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Lucila De Ponti: “El feminismo me volvió a enamorar de la militancia”

Diputada Provincial de Santa Fe, militante del Movimiento Evita y ex Diputada Nacional durante el período 2015-2019, Lucila De Ponti (1985) habla con Ponele sobre la actividad política territorial, las transformaciones dentro de su organización a partir del alcance del feminismo y sobre el momento histórico que vivió el Congreso en 2018 con el debate por el aborto, un proceso que define como una “experiencia increíble y de mucho aprendizaje”.

Para arrancar, ¿podés hacer un recorrido de tu historia militante? ¿Cómo te acercaste al Movimiento Evita? ¿Venís de una familia politizada?

Vengo de una familia medianamente politizada, pero no peronista. Mis papás son radicales: mi papá tuvo una militancia más activa en su juventud y ambos siguieron vinculados al radicalismo pero de forma menos comprometida. Así que el peronismo no sé de dónde lo saqué (risas). Sé que tengo alguna antepasada muy fanática de Evita, eso me enteré después, pero el resto nada. Porque incluso un abuelo mío era de la Sociedad Rural, aunque si bien era de un pueblo, que no es lo mismo que alguien de una ciudad grande. No era un gran terrateniente sino un productor agropecuario con un campo chiquito, pero bueno, eso.

Y yo soy de la ciudad de Santa Fe, y en 2003 iba a 5to año del secundario, y fue el año de la inundación, entonces empecé a participar en un centro de evacuados ayudando a las familias. Esa fue la primera vez que participé solidariamente y trabajé para ayudar a otros. Al año siguiente me fui a Rosario a estudiar Ciencia política y empecé a participar en el centro de estudiantes de la Universidad de Rosario. Primero me incorporé en la Secretaría de Derechos Humanos del centro, y eso tenía que ver con que siempre me había llamado la atención y había sentido una identificación con la historia de la generación de los 70, con esos jóvenes que en ese momento habían luchado por la revolución en Argentina. Entonces me incorporé a una agrupación estudiantil de la Facultad de Ciencia Política que se llamaba Martín Fierro, que no se definía directamente peronista sino más bien nacional y popular y que generaba un acercamiento al kirchnerismo desde ese lugar, desde los autores del campo nacional como Jauretche, Cooke, Scalabrini Ortiz, Galasso y de todo ese acervo de intelectuales que estudiaron al peronismo desde la mirada popular. Milité ahí entre 2005 y 2008, y después vino el conflicto con el campo y empezaron a cambiar algunas condiciones de la participación política. En mi caso se me presentó un contexto en el que había que dejar todo para salir a defender al proyecto.

En una provincia agropecuaria…

Sí, me acuerdo del primer cacerolazo, creo que el 11 de marzo acá en el Monumento a la Bandera en Rosario. Hubo manifestaciones de chacareros y gente del campo y fuimos con algunas agrupaciones, y hubo algunos cruces, no cuerpo a cuerpo porque no se llegó a las piñas, pero sí hubo cercanía física, y me acuerdo que en mi agrupación eran más bien de la postura de no ir y de no extremar de esa manera las contradicciones. Pero yo fui igual con otra compañera, que fue con quien viví todo este proceso, y con ella fuimos teniendo la necesidad de consolidar nuestra partcipación en una organización que formara parte más definidamente del frente político que en ese momento tenían el peronismo y el kirchnerismo. Tenía ganas de tener una militancia más territorial y salir de la Universidad, que no me llenaba del todo. No terminaba de encontrar ese pueblo y esas necesidades de las que hablaba el peronismo, que están en el barrio. Con la Martín Fierro íbamos a los barrios, hacíamos un apoyo escolar y dábamos una copa de leche y eso, pero quería estar más tiempo en el barrio y trabajar para construir las demandas más profundas de la gente. Así que en ese proceso fuimos conociendo más al Movimiento Evita y terminamos, con mi compañera, yendo a militar ahí.

Todo esto me fue obligando a salir un poco del ámbito de la Facultad, y me dediqué directamente a militar en el barrio y a poner mi esfuerzo ahí.  Y bueno, desde entonces estoy en el Mov. Evita, con distintas responsabilidades a lo largo de los años. En algún momento construimos la JP, con la juventud, y en 2011, cuando empieza a tomar más relevancia la construcción de la CTEP, tuve la tarea de empezar a darle una orgánica a la CTEP en Rosario, que fue una experiencia hermosa y difícil porque siendo una piba universitaria y de clase media es complicado ir a organizar a los trabajadores de la economía popular. Pero estaba la necesidad y tuve que acompañar ese proceso, y fue muy lindo. Después me tocó ser candidata a diputada nacional, y de alguna manera esas responsabilidades tan grandes las tuve que ir dejando por una cuestión de tiempo.

