Desde 1994 la Argentina tiene un organismo estatal dedicado a la asistencia humanitaria internacional, que pertenece a la Cancillería Argentina y que forma parte de la política exterior. Se llama Cascos Blancos, y desde el 10 de diciembre de 2019 está presidido por Marina Cardelli, la primera mujer en ocupar ese cargo.
“Mucha gente no sabe qué son los Cascos Blancos y uno de los objetivos de mi gestión es que la sociedad lo sepa”, explica, a modo de presentación, esta militante y docente de 34 años que hace su primera experiencia en gestión estatal y a quien elegimos para iniciar esta serie de charlas con mujeres en política.
¿Cómo explicarías el trabajo principal de Cascos Blancos?
A través de un cuerpo de voluntarios civiles de aproximadamente 3 mil personas y un equipo de trabajo que ronda las 35 personas, la Argentina brinda respuesta a distinta solicitudes: cuando hay una situación de emergencia humanitaria, los países piden asistencia, por ejemplo, ante desastres socio-naturales (terremotos, tsunamis, inundaciones, etc) y también ante pedidos que llegan a través de organismos multilaterales. Cascos Blancos representa a la Argentina en foros internacionales de asistencia humanitaria, atención de emergencias y gestión integral del riesgo y es el punto focal internacional del país ante los organismos y agencias internacionales de esos temas.
Tenemos especialistas en agua y saneamiento, en acceso a la salud, en infraestructura, en asuntos vinculados a búsqueda y rescate. En su mayoría son profesionales que tienen perfiles vinculados con la emergencia humanitaria y que trabajan en Argentina e integran la base de datos de Cascos Blancos. Cuando se los requiere podemos solicitar que se los exceptúe durante una cantidad de días y de tiempo para ir a brindar asistencia humanitaria internacional de forma voluntaria, porque no hay remuneración. Y esos voluntarios se comprometen, por estar en nuestra base de datos, a poder estar a las 72 hs en algún lugar en el que haya necesidad.
¿Y cómo es el trabajo en este año de pandemia?
En este momento no está funcionando la asistencia presencial, porque está restringida la movilidad internacional. Pero además de ser el organismo de asistencia humanitaria también somos los que enviamos insumos humanitarios a diferentes lugares. Argentina es uno de los países que brinda asistencia con insumos a la zona de Caribe, po ejemplo: este año brindamos asistencia varias veces por los huracanes, con pastillas potabilizadoras de agua, kits de higiene y también capacitaciones en cuestiones logísticas en campamentos de refugiados. La asistencia, en términos generales, puede ser a través de insumos, asistencia técnica o con voluntarios. Hoy los voluntarios no están pudiendo viajar pero estamos teniendo igual tareas de envío de insumos o trabajo coordinado con organismos de gestión integral del riesgo de desastres o de respuesta al desastre de otros países.
Es tu primera experiencia en el Estado. ¿Podés hacer un recorrido de tu historia militante?
Descubrí hace un tiempo que no tengo un momento exacto de inicio. No elegí “libremente” militar, esa es la verdad. Porque mis padres eran militantes y nací en una casa en la que miitar era la regla, entonces no fui rebelde con mi crianza. En mi adolescencia lo volví a elegir, y me siento libre en esa elección, pero mis primeras experiencias políticas las recuerdo de niña. Para mí la “carpa blanca” es parte de mi historia, y tenía 10 años. La Marcha Federal es parte de mi historia, y tenía 4. Mi papá militaba en CTERA y la lucha de los docentes en los ’90 en contra de la Ley Federal de Educación la siento como mi primera militancia, y no la elegí.
