2021: Un amigo, sabiendo de mi fanatismo por las notas graciosas, me manda un artículo de un medio cordobés. La periodista danesa Louise Fischer, para una nota radial, va a cubrir cómo reabre un club swinger al irse relajando las medidas sanitarias contra el COVID-19. La periodista pregunta y uno de los del “Swingcland” –un club que está cerca de Copenhague– la invita a vivir una verdadera experiencia swinger. Louise acepta y termina teniendo relaciones carnales en las que sale gimiendo al aire, en un programa de radio un lunes a las ocho de la mañana. No hay un mínimo de censura, pueden escucharse los golpeteos de un cuerpo contra el otro.
1997: Estoy en el colegio, en quinto grado. Le pido a la profesora ir al baño y me dice que tendría que haber ido en el recreo. Me tiro un pedo, la profesora lo escucha, me dice que soy un asqueroso y me echa del aula. Sufro censura y opresión.
1984: Prince saca el álbum Purple Rain. Una de las canciones es “Darling Nikki”, sobre una ninfómana. A partir de esa y otras canciones lujuriosas en Estados Unidos inventan algo llamado el Centro de Información Musical para Padres (PMRC, por sus siglas en ingles). Arman una “lista de quince canciones sucias”. Exigen que los álbumes que tengan esas canciones vengan con un aviso de contenido sexual explicito. Sufren censura.
2020: Un club famoso de BDSM, el berlinés “Kit Kat Club”, pasa a ser un centro de testeo de coronavirus. Los dueños intentan no perder su antiguo espíritu liberal e invitan a testearse con el lema “Venid desnudos & sed salvajes”. Se ven obligados a aclarar en redes sociales que el lema era un chiste para llamar la atención de sus clientes, que nadie vaya desnudo ni se haga el loco, que eso los llenaría de denuncias. No es claro si hay censura, todo se vuelve confuso.
2021: Dos días después de leer el artículo y reírme con mi amigo, un lunes a la tarde, estoy solo en casa recorriendo el Twitter de Radio 4, de donde, según leo, no bajaron el tuit con el programa de radio en el que Louise Fischer gime. Lo encuentro, no entiendo una sola palabra en dos minutos de audio. La única parte que logro captar es la de los gemidos y los palmoteos. Leo artículos donde dicen que los padres de la periodista la felicitaron, los jefes le dijeron que fue valiente e innovadora. No hay censura, y es aplaudida por instituciones laborales y familiares por haber entregado su cuerpo para hacer una nota.
1995: Estoy en el colegio, en tercer grado. Un profesor de música me está retando por mal comportamiento. Estamos solos en un aula vacía. Mientras me grita, eructo en su cara. Me mandan a firmar el cuaderno disciplina. Sufro censura y opresión.
2013: El escritor Juan Sklar publica en la revista La Única –medio digital que ya no existe– un relato llamado “Sexo turista”. Es un registro de cómo había construido un producto turístico atípico al llevar a extranjeros a prostíbulos, clubs swingers, a ver a prostitutas trans en Los Rosedales y otras cosas. Su toque particular era meterse en el tour, participar y divertir a los turistas: aceptar, por poner un ejemplo, tener relaciones con un hombre travestido atrás de un árbol a cambio de doscientos dólares. El texto es la entrada para que Sklar publique dos novelas muy buenas y hoy sea un autor respetable. No es censurado en lo más mínimo, al contrario.
2021: Cuatro días después. Vuelvo a hablar con mi amigo. Le digo que tengo sentimientos encontrados, que no estoy seguro de que me parezca bien lo de Louise. Discutimos por WhatsApp. Me dice que no sea viejo, que fue gracioso, que no sea pacato. Me manda stickers que hizo con la cara de Louise. Pregunta si prefiero la censura. Creo que no, que no prefiero la censura. Me manda un video de “el niño poeta chileno”. No lo veo. No le hablo más a mi amigo. No me divierte que nadie se escandalice por lo de Louise, eso quiero decirle. No me parece gracioso si no hay censura. No quiero que esté la censura. Pero no le veo la gracia cuando no hay, es aburrido, no hay desafío. A la madrugada me despierto y le mando un audio de cinco minutos diciendo todo eso. A la mañana me doy cuenta de que en la confusión se lo mandé a mi novia. Ella me pregunta quién es Louise. Yo le digo que una conocida. Hay censura. Aunque no entiendo bien por qué. ¿Qué estoy ocultando? ¿Qué placer secreto me da la censura? No entiendo nada. Solo tengo preguntas.