¿Hay algo más político que el carnaval? En Brasil, más allá de los estereotipos y las críticas moralistas como la que realizó el presidente Bolsonaro la semana pasada, no se trata de una simple manifestación folclórica. El carnaval es una de las expresiones más subversivas de la cultura popular. Es el momento para destronar los valores y jerarquías establecidos.
Y este año, el carnaval de Río, el primero justamente después de la elección del nuevo presidente, fue especialmente carnavalesco. El triunfo la semana pasada se lo llevó la escola do samba más contestaría, Mangueira, después de varios días de competencia festiva en el Sambódromo de Río.
El desfile de Mangueira fue calificado por los críticos como épico, con una trama dedicada a los héroes anónimos de la historia brasileña y una mirada política y reivindicativa que conmovió al público. La carroza de Mangueira llevaba una bandera con la leyenda “dictadura asesina”.
El gran teórico literario del carnaval, Mikhaïl Bkhtine, que conceptualizó “lo carnavalesco” en la obra de Rabalais afirmaba que el carnaval implica una inversión entre lo alto y lo bajo. Fundamentalmente entre los dominantes y los dominados. Y es exactamente eso lo que puso en escena Mangueira, al invertir la historia oficial y los símbolos patrióticos, representando a los héroes populares que no figuran en los libros escolares, como Dandara la guerrera negra, esposa de Zumbi dos Palmares, el líder de la revuelta de los esclavos en el siglo XVII.
Mangueira reivindicó en su presentación a los hombres y mujeres negros, pero también indígenas. Una lectura de la historia que por fin honra a los verdaderos constructores del Brasil en un país cuyo actual presidente afirma que “los negros no sirven más que para reproducirse” y que, el primer día de su mandato, excluyó a los indígenas de las decisiones sobre sus territorios
Pero Mangueira también invirtió el sentido de la bandera brasileña. El amarillo se transformó en rosa, y el famoso “orden y progreso” fue reemplazado por “A los indígenas, a los negros y a los pobres”. En síntesis, a todos aquellos apuntados por los ataques del programa político de Bolsonaro. Podrían haber agregado también “a las mujeres”, definidas como raza inferior por el presidente brasileño que no duda en repetir que “después de haber tenido cuatro niños estaba un poco débil y tuve una nena”.
Justamente, en respuesta al sexismo de Bolsonaro, Magueira eligió una reina simbólica del carnaval: Marielle Franco. La diputada de Rio de Janeiro, militante por los derechos de las minorías, asesinada el 14 de marzo de 2018 y cuyo crimen, en el que habría participado como financista de la banda uno de los hijos del presidente, aún no fue esclarecido ni juzgado.
Durante el carnaval, Bolsonaro, que vio en pocas semanas caer su imagen positiva del 70% al 39%, recibió un golpe certero. Por eso, a través de una serie de declaraciones el presidente brasileño atacó al carnaval y denunció sus supuestas “derivas”. Y no dudó en tuitear un video de un hombre orinando a otro en una calle para que “el pueblo tome conciencia y defina sus prioridades”.
Pero con ese posteo viral sobre la “lluvia dorada” el presidente se transformó en el más carnavalesco de todos. Al invertir la educación y la grosería, las funciones más altas y las más bajas, se destronó a sí mismo.