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Marina Cardelli (parte II): “Cuesta aceptar que nuestros sueños están más lejos después de la pandemia”

Leé la primera parte

Como parte de este proceso de contradicciones y dificultades, ¿cambiaron tus anhelos y sueños, tanto los colectivos como los individuales? En relación, también, con eso que te hizo meterte en política.

Sí y no. Desde el punto de vista de los anhelos más generales, colectivos y de horizonte, no. Lo que sí me doy cuenta es que van tomando forma. Y creo que nos está pasando a todos. La pandemia es un cimbronazo mucho más grande de lo que podemos llegar a imaginar. Cuando ganamos las elecciones el año pasado teníamos la expectativa de que estábamos frenando una destrucción importante del tejido social, estábamos a tiempo todavía para reconstruir la economía y detener la caída a la pobreza de mucha gente. Y estamos haciendo algo muy importante, pero el impacto de la pandemia sobre el objetivo de justicia social en Argentina, América Latina y el mundo es fenomenal y se viene una etapa de crecimiento importante del hambre y la pobreza, estamos retrocediendo como humanidad.

Entonces me cuesta pensar que el punto de inflexión de mis sueños sea estar en la gestión, y el punto de inflexión de la transformación de esos sueños que pensaba ver en mi vida es la pandemia. La pandemia vino a la par de que yo asumiera en Cascos Blancos, entonces es como un paquete. Es difícil aceptar que nuestros sueños están un poco más lejos después de esta pandemia, pero la verdad que es así. Y también es una oportunidad para rediscutir muchas cosas, es una oportunidad política, siempre la crisis es una oportunidad política.

Van a venir más amenazas, biológicas y socionaturales, y habrá más vulnerabilidades con las que las recibimos: más pobreza, más necesidades, menos infraestructura, menos guita para resolverlas.

Y desde el punto de vista más individual, no cambiaron mis sueños, para nada. Yo sueño con dar clases toda la vida, y lo hago y lo voy a seguir haciendo. Tengo sueños más pequeños también. Vivir con la tensión de que tenés responsabilidades que le llegan a muchísima más gente que antes me cambió mucho. Levantarte todos los días y pensar “sí, tengo derecho a descansar y tengo responsabilidades personales como cualquiera, pero si la política exterior de Argentina pone o no pone en un lugar de centralidad a la asistencia humanitaria y si Argentina tiene posibilidades de ayudar a otro pueblo a mejorar su situación depende de lo que haga yo”. Dentro de unos días vamos a donar pastillas para potabilizar casi 3 millones de litros de agua a una isla que tiene una población de 250 mil personas. Eso es agua para un mes. Entonces me termino dando cuenta de que cosas que parecen pequeñas son un montón. Es muchísimo. Y gestionar esas pequeñas cosas es decidir qué rol tiene la Argentina en el mundo. Uno minimiza responsabilidades que son muy grandes y maximiza otras que no son tan importantes. Vivir con esa tensión, entonces, modifica un poco la forma en la que pienso mis sueños y quedan un poco relegados cuando empiezan a tomar forma los procesos y las transiciones hacia ellos.

Dijiste que es probable que la pandemia trajera transformaciones más profundas de las que nos estamos dando cuenta. Coincido con eso, con que es parte de una crisis civilizatoria muy grande. Pero también hubo quienes en las primeras semanas salieron a festejar el fin del capitalismo y pronto se dieron cuenta de que no había nada que festejar. ¿Vos qué proyección hacés? ¿Cómo te imaginás el futuro?

Hay cosas que uno se imagina, y hay cosas que son datos. El cambio climático y el proceso de degradación de las fuentes de la vida de la Tierra son un dato,  que va a haber más virus influenza (el año que viene o el otro) es un dato, y que no estamos preparados para otro igual a este, también. Entonces a mí no me preocupa tanto imaginar un escenario posapocalptico, sino que efectivamente van a venir más amenazas, biológicas y socionaturales, y que habrá muchísimas más vulnerabilidades con las que las recibimos: más pobreza, más necesidades, menos infraestructura, menos guita para resolverlas. Hay debates sobre las transformaciones de los modelos productivos y el rol de los estados que los tenemos que dar, porque si no los damos se van a morir millones de personas. Hay un punto de inflexión con esta pandemia y por eso es muy conflictivo cómo están creciendo los discursos de odio, las teorías conspirativas y estas corrientes que tienen como objetivo la desinformación, porque creo que ya no hay más lugar para el negacionismo del cambio climático o para la ideología que va en contra del rol de los estados. No hay más lugar para eso,  es una cuestión de vida o muerte.

