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Glovo, capitalismo de plataformas para el Tercer Mundo

El capitalismo de plataformas no para de avanzar en el país: a la tristemente célebre Rappi y la uruguaya PedidosYa se le suma Glovo, la start up con sede en Barcelona que se desparrama por África, Europa Central y América Latina, en donde Buenos Aires es la base. Su presidente y fundador es Òscar Pierre, un catalán de 26 años, hijo y nieto de empresarios, que, luego de recibirse de ingeniero aeronáutico, decidió que los aviones lo aburrían.

Foto: Javier González Toledo

Vida y destino de startupper

En su tiempo libre Òscar fundó Zikkomo, una ONG que ofrecía becas a mujeres que tenían que interrumpir sus estudios. Juntó un poco de plata para la causa organizando torneos entre amigos pero también se aburrió de esto: “No soy de cosas, sino de experiencias. Nunca he pedido un euro a mi familia para mis proyectos personales. Pero claro que he vivido con mis padres hasta hace tres meses”. En un viaje a San Francisco descubrió Postmates y se le ocurrió copiarlos: “En ese momento fue el boom de Uber y de AirBnb, pensé entonces en qué más podríamos cargarnos a los intermediarios y hacer las cosas más accesibles y salió una empresa de reparto”. Fue a buscar financiación a Linkedin y dio con cuatro business angels que le permitieron juntar 100.000 euros en dos meses. En 2015 lanzó Glovo.

La empresa estuvo a punto de cerrar dos veces y tuvo que pivotear mucho para encontrar su destino. De la entrega de productos de lujo debió pasar a la comida y cerrar acuerdos de exclusividad con restoranes. Luego, repartió los costos entre los clientes, los comercios y los repartidores, que deben pagar por usar la app: “Nuestro negocio tiene tres patas (tiendas, repartidores y clientes) y no puede ser que solo paguen dos. Son colaboradores, la plataforma les aporta una serie de beneficios, y esto nos ayuda a que parcialmente cubran esta infraestructura. Y es una cosa que ellos entendieron, y que hacen otras plataformas como Uber o Airbnb”.

La app de la periferia

Entonces comenzó la expansión: Italia, primero; luego Latinoamérica y África. “Glovo se ha atrevido con lugares que ni Deliveroo ni Uber Eat han tocado, como África o países como Guatemala, Ucrania, Costa Rica o Georgia. Para nosotros tiene más sentido explorar un Kazajistán que un Londres”. Hoy llegan a más de 75 ciudades en 20 países, proyectan entrar a Medio Oriente y buscan expandir sus negocios con Glovo Business (para envíos entre empresas) y SuperGlovo (su propio supermercado para compras online, que no llegará a Argentina: la empresa tiene acuerdos con Disco y Jumbo, y la inflación desbocada complica el retail).

En 2018 la facturación de Glovo fue de 80 millones de euros de ingresos, pese a que sus previsiones se acercaban a los 100 millones y dio 9 millones de pérdidas. Como toda startup, por ahora crece pidiendo plata: la última ronda de financiación fue de 115 millones de euros. “El desgaste emocional es brutal. Te vas a pedir dinero a Londres o a París, delante de auténticos tiburones, y les sigues pareciendo africano por venir de España”. Por eso mismo, dice Pierre, Glovo está muy por debajo de la paridad de género: “El dinero lamentablemente lo tienes que negociar con tiburones. Aquí no hay vallas para las mujeres pero, de media, hay más hombres en roles de business”

No digas trabajador

En España, Glovo tiene a 400 empleados y miles de lo que Pierre llama “socios”: los 5.600 comercios con los que pactó el reparto de productos y los más de 7.000 repartidores que entregan los productos. Para Pierre los repartidores no son trabajadores, son glovers, colaboradores de la plataforma que pagan 2 euros cada quince días por usar la app: “Nosotros lo tenemos muy claro. Un glover es un colaborador, y por lo tanto no le puedes obligar a hacer nada. Otras plataformas quizás piden que los repartidores satisfagan más las necesidades de los clientes. En nuestro caso no es así. Si quieren tardar media hora o una hora, o si quieren dejar de hacer el pedido, son libres, y nuestro servicio de atención al cliente no le puede obligar a hacer nada, porque en el momento en que lo hiciera dejaría de ser una relación mercantil y pasaría a ser una relación laboral. Obviamente hay ciertas normas para que el servicio sea bueno y respetuoso”.

