El primer punto entonces es dejar claro que feminismo e islam no son necesariamente incompatibles. De hecho, el Corán puede ser fuente de reivindicaciones que apuntan a criticar el orden patriarcal en muy diferentes contextos. En este sentido, es muy útil como primera aproximación el artículo “Feminismos islámicos” de la socióloga y activista Zahra Ali, así como la compilación de textos publicada con el mismo título por Ali en 2012. En este último libro accedemos además a autoras que escriben desde contextos y países muy diferentes: Francia, Malasia, Egipto, Irán o Siria.
Tres partes y tres fuentes del feminismo islámico
Las feministas islámicas trabajan por lo menos en tres campos diferentes. En primer lugar, releen en clave feminista la jurisprudencia islámica y la exégesis coránica, con el objetivo de refutar las interpretaciones masculinas y sexistas de los textos. En segundo lugar, ponen en primer plano el rol de las mujeres en la historia del islam y de las sociedades musulmanas y apuntan a construir un saber “de mujeres sobre las mujeres”. El objetivo es romper con las interpretaciones patriarcales, pero también con la imagen monolítica y ahistórica del islam que circula en las sociedades occidentales. En tercer lugar, las feministas islámicas elaboran un pensamiento feminista sobre los principios fundamentales de justicia e igualdad que forman parte de una reforma del pensamiento musulmán ortodoxo.
Ahora bien, no todas las personas comprometidas con este trabajo intelectual tienen los mismos objetivos, de allí que se hable de feminismos islámicos en plural. Ali propone sintetizarlas en tres posturas. La “reformista tradicional” es mayoritaria en círculos intelectuales religiosos con una lectura igualitarista. Esta postura afirma la igualdad espiritual de las mujeres y los hombres y concibe sus funciones, derechos y deberes como diferentes pero equivalentes, no jerarquizados. La segunda postura es denominada “reformista radical” y apunta a volver a los principios fundamentales del islam para afirmar la igualdad de hombres y mujeres entendidos como sujetos, sin atribuirles roles ni funciones sociales diferentes. La tercera postura es la “reformista liberal” que toma al islam como un conjunto de principios filosóficos y éticos, que se viven y formulan de manera subjetiva más allá de las prescripciones legales y formales.
Feministas y antimperialistas
Las tres posturas evocadas reúnen en cada caso a militantes con trayectorias muy diferentes. Algunas estuvieron cerca de la militancia islamista, por ejemplo en Irán, y se apoyan en el Corán para criticar las políticas gubernamentales así como el sexismo de los hombres con quienes militan o militaron. Así, confrontan con las interpretaciones dominantes del islam. La crítica del feminismo islámico puede centrarse también contra los depositarios de la autoridad religiosa, que a menudo cometen injusticias en contra de las mujeres en nombre del islam. Pero también las mujeres critican la instrumentación pura y dura de la religión en el marco de disputas políticas.
En otros contextos, la batalla principal de las feministas islámicas es oponerse tanto a la autoridad patriarcal, a la vez teológica y política, como a los discursos conservadores y extremistas sobre las mujeres, pero también ante ciertas reacciones laicas liberales.
En efecto, las feministas islámicas están en una situación delicada ante el argumento que ellas tratan de refutar y que afirma que el feminismo sería “occidental”. Para las feministas islámicas la idea de que el feminismo es occidental es difundida por las y los que no tienen perspectiva histórica y que muchas veces utilizan esa idea con el objetivo de deslegitimarlas.
En un contexto en el que la mujer musulmana tapada y velada ha sido elevada a arquetipo de víctima del sexismo, despojada de toda capacidad de actuar, los feminismos islámicos vienen a introducir una nota discordante. Y a mostrar, como mínimo, que la palabra y las prácticas religiosas y militantes de las mujeres musulmanas son duramente invisibilizadas.