Ilustración: Olivia Mira
21 de diciembre. Ya van más de cuatro semanas desde el inicio del movimiento de los chalecos amarillos. Una insurrección heterogénea que tuvo sus momentos mediáticos más espectaculares los sábados, durante las marchas hacia París, pero que se extiende por todo el territorio francés. Casi en cada una de las rotondas que alternan en la red de rutas nacionales.
La vida en sentido de rotonda
Mediodía del seis de diciembre. “Tres mujeres, empleadas en un centro comercial –una de ellas además teje gorros de lana que vende por 2 euros-, acomodan quesos en una heladerita de camping. La más joven se salteó el almuerzo: `demasiado caro´. Tuve que acostumbrarme a esa expresión, se escucha todo el tiempo en la rotonda. `Yo hago lo mismo, salvo el domingo del día de la madre´, me dice la tejedora. `Pero acá es gratis, podríamos comer´, dice la tercera. La más joven se queja: `No, tengo miedo de tomarle el gustito”.
“Adélie tiene 28 años, se formó como empleada de casa fúnebre. Pero en su pueblo todos los puestos de su especialidad están cubiertos y trabajar más lejos le saldría carísimo por el precio del combustible, por lo que debería invertir para que alguien le cuide a su hija, le costaría además mucho tiempo. Para hacerla corta, está desocupada.
Pero en este preciso momento a Adélie eso no le importa. ¿Hace cuánto que su vida no le parecía tan excitante? Ahora deja encendido el teléfono cuando vuelve tarde a su casa. En lugar de sentarse al lado de su hija a mirar los dibujitos, pone el informativo.
Desde hace tres semanas habla con gente con la que nunca se hubiera animado a conversar, Stéphane, por ejemplo, con su barba crecida y atada con dos trenzas, y esa pinta de malandra. Un camionero, que en realidad es un amor de tipo. `¿Qué hago sino durante el día?”, dice Adélie”. “Te das cuenta que hace quince días que no hago crucigramas en casa”, le dice un jubilado al pasar.
Estos son algunos testimonios del cuaderno de bitácora de Florence Aubenas, quizás la única periodista francesa que pasó una semana viviendo en una de las rotondas que bloquean los chalecos amarillos en Francia. Las mismas que, después de una serie de anuncios tenidos de colorante social el lunes, el gobierno de Macron está desalojando por la fuerza.
Quizás el centro de las repercusiones del movimiento que sacudió a los franceses durante más de un mes está demasiado concentrado en las marchas sobre París y la conflictividad entre manifestantes y fuerzas represivas en los barrios ricos de la capital.
En realidad, lo que va quedando claro es que son las clases medias empobrecidas o con temor al desclasamiento y los sectores populares del interior de Francia –pero de ciudades medianas y pequeñas, además de zonas rurales- los que le dijeron basta a la invisibilidad y la degradación de su calidad vida en manos de un proyecto político que les habla de transformar los servicios públicos y a las redes de protección social del Estado en una máquina aceleradora de start-ups, que los ayude a transformarse en emprendedores y, “si tienen talento”, en millonarios.
El gobierno de Macron prometió al inicio de la semana un aumento del salario mínimo y bajar las cotizaciones de los jubilados que ganan menos de dos mil euros al mes, además de una prima de fin de año siempre que los empleadores “puedan pagarla”.
Toda una serie de medidas que con el correr de los días se van destiñendo, y no queda claro para nadie cómo serán implementadas. Por ahora, lo único concreto y realizado es un aumento de 150 euros por mes y una prima de 300 euros para las fuerzas policiales.
Un fuerte rumor de desobediencia policial se agitó antes de la última manifestación en París, y probablemente fue uno de los motivos para realizar detenciones “preventivas” y cierre de rutas hacia París desde el interior. Hay demasiadas pruebas de que el poder político y económico sintió terror durante las últimas manifestaciones.
Son varios los periodistas franceses que citan fuentes del MEDEF (la asociación de patrones de empresas de Francia) que admitieron haber presionado al gobierno vía sus representantes para que otorgue aumentos de salarios y una prima, porque temían físicamente (SIC) por su seguridad.
El círculo virtuoso
Desde el martes, lo cierto es que el gobierno está desalojando por la fuerza las rutas. Los chalecos amarillos resisten en algunas, pero también saben que ya comenzó lo más crudo del invierno y que permanecer día y noche bajo carpas en los descampados va a resultar insostenible. Apuestan a que la clase dirigente contenga su temor hasta la llegada de los días de la primavera, cuando prometen volver a las rutas y a París.
Mientras tanto, ahora presionan por la instauración de un Referéndum de Iniciativa Popular vinculante y prometen organizarlo en paralelo al Estado si el gobierno de Macron no les da respuesta o inventa “un gran debate nacional”, como circuló durante las últimas horas.
Tras los desalojos de las rutas, prometen organizar “Rotondas” alrededor del domicilio de cada uno de los diputados de la nación, para recordarles que no representan intereses particulares ni individuales sino el interés general. Un bello regalo de navidad.
Al igual que en los momentos radicales de las Revolución Francesa, exigen poder hacer oír sus peticiones y reclamos directamente al interior de la Asamblea Nacional. Las exigencias al ejecutivo, se extienden ahora al legislativo.
El movimiento de los chalecos amarillos consolida así uno de sus mayores logros, haberle permitido a muchísimos ciudadanos salir del aislamiento y la soledad para recuperar una de las tres promesas básicas de la república, con nuevos ropajes: la fraternidad de las rotondas.