El feminismo tiene un componente de transformación radical, de lo singular y lo colectivo, muy fuerte. Y me encanta. 

¿Y cómo fue ese paso de la militancia diaria y territorial a una labor parlamentaria más burocrática? ¿Frenó en algo tu actividad política o la mejoró?

Bueno, fue muy repentino, no es algo que yo esperaba ni era algo para lo que me había preparado específicamente. El objetivo en mi vida no era hacer una carrera política, como puede ser el de otros. Eso me resultaba secundario, no lo tenía en vista y pensaba que no me iba a pasar. Y de repente, un día viene el compañero Gerardo Rico, que es nuestro responsable provincial y en ese momento era diputado provincial, y me dice: “vas a ser candidata a diputada nacional”. Venía un acto del 20 de junio, había venido Cristina a Rosario, y yo estaba vestida como una militante, medio crota, y me dijeron “andá y sentate en la primera fila del acto, frente a la presidenta”, así que tuve mucha vergüenza y fui (risas). Y terminó el acto y tuvimos que ir a Santa Fe a firmar la lista, y fuimos con dos o tres compañeros, a los que les pedí que me llevaran en auto porque no tenía, y le pedí a mi hermana, porque estaba mi familia ahí, que me prestara ropa para ir un poco más presentable (risas).

Y bueno, ahí se dio y empecé primero con el proceso de campaña. Yo estaba en un lugar de la lista que no era seguro que entrara, estaba al borde. Pero terminé entrando, y si bien por un lado empezar con esa dimensión política me impidió estar en el territorio de Rosario en lo cotidiano, también gané la posibilidad de una territorialidad más amplia porque tuve que empezar a recorrer mi provincia y a ir a un montón de ciudades y pueblos donde el Movimiento Evita también existe y donde hay compañeros construyéndola -y si no está el peronismo- y a viajar por una provincia enorme y conocer una realidad profunda y distinta. Para mí fue algo que gané a partir de mi candidatura, y eso es algo que sigo haciendo en mi tarea actual. Eso es muy enriquecedor.

Y si bien estar en Buenos Aires y tener otras tareas me quitaba tiempo para estar vinculada con los compañeros del territorio, siempre fui cercana a ellos y seguí participando orgánicamente. Y en Buenos Aires empecé a estar en espacios de conducción nacional, pero siempre formo parte de la orgánica y siempre que puedo voy a visitar a mis compañeros de los barrios de Rosario, trato de estar presente, sobre todo con quienes yo militaba y con quienes tengo una relación más afectiva, digamos. Me gusta eso porque tener los pies al lado de los compañeros te hace no perder de vista la realidad en la que vivimos.

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¿Cómo definirías esa experiencia como diputada nacional?

Increíble, fue un aprendizaje enorme. O sea, muy duro en algunas cosas pero la palabra es “aprendizaje”. Me llevo muchísimo. Y entonces en 2019 teníamos que tomar una decisión de cómo seguíamos, porque pudimos construir una cierta referencia pública, que fue algo que ganamos para la organización también, sobre todo a partir de lo que fue el feminismo. Y la decisión entonces fue participar de las elecciones a nivel provincial, por varios elementos pero sobre todo por una cuestión de que era lo más factible de alcanzar. La integración en la lista nacional era más difícil. Además coincidía con la oportunidad para que volviera el peronismo a la provincia. Y bueno, ahora soy diputada provincial y estoy como Vicepresidenta de la Cámara, que es algo que está bueno, y formo parte del gobierno oficialista de la provincia de Santa Fe.

¿Y cómo entra el feminismo en toda esta militancia y en tu vida? 

Me pasó que siempre había militado por las demandas de las mujeres y por la agenda de género, el tema del aborto para mí era algo natural, pero nunca había construido el frente de mujeres de la organización ni me definía feminista, porque antes de que viniera un proceso que nos abrió los ojos había una cierta idea… Yo quería estar en las tareas de la centralidad política y no en la de un sector específico, entonces no quería construir solo “para las mujeres”, no me sentía identificada con la palabra feminista, si bien era muy feminista en la práctica concreta. Siempre lo había sido.  Digamos: siempre milité por las demandas de género, y el pañuelo verde era algo natural para mí. Mis compañeras más grandes decían “hay que militar el pañuelo verde”, y bueno, vamos, obvio. Me parecía natural pelear por la igualdad. Pero bueno, era una posición cómoda. Era no querer ver otras cosas que estaban ocurriendo, y no asumirme como mujer dentro de la politicidad que tiene ser mujer. Digamos, una mujer como sujeto político. Y, como a todas, el feminismo me pasó por encima, sobre todo a partir de 2015. Me pasó de empezar a ver todo ese proceso social, también con experiencias personales de por medio, que fue la construcción de ese sujeto colectivo que es el feminismo. En ese entre 2017 y 2018 pude terminar de asumirme orgullosamente feminista y de entender la politicidad que hay en eso.

