hasta que a principios de mayo la FED anunció la subida de las tasas de interés, iniciando la huida de especuladores hacia inversiones tradicionales más seguras.

El 9 de ese mes arrancó una corrida contra UST de tal magnitud que la emisión de Luna se descontroló, tirándola a un espiral de la muerte. UST cayó irremediablemente de su paridad con el dólar. Fue una especie de 2001 crypto, con corralito incluído cuando varias billeteras limitaron la capacidad de retirar esas monedas. En cuestión de horas se hicieron polvo fortunas. El impacto arrastró a buena parte del ecosistema crypto. Es que Terra no era una moneda desconocida, sino que estaba en el top 10 del mercado por su capitalización.

Las reacciones al colapso fueron diversas. Por un lado, hubo quienes clamaron pidiendo regulación al mercado crypto. Raro, teniendo en cuenta que la razón de ser de las criptomonedas es la ausencia de dicha regulación. De hecho, la figura política más vinculada al mundo crypto es Javier Milei. ¿Se estarán dando cuenta quienes llaman a quemar el Banco Central que esa clase de instituciones tiene un sentido? Difícil. Al fin y al cabo, UST no será el último caso de promesas de rendimiento fabuloso (e implausible) en el mundo crypto. Mientras investigaba para esta nota, sin ir más lejos, me encontré con esta oferta para invertir en DAI, otra stablecoin atada al dólar:

Pero también hubo otras voces que llamaron a accionar de diversas maneras. Por ejemplo, pidiendo rescate para ahorristas damnificados por Luna, o invitando a fortalecer las cryptos más establecidas como Bitcoin. O sea: quienes abrazan una visión absolutamente individualista de la existencia llaman al altruismo para sostener una divisa digital, contra todo pronóstico.

Pero creo que hay que leer más allá de las palabras concretas. Cuando yo leo cryptofans llamando a proteger su espacio de esa manera, entiendo que lo que están queriendo proteger es una comunidad. Por algo el mantra de los cryptoacólitos es HODL (una deformación de “hold”, “sostener”, o sea “no vender”). HODLear es seguir siendo parte. Es no abandonar un grupo de pertenencia, aún ante una crisis actual o inminente. Ningún experto en inversiones de verdad llamaría a no vender jamás, con una fe que rivaliza con la de predicadores del apocalipsis inminente. Las decisiones financieras se toman fríamente, sin cariño hacia los activos. Esto es distinto.

Tal vez sea, justamente, que los cryptofans no están meramente invirtiendo. Están comprando un lugar en una comunidad que no exige más que dinero. Tal vez por eso el mundo crypto se superpone tanto con el metaverso, y por eso mismo existe una brecha de género tan fuerte en ese espacio: con la progresiva disolución de espacios sociales homogeneizadores (como el club de barrio, el local partidario, las iglesias o los sindicatos) y su remplazo por opciones de consumo, los varones jóvenes en particular tienen relativamente pocas oportunidades de formar lazos horizontales y solidarios.

Como al principio de esta nota, puede ser momento de volver a Scalabrini Ortiz y sobre todo a El Hombre que Está Solo y Espera, esa meditación premonitoria sobre la masculinidad tóxica hoy exacerbada por el capitalismo tardío. Muchas de las palabras con las que Scalabrini describe a los varones de la Buenos Aires del 30 (en plena crisis económica, y con el Yrigoyenismo caído en desgracia) son perfectamente aplicables hoy. Y en particular este párrafo sobre las apuestas:

Ninguno de ellos codicia dinero, aunque todos hablan de él como del objeto de sus devaneos. Todos los timberos tienen la certeza de que en el juego no harán fortuna. Un carrerista sabe que al final de las ocho reuniones el Jockey Club les ha substraído más del cincuenta y cinco por ciento del dinero jugado, pero ellos no buscan dinero. “Hermano, dice uno. No hay emoción parecida al de una llegada en que los burros se acercan al disco apareados…” Hablan de sus emociones y no de sus peculios.

A lo mejor, si no encontramos una explicación económica en algunas conductas, es porque la respuesta no está en la economía. Tal vez la crisis a la que nos enfrentamos sea existencial antes que financiera.

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