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¿Es la Web 3.0 una red descentralizada?

Como el prócer no acertó en una sola de sus fantasías concebidas y ejecutadas a destiempo —es decir, cuando las condiciones se oponían a las mismas—, la enseñanza oficial invirtió los términos y en lugar de proponer a Rivadavia como el hombre que actuaba a destiempo, lo propuso como el hombre que se adelantó a su tiempo de manera tal que del desacuerdo de las cosas de Rivadavia con el tiempo, tiene la culpa el tiempo y no Rivadavia. Y también los que actuaron a tiempo. (…) Es como si dijéramos que el tiempo estuvo mal porque llovió cuando nos olvidamos el paraguas, y no nosotros, que no llevamos el paraguas cuando llovía.

Se me ocurren pocas maneras más eficaces de destrozar la idea de que alguien está “adelantado a su tiempo” que esto que escribió Arturo Jauretche sobre Bernardino Rivadavia. Un poco así me sentí cuando vi la participación de Santiago Maratea en El Cónclave con Tomás Rebord hace un par de semanas. En particular, sus afirmaciones sobre la Web3 como “el futuro” de la Argentina, y sus retruques a cualquier crítica.

Las afirmaciones de Maratea generaron muchísimo debate en las redes, sobre todo porque mucha gente no entiende qué significa Web3.  El propio Maratea la definió durante el Cónclave como “todo lo que está relacionado a la blockchain, las cryptos, las DAOs”. Sobre algunos de estos temas ya escribí en Ponele. Pero creo que estaría bueno profundizar.

La primera versión de la Web sale de la imaginación de Tim Berners-Lee en 1990, como una forma de comunicación basada en hipertexto (un texto con enlaces, como este que estás leyendo). La promesa era un mundo en el que cualquiera pudiera tener su servidor y publicar ahí lo que quisiera, sin restricciones. Pero esa visión se topó con un problema estructural: si bien en los 80s la mayoría de los usuarios de computadoras tenía conocimientos de programación, a partir de los 90s la llegada masiva de un nuevo público hizo que esa idea se hundiera. Más aún, la complejización de las páginas web (originalmente sólo de texto, pero cada vez con más elementos multimedia) hizo que terminaran acaparando el nuevo espacio los actores concentrados: medios masivos, empresas multinacionales, etc.

A mediados de los 2000s se comenzó a hablar de Web 2.0 para hablar de nuevas tendencias en el espacio: las redes sociales, la construcción colaborativa de conocimiento a través de Wikis, los medios creados a partir de contenido de usuarios como YouTube, los agregadores de noticias. Si bien hubo una serie de tecnologías que habilitaron muchas de estas nuevas aplicaciones, el mayor cambio tuvo que ver con los usos sociales. 

Y llegamos a la Web3. ¿Qué sería Web3? Bueno, lo más triste del asunto es que la definición de Maratea es de las mejores: no existe una definición concreta y definitiva. Tal vez si la palabra que definió la Web 2.0 fue “social”, para la tercera versión sus defensores proponen “descentralizada”. 

¿Pero qué significa “descentralizar”? Según los impulsores del mundillo Crypto, un efecto de la Web 2.0 fue concentrar el poder en pocas plataformas: Facebook, Google, Twitter, etc. En un mundo descentralizado no existiría esa concentración de poder. Y la herramienta que proponen es la blockchain, un gran registro distribuido de operaciones.

¿Y qué aplicaciones podríamos lograr gracias a la blockchain que hoy no estén disponibles? Dejando de lado las criptomonedas… no mucho. Muchos dirán que todavía no vemos el potencial porque es algo muy nuevo, pero no es TAN así. La Web original existe desde 1990. Para 1994 ya se habían fundado gigantes como Yahoo y Amazon. En 1996 ya se podían leer diarios argentinos en la red. En 1999 se fundó MercadoLibre. 

¿Qué sería Web3? Bueno, lo más triste del asunto es que la definición de Maratea es de las mejores: no existe una definición concreta y definitiva. Tal vez si la palabra que definió la Web 2.0 fue “social”, para la tercera versión sus defensores proponen “descentralizada”. 

Mientras tanto, Bitcoin existe hace 13 años, Ethereum hace 7, y seguimos sin ver grandes implementaciones prácticas fuera de la especulación financiera.

Uno de los campos en los que más se intenta hacer pie con estas tecnologías es el de los videojuegos. Axie Infinity, Thetan Arena o Splinterlands son distintos ejemplos de juegos que usan la blockchain para gestionar su economía. Sin embargo, están ausentes de las plataformas más grandes. Steam, el mayor distribuidor de juegos de PC, explícitamente prohíbe juegos que utilicen blockchain, NFTs, u otras tecnologías crypto. Y no es que sean especialmente exigentes con sus contenidos: su catálogo está plagado de juegos porno y basuras hechas en pocos días para capitalizar la visibilidad. El mismo lugar que permite la existencia de “obras maestras” como Hot Mom o Limousine Parking Simulator se opone a la existencia de cryptojuegos por un motivo sencillo: la cantidad de estafas que plagan el sector.