Hay un punto de inflexión, creo, que es el femicidio de Micaela, que me afectó en lo personal y en el vínculo con la organización de una manera especial. De alguna manera abrí los ojos y fui consciente de que había un rol que tomar y que ocupar con mucha más fuerza que lo que venía haciéndolo hasta entonces. Y después, todo ese proceso de alguna manera tiene su punto más alto en 2018 con el debate por la ley del aborto. Yo creo que el feminismo te avasalla y te entra en el cuerpo y en tu vida y empieza a cuestionar todas las formas en las cuales vivimos, nos relacionamos y hacemos política, y en las cuales nos posicionamos frente a la vida. A mí el feminismo me volvió a enamorar de la militancia. Yo sentía que tenía un proceso de amesetamiento que era producto de los años, porque militaba hacía muchos años y van pasando cosas y uno tiene un desgaste y se cansa, pero siento que el feminismo me volvió a enamorar de la forma en la que conocía la militancia cuando empecé, que era sentir que ese era mi lugar y que ese era mi proyecto de vida y que quería darle todo mi tiempo a ese proyecto colectivo. Ese enamoramiento que, como en todos, se va amesetando, el feminismo me lo volvió a traer. Me permitió volver a sentir que con cada pequeña cosa que hacía y con cada posicionamiento que tenía estábamos abonando a un sujeto colectivo muy potente, que está transformando la historia contemporánea de la Argentina.

Cuando hay una situación de violencia que no se resuelve y en la que el daño no se repara, la que termina abandonando el espacio político es la mujer, y los varones muchas veces se siguen quedando.

Y después, yo creo que el feminismo realmente te hace ser mejor persona, porque te obliga a repensar tus relaciones individuales y colectivas, a repensar desde qué lugar estás parada para vivir la vida, y me parece que es algo que no todas las identidades y las expresiones políticas logran. El feminismo tiene un componente de transformación radical, de lo singular y lo colectivo, muy fuerte. Y me encanta. 

Entonces, 2018 fue un año increíble. Me siento totalmente privilegida de haber sido diputada durante 2018 y de haber podido formar parte de la construcción de esa demanda y de traer esa demanda a las instituciones, de lograr esa media sanción y de lograr ese proceso que fue tan simbiótico y potente como fue el encuentro de la calle con una parte de la institucionalidad, que se vivió sobre todo en esos días en el Congreso pero también a lo largo de todo ese año. Eso lo guardo en mi corazón como una de las cosas más hermosas que me pasaron en la vida política, y no sé si va a seguir pasando de la misma manera pero espero que el feminismo pueda seguir consolidándose cada vez más.

Viéndolo en retrospectiva, ¿podés ver ciertas prácticas que se pasaban por alto dentro de la militancia? En el Movimiento Evita, por ejemplo, para hablar de la organización de la que formás parte, ¿cómo viste todo este proceso de cambios?

Veo hacia atrás y hay un millón de cosas que no identificábamos como prácticas machistas, o que había pocas compañeras que las identificaban como tales y que lo hacían muy en soledad y que como yo no formaba parte de esas compañeras hoy puedo ver que tenían razón cuando señalaban determinadas conductas. Fundamentalmente pienso que en todos los espacios de construcción colectiva donde se relacionan varones con el resto de las identidades hay un ejercicio de las relaciones de poder absolutamente asimétrico y desigual, y a veces violento. De distintas formas de violencia, por supuesto, no solo física o sexual, que sería lo más notorio, sino en cuestiones cotidianas: en lo psicológico, lo verbal, lo simbólico. Eso se da en todos los ámbitos y organizaciones, en la mía también, y mirando para atrás hay muchísimas cosas que no veíamos como violencia machista. Ahora siguen sucediendo, desde lo más cotidiano, con cosas muy chiquitas, que al menos en mi caso… Yo soy una compañera privilegiada en la organización, porque tengo un determinado lugar y tengo la posibilidad de decir las cosas de una manera, y también ya soy más grande y hay factores que me permiten poner límites a determinadas cuestiones a las que antes no les ponía y que me permite decir “esto me parece que sí, esto que no, o acá me estás machiruleando y estás generando una situación solo porque te molesta que sea mujer y que ejerza una posición de poder igual o superiori a la tuya’. Eso me pasa todo el tiempo.