No hay más tiempo. Después de esta pandemia, o bien tomamos conciencia muy drásticamente del nivel de vulnerabilidad que tenemos como sociedades y que pone en riesgo a millones de personas de forma inmediata, y empezamos una transformación de algún tipo, o la normalidad va a ser con barbijo, aislamiento y con confrontación y las sociedades fracturadas.

En Argentina vamos a un escenario de casi un 50 por ciento de pobreza, y eso es habiendo resistido muchísimo y habiendo puesto en funcionamiento políticas que intentaron paliar lo más posible el vaciamiento del bolsillo de la mayoría de la población y habiendo ayudado al sector privado a que no se perdieran puestos de trabajo. Hay una política muy activa para ayudar a que el impacto no sea tan fuerte y aun así vamos a un escenario muy difícil. Y es una situación que va a vivir todo el mundo, muy grave. Hace tiempo que hay cada vez más sequías e inundaciones. El nivel de circulación de un virus como este tiene que ver con cómo vivimos, con la vida en las ciudades, con el nivel de hacinamiento, incluso el nivel de contagio en el mundo tiene que ver con que en la mayoría de los países se priorizó el funcionamiento de la economía por sobre la protección de la salud de la población, tiene que ver con las prioridades sobre las cuales está organizado el mundo, que son las del mercado y el capital financiero, no la de la salud de los pueblos. Si nada cambia, el futuro tiene pocos años. No me asusta, pero creo que queda poco tiempo para transformar.

A veces como Gobierno pasamos más tiempo explicando que lo que se dice es mentira que explicando cuál es nuestra política, y eso lo tenemos que resolver.

¿Y cuál es tu balance sobre estos primeros meses (tan extraños) de gobierno y sobre el rol de la oposición?

Ganamos las elecciones con un gobierno de coalición muy amplio y desde el primer día había una prioridad muy clara que era revertir el proceso de destrucción de la economía y de la capacidad del Estado, y teníamos algunas cosas claras en relación con eso. Me acuerdo que en los primeros días se declaró la emergencia pública y empezaron algunas medidas, se empezó a renegociar la deuda. Pero la verdad es que la pandemia transformó todas las proyecciones, y con un gobierno recién llegado tuvimos salir a dar respuestas con muy pocas herramientas. Creo que todos los funcionarios y las funcionarias estamos bastante orgullosos de cómo se encara la situación, lo que no significa que no veamos los problemas. Y creo que tuvimos una voluntad muy fuerte de unidad en función de un enemigo mayor, que era la pandemia, pero que de alguna manera nos encontramos con una oposición que por momentos tuvo gestos de madurez para querer acompañar pero que, en esencia, prioriza las oportunidades para debilitar institucionalmente y construir de nuevo el enfrentamiento y la tan mentada grieta. Y eso directamente pone en riesgo la salud de la población.

Se agitan permanentemente fantasmas sobre la base de muchas mentiras, sobre todo desde los medios, que están participando activamente en la confusión, y se agitan miedos como el supuesto avance sobre el poder judicial, que el gobierno no deja que la gente trabaje, que se quiere avanzar sobre el periodismo… Se agitan fantasmas en medio de una pandemia, cuando se está trabajando con mucho esfuerzo para cuidar a la población, y la oposición está siendo muy irresponsable.

Y como Gobierno estamos teniendo dificultades para transmitir con claridad cuáles son las políticas que estamos desplegando. Y eso es un problema que vamos a tener que resolver, transmitir qué es lo que se hace en términos sanitarios, qué definiciones se toman desde el punto de vista monetario, cuáles son las definiciones económicas. A veces pasamos más tiempo explicando que lo que se está diciendo es mentira que explicando cuál es nuestra política, y eso lo tenemos que resolver. La gente que necesita laburar, porque la pandemia aprieta y la pobreza crece, necesita saber todas las medidas que se están tomando en defensa de sus intereses y entender que sin la intervención del estado estaría muchísimo peor.Y si hay algo que probamos todo el tiempo es la voluntad de construir acuerdos y dialogar, y tenemos que sostener a un Gobierno que gobierne para todos y no solamente para un grupo. Es difícil cuando hay sectores que son capaces de cualquier cosa para garantizar el daño. Pero siento que estamos demostrando grandeza en algunas cosas.

