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Incluir para mejorar

En estos días, el uso de la lengua fue puesto en primer plano en portales de noticias y redes sociales. ¿El motivo? El Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires prohibió el uso del lenguaje inclusivo en todos los niveles, tanto de las escuelas públicas como privadas. La justificación es que, a partir de los bajos niveles obtenidos por los estudiantes en evaluaciones de lengua y literatura, decidieron “simplificar la forma en que los chicos aprenden, y sobre todo, la forma en que van incorporando el lenguaje” y “ordenar el uso del @, de la X, de la e”. Como se puede observar, justamente desde la perspectiva del análisis crítico del discurso, este enfoque ubica la causa del problema en los propios estudiantes.

Ante un problema de aprendizaje –en el que no se profundizará acá–, la propuesta del GCBA es simplificar la manera de enseñar negando formas que ya están efectivamente en uso, especialmente en esas franjas etarias. Esto no resulta razonable ni justificable desde ningún punto de vista.

Por un lado, la lingüística descriptiva, el enfoque más difundido y aceptado en la actualidad en el ámbito académico, plantea tomar lo que los hablantes realmente usan y describirlo, sistematizarlo, analizarlo, dentro de su contexto de uso. No se trata de negar el aspecto normativo en la enseñanza, sino de incluir en él lo que los hablantes van modificando de forma sistemática y relativamente regular (y en este caso, totalmente adrede y con justificaciones válidas). Perfectamente, este tema podría verse en Lengua dentro de los contenidos de las categorías gramaticales y los morfemas. Y hasta podría tomarse para diferenciar contextos de uso de lenguaje formal y coloquial.

La justificación es que, a partir de los bajos niveles obtenidos por los estudiantes en evaluaciones de lengua y literatura, decidieron “simplificar la forma en que los chicos aprenden, y sobre todo, la forma en que van incorporando el lenguaje” y “ordenar el uso del @, de la X, de la e”. Como se puede observar, justamente desde la perspectiva del análisis crítico del discurso, este enfoque ubica la causa del problema en los propios estudiantes.

Desde el punto de vista de la enseñanza de la literatura, nada mejor que enriquecerla con todos los juegos del lenguaje y mezclas que en ella se proponen y, en todo caso, tomarlo para explicar determinados temas. ¿O no nos acordamos con cariño de esas clases en las que leíamos a Girondo, a Arlt, a Cortázar, y analizábamos el lenguaje de la calle, los giros lingüísticos, lo lúdico, el humor? ¿O cuando veíamos el grotesco criollo y analizábamos el cocoliche o el lunfardo y la mezcla de culturas? Todo esto nos volvió más reflexivos y amplió nuestra mirada.

Por último, y probablemente el aspecto más importante, esta medida implica, dentro de las aulas, una reducción de derechos que ya fueron conquistados –a través de los colectivos feministas, la Ley de Identidad de Género y el Programa Nacional de Educación Sexual Integral, entre otros, vigentes hace varios años–. Las nuevas medidas representan una regresión no menor en este punto.

Desde la perspectiva pedagógica, haciéndonos cargo como adultos de un problema existente, qué mejor que incluir en lugar de censurar y, en todo caso, abrir espacios de debate. Esta mirada enriquecería y profundizaría mucho más el aprendizaje y el pensamiento crítico que esta vuelta al “de eso no se habla” que creíamos superado. El uso, tarde o temprano, ingresa a la norma; no lo retrasemos más.

Julieta Berardo

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