Pero para el resto de las compañeras hay situaciones distintas, muy desiguales. Nosotros en la organización emprendimos un proceso de hacernos cargo de que esto pasaba, de construir un protocolo de actuación para las denuncias y un comité para resolver esas denuncias, de generar un canal institucional donde las compañeras puedan ir poniéndolo en palabras y que haya una reparación y una consecuencia sobre lo que se hacía. Y hubo muchos casos en los que se logró y en los que se pudo preservar a las compañeras. Pero hubo otros en los que no, porque hay un nivel de discriminación y violencia que, digamos, está en el límite de aparecer como una práctica concreta o como algo naturalizado. Eso pasa en la sociedad en general, creo. Hubo cuestiones que no se terminaron visibilizando o conceptualizando como una conducta que estaba mal sino que, bueno, era algo que pasaba y ya. Y perdimos a muchas compañeras en ese tránsito, porque en general, y no solo en nuestra organización sino en todas, cuando hay una situación de violencia que no se resuelve bien y en la que el daño no se repara y no hay una consecuencia, la que termina abandonando ese espacio es la mujer, y los varones muchas veces se siguen quedando. Bueno, esto nos pasa a todos los partidos políticos y organizaciones, porque pasa en la sociedad y en las familias y los espacios de trabajo y etc.

En las charlas anteriores hablábamos sobre esta idea de que la mujer debía adaptarse a la forma de hacer política del hombre. ¿Vos qué pensás que significa la perspectiva feminista en la política?

Quien mejor lo dice es Rita Segato, que pudo hacer el marco teórico para que todas podamos fortalecernos al decir esto. En todo lo que es la modernidad y el capitalismo, sobre todo en el siglo XX, vivimos en una forma de ejercer el poder y el orden absolutamente masculinizado y construida en torno al mandato de la masculinidad, que tiene que ver con prevalecer y sobresalir y con concentrar al poder, con esto de que si lo tengo yo no lo tiene que tener el de al lado, y a ese de al lado lo tengo que anular o “destruir”. Esta cuestión de que ejercer el poder es que el otro no lo ejerza.

Y en la política sigue siendo así, no es que haya cambiado por lo que significa el feminismo. Lo que sí trae el feminismo es una interpelación a ese tipo de prácticas y la posibilidad de construir otra politicidad distinta, una en la que el ejercicio del poder no sea anular sino encontrar, en lo colectivo y en la comunidad con el otro, la posibilidad de multiplicar ese poder y ejercerlo de manera más difusa, más concentrado no en una sola persona sino en algo más colectivo. Y también de amigar a la práctica política con la práctica cotidiana. Rita lo ejemplifica con lo doméstico, con cómo de alguna manera las comunidades originarias organizaban sus sociedades en torno a lo doméstico, que tenía un rol mucho más importante. Entonces creo que es importante amigar la práctica política con lo cotidiano, con la vida normal de los argentinos y sobre todo de las mujeres. Porque, si no, para las mujeres es imposible. Es imposible ser madre, ser diputada, ser militante y estudiar. O no sé, ir a pilates, a correr, andar en bici, cualquier cosa. Si la política está planteada en esos términos, si no hay un espacio para que la vida cotidiana pueda estar amigada con el ejercicio de la práctica política, para nosotras es imposible.

Y nosotros en la organización venimos dando esta discusión con muy buena receptividad. Para volver a la pregunta anterior, intentamos en la organización transformar cuestiones. Como ejemplo: nosotros tenemos una instancia que es la Mesa Nacional del Movimiento Evita, a la que van representantes de cada provincia y que desde hace un tiempo tiene que ser una mujer y un varón, y durante 2019, en todos los encuentros, lo primero que se hacía era una dinámica de educación popular feminista. Eso fue a pedido de las compañeras pero bancado también firmemente por Emilio Pérsico. Son estas dinámicas en las que se plantea una situación un poco más lúdica y en las que el contenido es a partir de una pregunta y una interpelación acerca de las desigualdades de género. Son ejercicios, y todas las veces hacíamos eso y para mí era muy lindo y a la vez un poco gracioso ver a los compañeros -muchos de ellos, exmontoneros de los 70, gente de 60 y pico de años, de todas las provincias- dando un paso adelante cuando hay una situación de desigualdad, o poniéndose los lentes violetas para decir determinada cuestión, y todo eso lo hicimos y empezamos a construir en pequeñas cosas. Esto de que sea un varón y una mujer en los encuentros nacionales, o ayudar a que las compañeras que tienen hijos pequeños puedan participar de los ámbitos porque se construyen espacios de pequeña infancia para que las trabajadoras de la economía popular puedan ejercer su responsabilidad en la organización y puedan dejar a sus hijos cuidados en algún lugar. Entonces, todo esto también lo trae el feminismo. Y lo más medular y profundo es esta forma de ejercer el poder, que para mí el concepto de sororidad tiene que ver más que nada con eso. Para mí donde toma más cuerpo el concepto de sororidad es cuando nosotras podemos encontrar alianzas en el marco de la práctica política para entender que tenemos que acompañarnos para transformar y para lograr que los varones cedan sus espacios de privilegio y puedan compartirlo con nosotras, que tenemos que hacer un ejercicio colectivo del poder.

(Continuará…)

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