Ilustración: Sukermercado
Es difícil de creer desde la Argentina del ajuste, la recesión y un capitalismo diminuto que cabe en un cuaderno Gloria, pero allá afuera hay un mundo que gira y progresa materialmente. Y tarde o temprano llegará a nosotros. No se trata de la ola derechista de Trump y Bolsonaro. Se trata de la industria 4.0, sus plataformas, su vigilancia amable y sus formas “colaborativas” de explotar al trabajador.
Cuando el ajuste macrista termine, cuando la crisis haya quebrado todo lo que pueda quebrar y el capital avance gobierne quien gobierne, veremos la luz al final del túnel. Será un nuevo viejo capitalismo argentino, con sus vicios históricos adaptados a las nuevas condiciones: el conflicto de los rappitenderos o el discurso y las operaciones de Marcos Galperín de Mercado Libre son un buen anticipo.
Dos libros editados este año nos sirven para pensar qué nos espera. Y qué podemos hacer con eso.
Luz blanca: el emprendedorismo digital
Éric Sadin es un filósofo de pelo largo y camisa desabrochada que vive de escribir libros y dar charlas sobre tecnología. En La siliconización del mundo describe al modelo que se desarrolló en Silicon Valley (sede de Apple, Amazon y Facebook, entre otras) y que se expande por el mundo entero. Esa región de San Francisco fue sucesivamente hogar del complejo industrial militar, la contracultura hippie y el optimismo neoliberal de los ‘90.
Todo cambió con el nuevo milenio: la crisis de las puntocom concentró a las empresas en gigantes como Google; los atentados de las torres gemelas las plegaron a la Estrategia de Seguridad Nacional de Bush. Desde entonces, Silicon Valley extendió al mundo un modelo de negocios y control social fundado en bases de datos y algoritmos.
Sadin es muy hábil para desarmar la ideología del capitalismo digital: liviandad, autonomía, colaboración y, sobre todo, la tecnología como solución a todo. El motor de este tecnoliberalismo es la startup, el emprendimiento de riesgo puro, sin el proyecto ni la responsabilidad que caracteriza a una empresa.
Si sobrevive, la startup termina reproduciendo la estructura de la vieja empresa pero ya sin regulaciones ni conquistas sociales. Su base es una masa de empleados tercerizados y el proletariado ultra explotado de Foxconn.
La economía 4.0 termina siendo para Sadin un anarcocapitalismo que banaliza formas delictivas de negocios: tráfico de datos, trabajo en negro, economía colaborativa al margen de cualquier regulación. Ese anarquismo empresarial se combina con formas de autoridad ampliadas por las tecnologías: la capacidad de controlar en tiempo real a los usuarios mediante algoritmos, la posibilidad de satisfacer al consumidor sin apelar a su voluntad.
Una progresiva descalificación el juicio subjetivo ante el gerenciamiento tecnológico de la vida que le permite a Sadin hablar de “totalitarismo blando”: un gobierno no estatal e invisible que no deja recoveco para la libertad subjetiva.
Luz negra: el autoritarismo tecnológico
Lo mejor del libro de Sadin es mostrar la contracara necesariamente autoritaria del nuevo liberalismo digital. El tecnoliberalismo de Silicon Valley no sólo no atajó a la ola derechista global, sino que parece complementarse con ella: la sociedad disgregada que generan las formas de precariedad laboral de las startups requiere de gobiernos fuertes que mantengan el orden; las posibilidades técnicas de control social habilitan este nuevo autoritarismo.
Habría un punto en el que el emprendedorismo y la “democracia vía apps” que proponen Santiago Siri y su gente se toca con la nueva derecha de Laje, Olmedo y Espert. Y no estamos lejos de llegar a él.
Sin embargo, en la segunda mitad del libro el pesimismo de Sadin se transforma en un pesado lamento por el avance de la inteligencia artificial sobre “la vida”. Conocemos a esa ideología empalagosa: es el ludismo humanista, tan presente en artefactos estéticos como Black Mirror o Kentukis de Samanta Schweblin, la convicción de que la tecnología amenaza una “esencia humana”. Una vieja tradición de pensamiento que asume que todo intento del hombre por transformar y dominar a su entorno viola alguna ley sagrada.
Buen plan para un parisino satisfecho que disfruta del ballet contemporáneo pero no para los habitantes de una ciudad con pésimo 4G y cuyos subtes cierran. El problema argentino no es el exceso de tecnología sino su subdesarrollo y posible mal uso.
Luz roja: la lucha por las plataformas
Nick Srnicek es un profesor de economía digital muy vinculado a la nueva izquierda. En Capitalismo de plataformas explica de manera clara y rigurosa el origen y funcionamiento de las plataformas digitales como Amazon o Uber, y su predominio sobre el resto de la economía.
Una plataforma es una infraestructura digital en donde interactúan personas y objetos conectados. El negocio es extraer los datos de esos usuarios y procesarlos, como quien extrae litio de la tierra para hacer baterías. Srnicek no se deja encantar por el “capitalismo del conocimiento”: la sed de datos de las plataformas las lleva a atropellar nuestro derecho a la privacidad, fusionarse creando monopolios y, en última instancia, capturar usuarios al punto de aislarse del resto de la web y así fragmentar a la internet, privatizar la máxima expresión de la socialización del conocimiento.
Pero para Srnicek ninguno de estos rasgos oculta el carácter capitalista de la relación: una app es un patrón, una plataforma es una empresa, alimentada por la especulación financiera y rentable sobre la precarización laboral, dos rasgos de la economía mundial que aquí abajo en Argentina conocemos bien.
No hay subdesarrollo inmune a la tecnología, solo basta ver la difusión de apps bancarias en África. Cada economía adapta las innovaciones a la medida de su distorsión. El plan macrista es abaratar a toda la sociedad para cedérsela así a la empresas que quieran invertir aquí abajo. Las tecnologías serán las herramientas para rentabilizar y también gobernar a esa sociedad deshilachada. Y, si hiciera falta, sin cuidar los modales democráticos, tal como advierte Sadin. Tal como lo viene demostrando el mundo.
La propuesta de Srnicek es no combatir a las plataformas, sino colectivizarlas. Sin adherir a semejante maximalismo, podemos tomarlo como premisa para empezar a negociar el capitalismo que viene. Ni aceptar la explotación de Rappi bajo el chantaje de “crear empleo”, ni balear autos de Uber para defender a la corporación de taxistas: hacer avanzar los derechos sociales y laborales sobre las nuevas formas de trabajo, regularlas para que el siempre deseable desarrollo tecnológico socialice al máximo sus beneficios.
Crear las instituciones para este capítulo de la lucha de clases. Y no recaer en el ludismo defensivo: son las personas pobres las que más necesitan de tecnologías que mejoren la vida. La izquierda ya le cedió el discurso de la modernidad (y el de la ética pública) a la derecha. Es hora de recuperarlos.
Sadin, Éric; La siliconización del mundo: la irresistible expansión del liberalismo digital, Caja Negra, 2018, 320 páginas
Srnicek, Nick; Capitalismo de plataformas, Caja Negra, 2018, 128 páginas