Para terminar, un ping pong que solemos hacer en Ponele:

– 3 libros que toda persona debería leer antes de morir: 

Uy, qué difícil. Me suelo olvidar los títulos de los libros que más feliz me hicieron (risas). Y tengo el problema de que estudié Letras, entonces lo que “todo el mundo debería leer” son los clásicos…. Pero diría El corazón helado, de Almudena Grandes. Es un libro sobre la Guerra Civil Española y cómo ese proceso de lucha dialoga con una situación de crisis económica importante más actual, de los últimos años. Y ese diálogo de dos momentos de la historia con mucha lucha social me parece fundamental, y además está el vínculo entre la vida y la política, porque finalmente se trata de los vínculos que construís, de las pequeñas cosas, y lo que tiene este libro es la historia de la humanidad y de la lucha atravesada por gente común, en sus pequeñas cosas.  Además la Guerra Civil Española me parece un proceso conmovedor.

Otro es Cien años de soledad. Primero porque el realismo mágico es maravilloso y hace la vida cotidiana sea más bella y segundo porque permite  entender el funcionamiento de la desigualdad en América Latina. La historia de la empresa multinacional que llega y destruye la vida cotidiana de un pueblo y el proceso de huelga me parecen maravillosos. Cruza política y literatura, y eso me gusta.

Y el tercero: Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon. Porque es muy fácil imaginar las versiones bellas de la transformación y hay que comprender el funcionamiento del imperialismo y la colonialidad, y a veces se romantizan las versiones bellas de la transformación, pero Fanon te muestra que el odio existe, y es una respuesta posible al odio de los poderosos. Y entender eso a veces te saca de un lugar de romantización y tocás otro lugar de la política, más crudo, real y genuino.

– ¿Creés en Dios?

No me importa creer. No me esforzaría en probar que Dios no existe, no me preocupa. Porque si existiera y fuera tan bondadoso como dicen no creo que le importara que yo y millones de personas no creyéramos en él aunque si creyéramos en la justicia y en que nadie tiene derecho a humillar a otro. A la vez, no puedo dejar de participar de la cultura cristiana, porque el pueblo argentino es bastante cristiano, pero mi hermano es musulmán y tengo tanta variedad de explicaciones religiosas, siempre comprometidas y desde una perspectiva de transformación, que  me parecen más versiones que otra cosa. Entonces no me importa mucho, aunque sí me importa el rol de muchas instituciones religiosas para reproducir desigualdades. Y me molesta mucho querer normalizar, que es algo bastante esencial de la cultura de las religiones, querer convertirte. También me molesta la tendencia a normalizar de los ateos. Hay una cultura atea de la superioridad blanca europeizada, de un modelo científico que dice, desde un lugar supuestamente izquierdoso y progresista, ‘la religión es el opio de los pueblos’. Y me parece una subestimación de procesos de espiritualidad populares muy relevantes para la historia de la humanidad. Me encanta imaginar un mundo lleno de religiones en el que cada uno tenga derecho a creer en lo que quiera. A mí me gusta imaginar ese mundo, no uno sin religiones o uno de una sola religión. Y sí creo muchísimo en el rol político de aquellos líderes religiosos que con mensajes como el laudato son un motor de cambio para la humanidad.

– ¿Algún oficio o habilidad que te gustaría tener?

Saber cantar y tocar la guitarra. No te digo dedicarme a eso, pero sí creo que puedo ser una persona que cante canciones bellas y que la gente a mi alrededor se ponga feliz (risas).

– ¿Experimentaste con drogas? ¿Y qué posición tenés con respecto a la despenalización de la marihuana?

No experimenté con más drogas que la marihuana, aunque soy un poco anticuada para esas cosas, la verdad. Y creo que la despenalización de la marihuana es la única forma de avanzar contra las redes de narcotráfico, y que también es la única forma de avanzar contra el abuso policial e institucional, que históricamente perjudica a los pibes que menos posibilidades tienen de defenderse de la policía, que también tiene que ser transformada. Pero también creo que hay una cultura muy fuerte del consumo problemático de sustancias en la sociedad actual, y que hay cierta aceptación del consumo problemático en los sectores medios, como si fuera normal la incorporación tan intensa a la vida de la marihuana y hay debates que dar sobre la cultura del consumo, porque los más afectados siempre son los pobres: del consumo, de las redes de narcotrafico y de la violencia institucional. Es muy difícil avanzar en el proceso de legalización de drogas, que es fundamental para enfrentar al narcotráfico, si no discutimos socialmente el consumo problemático. Y también creo en la potencialidad medicinal del cannabis. Igual no es un problema de creencia sino de datos: si hay algo que permitiría el acceso a miles de personas a mejores condiciones de salud es explotar todas las posibilidades del cannabis, así que creo en el rol del Estado en eso.

 

 

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