Después milité en la secundaria, que me agarró en el pre y en el post 2001, así que ahí todo lo que tenía que ver con el boleto estudiantil y la organización de militancia en la secundaria me marcó muy fuerte. Desde ese momento ya tenía un planteo de construir una política distinta, que los centros de estudiantes fueran un espacio de producción de cultura entre los estudiantes, poder pensar las nuevas formas de hacer política, ya había una discusión vinculada con eso. Después cuando terminé el secundario me volqué a dos tareas que organizaron el resto de mi vida: la militancia universitaria, que disfruté y amé, porque hay gente que detesta haber militado en la Universidad pero a mí me hizo feliz. Aprendí a discutir, me formé muchísimo discutiendo con mis compañeros el modelo universitario y la reforma de la Ley de Educación Superior. Y después la militancia territorial y barrial, los fines de semana. Lunes a viernes, militancia universitaria, y los sábados, barrial.
Ser “minita”, ser sensible: hay cosas históricamente vinculadas a lo femenino que en política eran signos de debilidad e incapacidad. Era estar fuera de lugar todo el tiempo, peleando por tu voz y por tu posición.

Y después llegó el feminismo, que transformó todo. Me recibí a los 25 y después de toda la experiencia universitaria y barrial llegó el feminismo. Y siempre milité de forma organizada, en Seamos Libres antes y en el Movimiento Evita ahora: nunca tuve la experiencia de no pertenecer a un espacio colectivo. Hoy está todo más mezclado: hay colectivos surgidos en las redes sociales o por una causa específica, el activismo callejero vinculado con acciones feministas o ambientales, espacios comunitarios más flexibles… pero yo siempre fui más de una organización. Los recorridos de las militancias, hoy por suerte todos valorados en su distinta medida, construyen una experiencia distinta. Y el feminismo transformó todo de una forma hermosa. Y hay una constante que viene desde la mitad de la militancia universitaria y barrial hasta hoy, que es que siempre sostuve la militancia internacionalista y la tarea de las relaciones internacionales entre las organizaciones, siempre sostuve la importancia de la integridad regional para pensar la política y unir la lucha de los diferentes pueblos, porque las luchas que damos acá son las mismas que las de los compañeras y compañeros de Colombia y Brasil, porque el funcionamiento del capitalismo es articulado. Y eso es lo que me lleva ahora a sentir tan propia la tarea en Cascos Blancos. Para mí es una posición desde el Estado y la gestión de una perspectiva que me acompañó siempre en la política. E incluso descubrí que eso no es algo que creemos lxs militantes en nuestras discusiones sino que también puede ser política de Estado, y que es política de Estado en la Argentina y que estuvo silenciado o minimizado estos últimos años. No anulado, porque nos pueden gustar más o menos las gestiones humanitarias, pero la asistencia humanitaria se sostuvo siempre.
¿Qué rupturas y qué continuidades encontrás entre la militancia en una organización y la gestión estatal? Imagino que es también un momento de muchos aprendizajes…
Estoy muy sorprendida de todo lo que pasa. Uno cree que conoce todo lo que hace el Estado y lo que cotidianamente resuelve el Estado. Es la primera vez que estoy en un lugar de gestión y estoy descubriendo que el Estado es muchísimo más esencial de lo que hubiera imaginado. Es infinita la cantidad de cosas que garantiza y resuelve el Estado y la cantidad de cosas que la gente no sabe. Y a la vez también estoy aprendiendo que es infinita la cantidad de cosas que se podrían hacer mejor si lográramos que el Estado funcionara mejor, me estoy dando cuenta de que tenemos mucho para transformar. Hay reivindicaciones muy importantes que hemos tenido y que tenemos las organizaciones, que se las exigimos al Estado, y por lo menos en mi caso estoy en proceso de entender que a veces el Estado no está en condiciones de hacer algunas cosas. Es decir, este Estado que conocemos hoy no siempre está en condiciones de hacer esas cosas, para eso hay que transformarlo.
No solo que el neoliberalismo como corriente ideológica quiere achicar el Estado sino que tampoco quiere que pensemos la efectividad como un problema estatal. No es el sector privado con su lógica y su dinámica el que va a permitir que tengamos estados más eficientes y transparentes.
