Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo.
Bashō
En mis paseos fugaces a comprar comida veo a la gente en sus balcones enrejados como pajareras agitando las alas. Estas noches todas las ventanas tienen luces; meses atrás me preguntaba dónde estaba la gente que vivía detrás de esas ventanas siempre oscuras y persianas bajas. No hay cines, no hay teatros, no hay librerías. Una calle Florida que no honra a la Ciudad de la Furia. El frenesí porteño ahora es como una tristeza metropolitana, un montón de calles que se ven como el final de una fiesta.
A Buenos Aires le dio un pico de estrés. Al mundo entero. Y ahora toda rutina normal queda interrumpida por la parálisis y la sumisión de la mente cansada.
Cuando leí por primera vez sobre el coronavirus, a fines del año pasado, lo charlamos con mi pareja de manera anecdótica y frívola. Él me citó aquella Ted Talk de su ídolo, Bill Gates, quien anticipó de manera explícita la amenaza venidera. Reflexionamos un rato como si se estuviera tratando de otra de esas historias únicamente válidas para la lejana África. Afuera la vida parecía seguir igual, excepto para China. Simplemente vaticinamos más inflación para Argentina, ya que cualquier fluctuación en los mercados siempre nos cachetea un poco. Nada fuera de lo habitual.
Pero la enfermedad empezó a arrasar con el mundo en hechos y pensamientos. Resulta difícil dimensionar su gravedad. Por momentos pareciera una puesta en escena de quienes manejan los hilos del mundo y, como en las películas de mafiosos, aprovechan los momentos de entretenimiento de la gente para hacer sus maniobras macabras; pero también podría suceder lo contrario, un paternalismo que nos cuida del miedo y el pánico. Y como nunca nos hicimos cargo de nosotros, ahora son aquellos los que nos cuidan. Los que, aun al día de hoy, toman más medidas destinadas a aliviar las repercusiones de los mercados mundiales que a detener la proliferación del virus.
Llevar la vida como una empresa, en la que la existencia es una competencia y uno se explota a sí mismo para hacer progresar al proyecto que se supone que es la propia vida. Eso cansa. Progreso, deadlines, proyectos, objetivos… palabras maquinales que se terminaron haciendo lugar en lo humano ¿Por qué tratarse a sí como amo y esclavo? ¿No hay suficiente adentro que hay que estar afuera, o es que la empresa cruzó la puerta, como en Casa Tomada, sin haberlo notado?
El hecho de estar vivo debería ser suficiente. Sin agobios, sin objetivos. Aun así, se eligen los parámetros de una falsa dicotomía en la que se toma el significado de la realidad a partir de palabras de otros, de falsos ídolos, de los medios de comunicación, de los padres, de la escuela. En las raíces de ese campo semántico encuentro que no son propias y se pierde la vida genuina hasta vivir la vida de acuerdo a lo ajeno.
Cuántas palabras prohibidas al punto de olvidarlas. La mejor forma de limitar el conocimiento para tomar el control. En la película de Godard, el Alpha 60 era quien transformaba el lenguaje de la Galaxia a fin de controlar la relación y las acciones de sus habitantes. Un lugar en donde el “por qué” estaba prohibido ya que las razones no eran necesarias sino más bien las consecuencias.
En este punto se pone de manifiesto el conflicto epistemológico en el que la máquina y las emociones entran en conflicto, siendo las últimas las únicas posibles de ser entendidas por el humano. Sin embargo, puede haber luz al final. El personaje principal usa la palabra escrita y hablada para “salvar a aquellos que lloran”, a quienes son capaces de emocionarse y librarse de la lógica del Alpha 60. La unión es la salida y la libertad.
El problema de la parálisis social es la sumisión del pensamiento. De qué fuentes bebemos, qué vemos, con quién dialogamos. Después de todo, estamos hechos de palabras, de silencios, de cuerpos que se chocan y repelen. El arte del pensamiento yace en la ética y la reflexión, donde realmente radica la excelencia. La opresión genera más individualismo, y así en el día a día de esta cuarentena se van rompiendo los puentes y se libera la epidemia de la desinformación.
La gente pidió que se frene todo, y así se hizo. Nos freezaron mientras el tiempo pasa y algunas empresas empezaron un imperio. Sin embargo aún hay unos pocos en la calle. Los mismos de siempre, los que no tienen nada que perder o los que ya perdieron todo; aquellos son los que verdaderamente sostienen todo esto.
El problema no es sublevarse, es la fantasía generalizada de querer ver un mundo Walking Dead, un espacio lleno de violencia en la que el otro es siempre mi enemigo. No llamo a la rebeldía, en la rebeldía hay sangre. El problema es la sumisión mental.
A la miseria no se la busca, se la deja pasar; y ahora conduce el mundo según lo conoce. Ya que nos encerraron/mos, sería favorable encontrar el sustento desde adentro, de la propia vida y lo fundamental. La capacidad de la vida interior es un trabajo intelectual.
Qué difícil nutrir la casa ser, en palabras de Steiner, desde la cual tenemos la única posibilidad de conocer la realidad. Muchas veces se desconoce lo que lleva a actuar de determinada manera y por eso se termina mirando Netflix y con charlas triviales en lugar de hacer lo que nos apremia. Dudo realmente que alguien disfrute mirar las redes sociales. Simplemente son seducciones, y como tales se vuelven insaciables, no satisfacen porque en última instancia se sabe que son sustitutos y no la cosa en sí misma. Y esa cosa tiene que ver con conocer el propio deseo.
Difícil conocerlo si durante años acallamos la voz interior para apropiarnos del discurso de afuera. Y así es como la voz del alma habla cada vez más bajo, como una canción que va terminando despacito. Pero lo que permanece vivo es la angustia, y aquella sí es real, y seguramente sea el último grito de lo verdadero en nosotros que se nos devela sin disfraces.
Desde este encierro podría abrir aquellas habitaciones largamente ignoradas y descubrir que aquella identidad pudo haber tenido mucho más de azar y accidente que de elecciones conscientes. Tal vez sea momento de habitar la libertad y vivir conscientes como sujetos deseantes. Tal vez el verdadero milagro suceda cuando se logre cambiar el orden de las cosas. Amor verdadero, virtudes, acuerdos, deseos, convivencia, necesidad, trabajos. Y no al revés.