Es que los cryptojuegos tienen el mismo problema que todo el ecosistema crypto: son una burbuja. Requieren una “inversión” inicial importante, con la promesa de que jugando se podrá recuperar esa plata cobrando criptomonedas o NFTs coleccionables y transables. Pero por supuesto, si todo el mundo decidiera cambiar esos token por plata de verdad, la economía de esos mundos virtuales se iría a pique. Si no ves el problema con esto, tengo un montón de Zoe Cash y hasta un terreno en Saturno para venderte.

En el Cónclave, Maratea habló de DAOs. Específicamente, dijo que quería que su fundación funcionara como una DAO ¿Qué es esto? Dao significa “Organización Autónoma Descentralizada”. En los hechos, significa que la organización se maneja a través de tokens virtuales, como si fueran acciones en una empresa. Por ejemplo, una DAO podría establecer que para las votaciones de asamblea cada token habilita un voto. A diferencia de métodos analógicos para hacer lo mismo, la presencia de estos tokens en la blockchain significaría un mayor nivel de seguridad: no se puede engañar a un smart contract.

Spoiler: se puede. La primera DAO (llamada nada menos que “The DAO”) se fundó en 2016 como un instrumento de inversión de riesgo (sí, todo nos lleva siempre a la timba financiera). La idea era que quienes participaban de ese fondo común podrían decidir sobre el destino de sus inversiones a través de sus tokens. 

El lanzamiento de The DAO fue el 30 de abril de 2016. En pocos días acumuló el equivalente en Ether a 150 millones de dólares. Pero la alegría duró poco.

El 17 de junio de 2016, menos de dos meses después de su lanzamiento, The DAO fue hackeada. Unos 50 millones de dólares fueron transferidos a una cuenta externa. Tras un debate interno, la decisión de Ethereum fue… retrotraer la operación. ¿Pero no era que, justamente, lo que entra a la blockchain no puede ser borrado? Efectivamente es así, por lo que lo que se hizo fue crear una nueva blockchain, que partiera de la situación anterior al ataque. Por eso hoy existen dos cadenas separadas “Ethereum” y “Ethereum Classic”, siendo esta última la que incluye los resultados del hackeo. Al final, cuando se tocan los intereses de los poderosos, la blockchain no es ni tan neutral ni tan inalterable.

Ni tan descentralizada, ya que estamos. La idea de que cualquiera puede tener su propio nodo validador (las computadoras que sirven de estructura para la cadena) es tan fantasiosa como la idea original de que todo el mundo tenga un servidor web en su casa. En estas semanas Ethereum completó su transición del modelo “Proof of Work” al de “Proof of Stake”. Esto es bueno: ya no hace falta tener miles de computadoras funcionando todo el día y consumiendo electricidad para validar operaciones. Gracias a esto, el impacto ambiental es muchísimo menor, y lo celebramos. El problema es que el nuevo sistema (traducible como “prueba de apuesta”) se basa en que las operaciones sólo pueden ser validadas como quienes YA poseen una cantidad de monedas depositadas. O sea, es un sistema bajo el control de quienes ya son poderosos.

Dao significa “Organización Autónoma Descentralizada”. En los hechos, significa que la organización se maneja a través de tokens virtuales, como si fueran acciones en una empresa. Por ejemplo, una DAO podría establecer que para las votaciones de asamblea cada token habilita un voto. A diferencia de métodos analógicos para hacer lo mismo, la presencia de estos tokens en la blockchain significaría un mayor nivel de seguridad: no se puede engañar a un smart contract.

Y ni siquiera son nuevos poderosos, eh: JP Morgan tiene una inversión millonaria en infraestructura crítica de Ethereum. El 60% de los nodos de la red están ubicados en EEUU y Alemania, y más de la mitad corren su software en la nube de Amazon. Quienes controlan el mundo crypto son los mismos poderosos de siempre, con algunos socios menores.

¿Entonces no hay alternativas al imperio de las Big Tech? De hecho, sí. Si hablamos específicamente de herramientas web y redes sociales descentralizadas, ya hablé en otra ocasión sobre Mastodon y el Fediverso, una red de redes sociales que se comunican entre si a través de protocolos abiertos (¡Síganme allá!, soy zetasole@mastodon.lol). Otras opciones son Pixelfed (un clon de Instagram) y PeerTube (un clon de Youtube). Dato: ninguna de estas redes utiliza blockchains, NFTs u otras tecnologías crypto.

Pero la escasa adopción de estas plataformas nos lleva a una realización CASI inevitable: el problema de la acumulación de poder no tiene que ver principalmente con un problema técnico, sino que es parte de la naturaleza del capitalismo. La promesa de un futuro despolitizado, “sin grieta”, es atractivo para muchos “techbros”, pero es una fantasía. Los comportamientos humanos no son reducibles a algoritmos.

Entonces, si descentralizar nuestra vida digital no requiere de estas tecnologías, ¿cuál es el verdadero cambio que estas impulsan? Para mi está claro: meterle tokens transables a todo no descentraliza, sino que refuerza el proceso de financierización de todas las facetas de la vida. La verdadera promesa del mundo crypto no es un mundo descentralizado, sino uno en el que todas nuestras horas de ocio, de creatividad, de interacción social, devengan en activos digitales monetizables. Un mundo en el que nada se hace por placer, sino que todo se hace para crear más tokens timbeables, porque eso es lo que hace una persona seria. 

¿Saben qué? Mejor denme el terreno en Saturno. Plantar tomates en el espacio suena muchísimo mejor que esta distopía tecnocapitalista.

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