Me impresionó mucho lo que significó el IFE, por ejemplo. Hay una reivindicación que venimos sosteniendo, del reconocimiento de la economía popular y de repente, cuando hubo que dar asistencia por una situación de emergencia a todas las personas que tenían necesidad, el Estado no tenía el conocimiento adecuado. Se planificó una cantidad y al final era casi el doble de gente: el Estado a veces no sabe mirar. Eso me impresionó. Más allá, claro, de que hubo un proceso de destrucción en el gobierno de Cambiemos. Pero si uno mira el proceso anterior, en Argentina, aún con todos sus procesos de modernización (en un sentido no neoliberal sino de actualización de su capacidad de producir datos), todavía hay muchos datos que no estábamos produciendo. Y hay datos que hace falta producir sobre la sociedad para poder garantizar derechos.
Estoy aprendiendo muy aceleradamente que si no trabajamos con mucho esfuerzo por un Estado que sea más eficiente, transparente y más simple en sus procesos, eso directamente obtura el acceso a los derechos. No solo que el neoliberalismo como corriente ideológica quiere achicar el Estado sino que tampoco quiere que pensemos la efectividad como un problema estatal. No es el sector privado con su lógica y su dinámica el que va a permitir que tengamos estados más eficientes y transparentes. Al contrario, mercantilizar la dinámica del Estado no significa hacerlo más simple, más transparente y más accesible. Por ejemplo el proceso de tercerización que hubo lo estoy conociendo más ahora. Hay muchos servicios que bien podrían ser capacidades estatales y están tercerizados. En mi primera experiencia de gestión, hay muchas cosas que aprendo y que me hacen más estatalista todavía, pero también creo que falta un montón.
¿Te genera alguna contradicción ser funcionaria del Estado?
Infinitas. Todo el tiempo. Tenemos una Argentina estructuralmente desigual, con una historia institucional y económica que reproduce esas desigualdades y donde el Estado obviamente es parte de esa reproducción, más allá de que haya un gobierno que quiere transformarlas. Pero ese gobierno tiene muchos sectores y muchos debates y estamos en medio de una pandemia y todo sucede después de un gobierno que destruyó todas las condiciones económicas y sociales. Los números dicen que la pandemia nos hace retroceder casi veinte años en términos de lo que se llaman los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Cuando damos discusiones sobre, por ejemplo, el acceso a una vivienda digna o cuando discutimos un modelo productivo sustentable que pueda incorporar trabajo y permita que Argentina no tenga siempre déficit de la balanza de pagos por su lugar en el mercado internacional, esas cosas necesitan unas transiciones larguísimas. Y la sensación es que todo el proceso de lucha que nos damos las organizaciones todo el tiempo es en contra de esas desigualdades estructurales. Y yo estoy acá, con una responsabilidad institucional, y veo que hay cosas que se siguen reproduciendo del mismo modo de siempre, y me empiezo a preguntar: ¿tengo posibilidad de revertir esta tendencia? Lo que estoy haciendo a mediano plazo, ¿incide en algo para transformar la realidad? ¿O no es suficiente? ¿Estamos discutiendo la transición o todavía no llegamos a eso?
Si estás en el Estado y no te preguntás todo el tiempo ‘¿estoy haciendo lo correcto o estoy olvidándome de a quién represento acá?’, te tenés que retirar
Tengo todo el tiempo contradicciones. Siempre que hay una movilización social hay problemáticas y necesidades que se están visibilizando, nos pueden gustar más o menos cómo se plantean pero la gente se moviliza porque tiene una necesidad, eso es algo básico. No nos gustará la consigna o nos parecerá que está desorganizada, pero la gente pelea cuando necesita cosas. Y no saber tener interlocución con eso es debilidad de quienes tomamos decisiones. Entonces, cuando hay exigencias que se le hacen al Estado, uno dice: ‘eso es justo’. ¿Y cuánto estoy contribuyendo yo a que eso se resuelva, o cuánto estoy siendo cómplice de la reproducción de esas desigualdades? Me lo pregunto todo el tiempo. No sé si nos lo preguntamos todos, pero también hay una compartimentación tan grande que hace que a veces vos te creas que no sos parte y que tus acciones no tienen nada que ver con eso que está ahí. Y sí tienen que ver, hay que hacerse cargo.