Al principio Glovo pagaba 3,75 euros por pedido a los repartidores y cobraba 4,5 al consumidor. En 2017 cambió el sistema: bajó el precio al usuario y pasó a pagar 2,80 € por pedido, variable por distancia y horario. Hace poco la app introdujo otro cambio: valorar más la puntuación del consumidor que la entrega en sí a la hora de asignar más pedidos. “Con solo que un cliente me dé mala puntuación -explica un glover-, por ejemplo porque el restaurante me entrega el pedido incorrectamente o tarde, a mí me puntúan de manera negativa. Esto provoca que en los próximos días pase a trabajar la mitad de horas”.

Pero para Òscar esta inestabilidad forma parte de la vibrante experiencia de Glovo: “El tema de la flexibilidad se infravalora pero es muy importante. Poder decidir cuándo, cómo y dónde trabajas es fundamental. Estoy seguro de que cada vez habrá más gente que dirá que no quiere tener jefes, no querrá tener horarios, y tendrá diferentes vías de ingresos: hará clases, trabajará como glover, pondrá su piso en Airbnb… Esta es la tendencia del futuro”.

Como al general Perón, a Òscar le gusta considerarse el primer glover: “Yo hago habitualmente el trabajo de repartidor para estar en contacto con los glovers. Y mi hermano pequeño lo empezará a hacer, porque quiere viajar este verano. Y sí, lo haría si necesitara un ingreso extra. Es una manera muy fácil y rápida de empezar a ingresar”.

I fought the law

Desgraciadamente, no todos comparten la sociología del trabajo de Òscar. La Inspección del trabajo de Valencia consideró que los glovers son asalariados. El tribunal de Valencia ya había obligado a Deliveroo a reconocer a sus repartidores como falsos autónomos. Más tarde, un tribunal en Madrid le dio la razón a Glovo. Pierre ha reconocido que si la justicia llegara a determinar que los repartidores son asalariados, “sería una faena, pero nos adaptaríamos, veríamos la manera, cambiaríamos radicalmente el perfil del mensajero. La flexibilidad no se debería perder”. Para evitar otro susto en la justicia, Glovo formó un Departamento de Políticas Públicas para hacer lobby.

Glovers del mundo

En julio del año pasado circuló por la prensa y las redes la foto de un glover durmiendo en la calle. Era Isaac, un español de 24 años que sufrió un desalojo, se bajó la app y, después de una jornada de repartir a pie o con una bicicleta prestada, dormía en las veredas del barrio de Gracia, en Barcelona. Esperaba juntar 180 euros. Un alquiler en Barcelona no baja de 300 euros.

Poco después, en septiembre, glovers de diferentes ciudades españolas comenzaron a protestar por las condiciones de trabajo. Primero Valladolid, sin mucho éxito; luego Zaragoza, donde colapsaron a la app y lograron bonos nocturnos y una remuneración por kilómetro recorrido; luego Madrid, donde pararon la app por media hora y se concentraron en la plaza Glorieta de Bilbao; finalmente, la protesta llegó a Barcelona, la patria de Glovo, en donde más de cien glovers marcharon y obligaron a la empresa a desactivar el centro de la ciudad como punto de reparto. “Tengo ansiedad, están jugando con mis ingresos”, dijo uno de los manifestantes, “lo primero que hago todos los días nada más despertarme es mirar la aplicación. Yo sé que he llevado hasta droga. Es lo que sucede cuando das la posibilidad de llevar cualquier tipo de paquete sin poder comprobarlo”.

Las oficinas de Glovo contrataron seguridad privada y Pierre dobló el precio de pago por pedido y ofreción un extra de 50 euros durante el tiempo que duraba la protesta. “Con los glovers no estamos generando lugares de trabajo fijos -admite Òscar- Somos una solución para la gente que necesita un ingreso adicional. Eso queda demostrado con el hecho de que la media de horas que hacen los repartidores es muy baja, entre dos y tres horas al día. De los que menos se quejan los glovers es de lo que ganan por pedido, que de media es cinco euros. Creo que es un dinero justo por un trabajo que es intenso pero sencillo. Y ellos están de acuerdo, porque si no lo estuvieran no querrían trabajar con nosotros. Somos una solución, y esto nos emociona mucho, porque creemos que estamos cambiando el mundo”.

Este verano Pierre estuvo de visita por Argentina y se reunió con el presidente Macri: “Sí, se habló del tema laboral -le dijo al diario La Nación- Macri sabe qué es lo que viene”.

Nosotros tambien, Òscar. Que gane el mejor.

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