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Érase una vez en Europa: elecciones, neofascismo y fantasmas

Como viene ocurriendo de manera ininterrumpida desde 1979 y cada cinco años, a fines de mayo pasado tuvieron lugar las elecciones al Parlamento Europeo, uno de los órganos legislativos de la Unión Europea.

Con las tensiones ideológicas y sociales y la complejidad de cualquier organismo supranacional —en este caso, uno integrado por 28 estados—, muchos/as parecen coincidir en que la UE atraviesa su punto de mayor fragilidad en décadas. Una incertidumbre causada, en gran parte, por el avance de sectores de ultraderecha que con cantos de sirena euroescépticos terminan por atraer a muchos de los marginados (y no tanto) del sistema.

Como lo hiciera un viejo fantasma alguna vez —y siempre dispuesta a volver en tiempos de crisis—, la pregunta del para qué recorre la Europa del siglo XXI. ¿Para qué seguir sosteniendo un bloque regional que no resuelve los problemas de sus habitantes? ¿Cuáles son los beneficios que trae? ¿Quiénes ganan y quiénes pierden con su continuidad?

Hablamos al respecto con Gerhard Dilger, director de la oficina regional de la Fundación Rosa Luxemburgo en Buenos Aires, y Juan Elman, periodista especializado en política internacional.

Juan, al referirte en Twitter a la situación en Europa mencionaste algunas veces “la falta de una única narrativa para explicar lo que pasa”. ¿Podés ampliar?

Juan Elman: En Europa conviven discursos xenófobos que reclaman más soberanía junto con discursos que piden por más acciones contra el cambio climático, otros que piden un espacio europeo más integrado y fuerte hacia el resto del mundo y otros que impulsan una idea de región más solidaria y justa socialmente. Esas narrativas son encarnadas por diferentes líderes, de países para nada despreciables. Los cuatro países más grandes están gobernados por Angela Merkel, que encarna el status quo de la Unión; Emmanuel Macron, que pide reformarla; Pedro Sánchez, que impulsa una mirada más socialdemócrata; y Matteo Salvini, que no quiere saber nada con ceder soberanía y que rechaza el proyecto europeo como tal (NdR: esta nota fue hecha antes del cambio de gobierno en Italia, a principios de septiembre; Salvini es ahora opositor). Al mismo tiempo Los Verdes (el grupo parlamentario ecologista) gana terreno en los países del Norte. Y esto es solo para poner un ejemplo.

Gerhard, la participación en las elecciones europeas venía descendiendo a un ritmo acelerado desde 1979. Este año hubo un repunte con respecto a las de 2014 (de 42,61% pasó a 50.94 %). ¿Esto puede indicar un compromiso mayor en tiempos de incertidumbre para el continente, o es ser optimista?

Gerhard Dilger: Está en marcha una repolitización, gracias, sobre todo, a una concientización sobre las amenazas que representan la ultraderecha para la democracia, y la crisis “climática”, reconocidas muy bien por muchísimxs jóvenes. Pero también aumenta el voto-protesta nacionalista, reacción al neoliberalismo globalista impulsado por los conservadores y los socialdemócratas que dominaron la Comisión Europea en las últimas décadas.

La Fundación Rosa Luxemburgo, de la que formás parte, está ligada al partido Die Linke en Alemania y al bloque de GUE-NGL en el Parlamento Europeo (Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica, uno de los siete bloques actuales). ¿Qué balance hacen desde ese sector con respecto a estas elecciones?        

GD: La Izquierda Europea ha perdido más de una cuarta parte de sus escaños, retrocediendo a 41 (sobre 751). El resultado de poco más del 5 % es una derrota incuestionable y alarmante y se debe a la falta de un mensaje claro y a contradicciones internas. Lo mismo vale, en relación al Brexit,  para el Partido Laborista de Jeremy Corbyn, más progresista que el resto de las fuerzas socialdemócratas. Die Linke sigue dividida entre un campo más “movimientista”, que retoma las luchas sociales por la vivienda, las pensiones, y un salario mínimo digno, la justicia climática o los derechos para lxs refugiadxs, y una propuesta más “nacional-clasista”, de Sahra Wagenknecht, que abandonará la presidencia del grupo parlamentario en Berlín dentro de pocos meses.

Y, viendo las reacciones, todavía no ha llegado el momento en que estas izquierdas muy heterogéneas se junten para pensar estrategias inteligentes contra la ultra derecha —ahí sí, pensando en un gran frente “democrático”— o contra el neoliberalismo con tintes neocoloniales de liberales y conservadores, que se expresa, por ejemplo, en el mal llamado Tratado de Libre Comercio con el Mercosur que la Comisión Europea insiste en negociar con Bolsonaro y Macri.

Pareciera que en Europa, como en el resto del mundo, la tendencia es ir hacia la polarización, y los términos medios quedan disueltos. Tanto la ultraderecha como Los Verdes fueron los protagonistas en estas elecciones, con las diferencias y particularidades de cada país. ¿Están de acuerdo con esta visión?

JE: No, no estoy de acuerdo. Creo que la clave de estas elecciones fue la fragmentación más que la polarización. La propia irrupción de Los Verdes y la buena performance de los liberales europeístas lo confirman. Europa es cada vez menos gobernada por las dos grandes familias de la izquierda y la derecha.

GD: En Alemania, efectivamente, los Verdes han conseguido posicionarse como el partido anti-ultraderecha más coherente en temas como migración o cambio climático. Pero también son una fuerza de centro, pro-Unión-Europea y liberal, propulsora del capitalismo verde, lo que los hace perfectamente compatibles con la derecha tradicional y neoliberales como Merkel o Macron. En Francia e Italia, evidentemente, se puede observar la hecatombe de una izquierda reformista que se rindió totalmente al neoliberalismo en la últimas décadas (en Grecia, se acuñó la expresión PASOKización), un proceso que los socialdemócratas alemanes parecen estar repitiendo ahora mismo. Pero un proyecto caudillista como el de (Jean-Luc) Mélenchon, con Francia Insumisa, tampoco es la solución.

Si tuvieran que establecer las tres prioridades para Europa en la actualidad, ¿cuáles serían?

GD: Combatir el fascismo. Construir una Europa social y antineoliberal. Trabajar en una transformación social-ecológica.

JE: Estabilidad de la zona Euro (controlar a países como Italia, por ejemplo). Lidiar con China y la cuestión tecnológica (el 5G es apenas un elemento). Lograr una agenda común para reactivar la Unión Europea ante el contexto global, donde Estados Unidos ya no es un socio con el cual contar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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