Me di cuenta en este tiempo de ver movilizaciones en las que, si no fuera funcionaria, tal vez participaría. Por supuesto no las de la derecha anticuarentena o las de quienes quieren acusar al gobierno de disfrutar de la cuarentena. Pero hay muchas otras movilizaciones que impulsan reivindicaciones justas, para las que el estado que tenemos hoy tiene límites. Conozco a muchxs funcionarios que, a pesar de toda la voluntad que tienen, todavía no pueden dar respuesta a esas demandas, porque para eso tiene que salir adelante el país y eso a muchxs nos llena de contradicciones pero también nos impulsa a duplicar el esfuerzo. También me parece que las contradicciones son las que le dan vida a la transformación. Si estás en el Estado en un cargo y no sentís contradicciones, te tenés que retirar. Si no sentís todo el tiempo la tensión entre ‘¿estoy haciendo lo correcto o estoy olvidándome de a quién represento acá?’, si no te preguntás eso, te tenés que retirar, porque significa que te olvidaste. Si no tenés la duda diaria que te obligue a revisar qué hiciste, qué opinaste o qué no opinaste, dónde discutiste, si presionaste lo suficiente cuando había que hacerlo, es porque te estás olvidando, porque estás muy cómodo. Pero también, si no podés tolerar esa contradicción, y si querés que la temporalidad que tiene la lucha en la calle la tenga el Estado y la transformación sea de un día para el otro, entonces la gestión tampoco es tu lugar, porque exige paciencia y capacidad de pensar en corto, mediano y largo plazo y aceptar que el proceso es largo, que el Estado es difícil de mover y de transformar.
Dijiste lo que había significado el feminismo en tu militancia… ¿Pero qué pensás que significa la perspectiva feminista en la política?
Lo que me parece que nos pasa a las mujeres que hacemos política y que nos sentimos feministas (y no quiero hablar en nombre de todas) es que el feminismo nos cambió la vida de una forma radical. Porque más allá del lugar que haya ocupado cada una, si hemos sido o no militantes activas del movimiento feminista, es que el feminismo es tan transversal que nos cambió radicalmente la vida. Yo pasé de que la militancia me impidiera hacer y disfrutar muchas cosas, y de que me obligara incluso a masculinizar ciertas formas de ejercer el poder, a que después del feminismo sintiera que mi vida política y personal no estaban tan separadas. Había algo del ocultamiento en la política de antes. Las cosas de una mujer en la vida cotidiana eran muy resguardadas y hoy son asumidas como parte de la política. Ser “minita”, ser sensible: hay cosas históricamente vinculadas a lo femenino que en política eran inaceptables y eran signos de debilidad e incapacidad política. Y ahora poder ser mujer, hegemónica o contrahegemónicamente, en un ámbito político es aceptable. No solo los cuerpos feminizados son más aceptables en la política sino que nosotras sentimos que este es nuestro lugar. Porque era como un estar fuera de lugar todo el tiempo, y peleando todo el tiempo por tu voz, por tu posición. Siento que hoy no es una lucha tan cotidiana la de tomar la palabra y que alguien te escuche. Lo que no significa que no lo siga sintiendo en un montón de espacios, porque es estructural y está internalizado.
Pero no es solamente que hay un activismo más que se incorporó, que así como militaba en el barrio y en la universidad, empecé a militar en el feminismo, no es así. El feminismo transformó toda mi forma de hacer política, mi vida y la de mis compañeras. La política es distinta, lo que es considerado público y lo que es considerado privado es distinto, aunque en una porción muy grande de la población todavía ni se enteraron de eso, especialmente los varones: su forma de hacer política no cambió, y sus hábitos de sociabilidad no se modificaron. Pero se modificarán de a poco. También se transformaron las organizaciones y la forma en que se construyen los espacios de decisión política. Es muy rotundo el cambio.