Con el cadáver de la Superfinal todavía enfriándose, es prematuro sacar conclusiones definitivas sobre cómo seguirá la traslación del mundo Boca por la constelación del fútbol.
Como bostero y antiangelicista desde el principio, agradezco el final para los Mellizos como técnicos, para Tévez como ídolo y para Gago como jugador de fútbol. Tenemos que parar de quemar ídolos porque nos vamos a quedar sólo con Román.
Hecha esa aclaración, quedan dando vueltas algunas cuestiones tras el triunfo del equipo de Marcelo Gallardo que vimos casi todos y todas por la tele.
¿Es el final del angelicismo en Boca? No lo creo.
Para lo que no habrá final por ahora, parece, es para el simpatizante de Huracán que conduce los destinos del club de la Ribera desde hace siete años. A un año exacto de las elecciones en Boca, Angelici difícilmente pierda, aunque ya no sea él quien gobierne.
Ya instaló como candidato para sucederlo a Cristian Gribaudo, ex diputado nacional del PRO, actual presidente del Instituto de Previsión Social de la Provincia de María Eugenia Vidal.
Hincha confeso de Independiente, Gribaudo aparece declarando frente al micrófono del oficialista Tato Aguilera de TyC siempre que tiene un hueco. La movida de campaña es sutil pero empezó hace más de un año. A medida que el Tano ganó más y más visibilidad dado el carnaval carioca de la AFA pre y pos Rusia 2018, Gribaudo comenzó a ganar protagonismo.
El angelicismo en Boca –es decir, el macrismo en Boca- tiene desde hace años una fuerte llegada en los socios del Interior a través de las peñas, que inclina la balanza de los comicios, además de desbaratar antes de que nazca cualquier proyecto eleccionario que le salga a competir. En ese sentido, Boca repite el comportamiento de la Ciudad de Buenos Aires, eligiendo por default lo malo conocido.
Desde este espacio de bronca, hartazgo y violencia contenida, seguimos esperando que Juan Román Riquelme cumpla su deseo de ser presidente del club, más allá de sus picados recientes en la Casa Rosada. Aunque quizás precisamente por ellos debamos tener esperanzas.
¿ River le ganó “a todos”, como afirman sus hinchas? Ni de cerca.
Circuló mucho esa afirmación en redes sociales, incluso antes del empate por la ida en la Bombonera. Ahora, en el esperable y merecido walk of shame que debemos tolerar les bosteres en redes aunque también en persona –algún rasgo del siglo XX todavía perdura en la población-, la épica riverplatense ha llegado a su Everest.
Y lo hizo sin tener que volver a pasar por la traumática experiencia de jugarse todo en su cancha y frente a su gente, como aquella vez del descenso contra Belgrano. Porque los fantasmas no existen, pero que los hay los hay.
Si no recuerdo mal, Piglia decía que en Argentina tenemos una inusitada pasión por los complots. Todo lo relativo a la suspensión del partido en el Monumental confirma esa afirmación.
El no-operativo de seguridad que terminó con vidrio en el ojo de Pablo Pérez, así como las idas y venidas con el partido, pero sobre todo la exportación a España del partido más importante de la historia del profesionalismo argentino demuestra una capacidad acuerdista inédita por parte de la institución que conduce Rodolfo D’Onofrio.
¿Acaso en esa famosa reunión en Paraguay, lugar tan afecto por el presidente de River cuando de pedir los puntos se trata, lo amenazaron de muerte para mudar el partido a la cancha del Real Madrid, dejando a 60 mil de sus socios sin la chance de ser campeones contra Boca en su cancha?
¿Quizás tenga que ver esa diligente subordinación con las entradas y el dinero en efectivo que encontró la Policía en un allanamiento en la casa del líder de la barra brava millonaria?
¿Qué tal preguntarse por las gestiones que D’Onofrio está realizando para conseguir terrenos para construir un nuevo estadio? Esos negocios inmobiliarios que Rodríguez Larreta desarrolla con desesperación por toda la Capital siempre tienen beneficiarios oscuros, y la institución de Núñez probablemente obtenga siderales réditos.
Tal vez la rebeldía contra la injusticia que D’Onofrio decía proteger, la guardia alta gallardiana, se apaciguó cuando hablaron los números del futuro.
Último ángulo para que pensemos juntos: Eugenio Burzaco, Secretario del Ministerio de Seguridad de la Nación, es vocal titular en River. Diego Santilli, vicejefe de Gobierno de CABA, es hijo del histórico presidente del club. Cuando el hincha de River afirma haber jugado contra todos, excluiría a Macri, entiendo.
(Una reflexión al margen: tras esta final, la capacidad de mediación, gestión y lobby de la Conmebol evidencia que es un organismo mucho más poderoso a nivel sudamericano que el Mercosur).
¿Macri se ve afectado con el triunfo de River? En lo más mínimo.
Escuché a personas inteligentes afirmar que la derrota de Boca en esta final de Libertadores podía ser otro golpe al macrismo. Pasan los días y el Gobierno nacional sólo se extiende en la línea que de sus tres años de gestión: basculan entre la victimización, la gestualidad narcisista y más recientemente una abierta provocación de vergüenza ajena.
Macri es hincha de Boca pero a nivel político es hincha del Focus Group Club, fundado por Peña y Duran Barba. Cuesta creer que todavía haya que aclararlo. En su desfondada inutilidad comunicacional, Macri emite esos comentarios públicos en los que se comporta como hincha de Boca, punto.
Luego, ese fanatismo incontenible se refrena ante la abierta chance de presionar por el pedido de puntos para Boca, y así hundir en la ignominia al histórico rival. Hablamos del mismo Presidente que pone jueces de la Corte Suprema por decreto y escribe un historial de personalismos dignos del cristinismo triunfal reeleccionario. Es la misma persona.
A lo que voy es que nadie en este país incendiado va a votar con este Superclásico en la cabeza, nadie salvo, quizás, las 60 mil que fueron dos veces al Monumental para luego verla por Fox. Mientras, la lucha contra las barras bravas tan publicitada por Cambiemos se desvanece cuando los líderes de las hinchadas de ambos clubes viajaron tranquilos a Madrid.
Pero en la historia del fútbol nacional ha habido motivos mayores para que quien siga a su equipo evolucione cual Pokemón desde la enfervorización por el juego hacia el interés por la política.
Hoy el hincha de los clubes grandes espera y entiende el fútbol de un modo cada vez más europeo y marketinizado. El costo para poder acceder a la cancha o al mero consumo alrededor de sus equipos se incrementó tanto que ha desplazado hacia arriba de la pirámide poblacional.
En pocas palabras, las fuerzas democráticas (las y los socios) que definen las decisiones y direcciones de lo que pasa adentro y afuera de la cancha ahora son de clase media a media alta, sin arraigo popular, hiperbombardeados por la moral ordenada del espectáculo deportivo antes que la energía desbordada y violenta del fulbo.
La tristeza de los preservativos inflables gigantes con los colores de River y Boca que la gente zarandeaba en el Bernabéu el otro día indica el state of the art para la cultura popular durante el macrismo: exportada al vacío como bola de lomo premium, aunque adentro haya nomás un chorizo seco y ramplón, el cual exaltamos en el asado mundial que fue el G20.