El 3 de junio de 2015 las plazas de la ciudad y del país quedaron en silencio para escuchar un grito colectivo de protesta: ni una menos, vivas nos queremos. Esta fue la primera manifestación masiva en contra de los femicidios que ocurrían y siguen ocurriendo en Argentina. El femicidio que detonó el comienzo del movimiento fue el de Chiara Páez, la adolescente santafesina de 14 años y embarazada de tres meses cuyo cuerpo fue encontrado en el patio de la casa de su novio y asesino, Manuel Mansilla.
Año tras año el movimiento feminista de Argentina se reunió el 3 de junio en distintas plazas del país para reclamar su derecho a vivir, exigiendo medidas urgentes contra la violencia de género y reclamando la igualdad de derechos. También se protesta en contra de la complicidad estatal con las redes de trata y la violencia machista; se demanda tanto el cumpimiento y aplicación de la ley de Educación Sexual Integral como la legalización del aborto. Un punto importante dentro de lo que se exige es la publicación de estadísticas oficiales sobre los femicidios en Argentina, ya que no existe un registro oficial de los mismos. Los datos y números que se mencionan son relevados todos los años por la Organización No Gubernamental Casa del Encuentro. En un país donde una mujer muere cada 18 horas, por el simple hecho de ser mujer, es fundamental contar con estadísticas oficiales.
#NiUnaMenos 2018: los años pasan, el reclamo por nuestra vida persiste
Este año la marcha masiva en las calles fue el lunes 4 de junio, con las consigna “Vivas, libres y desendeudadas nos queremos”. Sin dejar de lado el histórico #3J que se viene dando hace ya 4 años, el Congreso de la Nación se tiñó de lucha, con la grabación de material audiovisual, mujeres unidas y gran cantidad de personas que firmaron cartas para los legisladores por la legalización del aborto. El colectivo Ni Una Menos llamó a asistir a ambas movilizaciones, porque estando en un momento tan políticamente crucial, y a casi una semana de la votación que podría determinar un logro importantísimo en el movimiento de mujeres, debemos mostrarnos unidas y organizadas.
La marcha fue una mezcla de verde y violeta, gritos de alegría al encontrar a tus amigas en la multitud, lágrimas de bronca al ver un grupo de compañeras levantando carteles con la cara y el nombre de mujeres que perdimos por las redes de trata -desaparecidas en democracia-, pañuelos, banderas y paraguas que resguardaban la lluvia que sólo nos alentaba a gritar más.
Hubo, también, hombres con bombos eclipsando el grito de las pibas, y sin falta presencié y enfrenté vendedores acosando mujeres con comentarios más que molestos y desagradables; aunque estas son cosas que vivimos día tras día. Ser tapadas por voces masculinas y sufrir acoso callejero son moneda corriente en la vida de una mujer, pero en los días como hoy, las marchas donde protestamos y exigimos que se nos escuche, estamos cambiando la realidad. Adelante de la agrupación y pese a algunos hombres sueltos que hacían ruido, hay diez grupos multitudinarios con mujeres en los altavoces, y pese a las diferentes ideologías políticas su grito termina siendo el mismo: vivas nos queremos. Hoy si un hombre acosa a una compañera hay muchas más alrededor listas para atacar. La contraofensiva de uniforme verde que no deja impune las actitudes machistas es emocionante.
Sin Aborto Legal, no hay Ni Una Menos
El derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y vidas debería ser tratado como una obviedad, un derecho esencial que a todas las personas les corresponde tener. Es por eso que el aborto ilegal es femicidio estatal: miles de mujeres y personas gestantes mueren desangradas en las villas por abortos clandestinos, con agujas de tejer, perchas y cualquier objeto que cumpla precariamente la función. Lo triste e irónico es que en la misma ciudad, hasta el mismo barrio, en una clínica privada una adolescente de clase alta está abortando con un médico certificado y con toda la seguridad necesari. Nadie muere, y la vergüenza se esconde (no se sorprendan si luego ven al padre de la muchacha quejándose en las redes por las villeras que no saben cerrar las piernas)
La doble moral religiosa de terceros no puede seguir reinando por sobre nuestras decisiones personales y vida propia, y en el #NiUnaMenos se pudo escuchar -además del repudio a las negociaciones con el FMI, porque la deuda es con nosotras y el presupuesto a la implementación de políticas de género es necesario- el pedido por la separación del Estado y la Iglesia, así como el grito por el aborto legal, seguro y gratuito.
El femicidio es parte de una cultura que piensa a la mujer como un objeto de consumo y no como una persona autónoma que puede decidir por sobre su propio cuerpo, y atraviesa todas las clases sociales, credos e ideologías. No es un asunto privado, es consecuencia de la legitimidad que los medios y discursos públicos le dan a la violencia social y cultural que sufrimos las mujeres. Es la naturalización de la sociedad ante la actitud machista de creer que un hombre tiene derecho sobre una mujer, que le pertenece, que pueden hacer lo que quieran, y que si dice un no que desafía la estructura que la hace víctima, la amenazan, golpean y matan para que eso no suceda. Y el hombre que viola y mata no es un “enfermo” o un error dentro de la sociedad, es el reflejo más puro de las bases machistas que tenemos arraigadas en nuestra cultura. Y son esas mismas las que debemos deconstruir todos los días.
El lunes 4 de junio el Congreso se vio inundado e incendiado de verde, de pasión feminista, de aullidos de guerreras que vinieron a luchar por ellas y sus compañeras, por las presentes y las que ya no están. Porque el patriarcado no se va a caer, lo vamos a tirar.
Agustina Carrera tiene 18 años y estudia ciencia política. Defiende y representa al colectivo LGBTIQ y lo milita en el día a día.
Fotos: Matìas Sastre