Socióloga, docente, militante de la organización El Hormiguero y legisladora porteña por el Frente de Todxs desde 2019, María Bielli (1987) habla con Ponele sobre la llegada del feminismo a su vida, la crisis social y económica provocada por la pandemia, la oposición a Larreta en la Ciudad de Buenos Aires y el año y medio de gobierno de Alberto Fernández.
Para empezar, contanos un poco tu trayectoria militante…
Empecé en el Centro de Estudiantes de mi colegio secundario, el Normal 6 de Palermo. Como muchxs de mi generación, cuando llegamos al secundario no había centro de estudiantes, no estaba la ley de centros de estudiantes. Construimos la herramienta con muchos palos en la rueda de autoridades que le temían a la organización y la participación estudiantil. Queríamos discutir el 24 de marzo, organizar encuentros de debate. También teníamos algunas reivindicaciones propias de la escuela. Y el contexto invitaba a la participación. A mí me marcó mucho el día en que se recuperó la Ex Esma y se bajaron los cuadros. Fui con mi viejo y esa fue la primera movilización que compartimos. Mi viejo, que junto a mi vieja militaron en los 70 y no se perdieron ni una movilización de su época, que sufrieron la persecución y perdieron tantos compañeros, volvía a la calle ese día. Esa etapa de militancia fue muy hermosa. Y nuestra generación logró encontrarse tempranamente con la invitación a participar, a reconocernos en nuestra historia y reencontrarnos con banderas que para otras generaciones fueron más difíciles, como la del peronismo. Siempre digo que nuestra generación se reencontró con el peronismo a través del kirchnerismo. Después, en la facultad (empecé estudiando Derecho y Sociología) me invitaron a ser parte de una organización social en el barrio Zavaleta, cerca de la villa 21-24, para dar apoyo escolar y hacer actividades con pibxs. Y ahí empezó mi militancia territorial, que continúa hasta el día de hoy.
Hace ya 12 años estoy en el barrio Padre Carlos Mugica, en la villa 31, donde armamos El Hormiguero junto con otrxs compañerxs de distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires. Y ahí me quedé. Se fue transformando la organización, fue creciendo, fuimos armando algunas experiencias organizativas más grandes, construimos el Instituto de Formación Docente Dora Acosta, sabiendo que en la Ciudad tenemos el enorme desafío de garantizar el acceso a derechos que no garantizaron los gobiernos de Macri y Larreta. Y de la 31 no me voy a ir nunca, en mi trayectoria militante la 31 ha sido una gran escuela y sigue siéndolo. Por la historia de lucha de su barrio, y por la actualidad de lucha también. Este año de pandemia fue de mucho aprendizaje, porque en esos barrios emergió una solidaridad muy grande para anteponerse colectivamente a una situación terrible que nos está tocando vivir.
¿Y en qué momento apareció el feminismo y cómo transformó tu práctica, tu militancia y tu vida?
Aparece en la organización. Siempre hay una compañera, o varias, que empujan para que aparezcan ciertas discusiones que hicieron que pudiéramos ponernos los anteojos violetas y empezáramos a ver el mundo de otra manera. Digo la organización porque se construyó un frente feminista dentro de El Hormiguero que terminó transversalizando la práctica política de toda la organización, que no quedó solo acotada al espacio de las compañeras que lo llevaban adelante. Los Encuentros Nacionales de Mujeres son otro punto de quiebre. Yo participé por primera vez en el 2013. Nos fuimos a San Juan con 50 o 60 compañeras, y poder organizarnos para viajar, que las compañeras del barrio pudieran organizarse para ir a un Encuentro, garantizando colectivamente el cuidado de sus hijxs (que era una de las principales limitaciones para que el viaje se pudiera realizar), estar allá todas juntas y encontrarnos a discutir cuestiones que atraviesan nuestra vida cotidiana fue realmente transformador. Y por supuesto que no hay un rincón de nuestra vida que no se transforme o se problematice. Porque las manifestaciones del patriarcado son múltiples y también permean todo. En los femicidios aparece en su máxima expresión, pero también está en cada espacio donde puede colar su lógica: en la posibilidad de acceder o no a mejores puestos de trabajo, en la brecha salarial, en cómo distribuimos las tareas al interior de nuestros hogares –me parece fundamental que se aborde como se está haciendo las cuestiones vinculadas a los cuidados-. El feminismo es eso, la discusión de la vida cotidiana. Y esa es una de las principales potencias que tiene. Atraviesa también el lugar que ocupamos en las organizaciones políticas. Se manifiesta en la posibilidad de tener voz propia, en entender que lo que una quiere decir y tiene para aportar es importante y luego que el resto lo entienda así. Elegir militar y construir en una organización con compañeros te enfrenta y nos enfrenta a tener una mirada muy atenta sobre los lugares que ocupamos.
A las militantes lo que nos pasó durante mucho tiempo, y aún nos sigue pasando, es que no éramos invitadas a formar parte de las mesas de discusión, y si estábamos invitadas, lo hacíamos sin tener voz, cumpliendo un cupo políticamente correcto. Digo siempre que también el feminismo es doloroso, te invita a encontrarte con mucho dolor. Porque cuando una toma dimensión de cómo las violencias, en sus múltiples formas, construyen nuestra subjetividad, y que son producto de un modelo patriarcal de organización de nuestras sociedades, es muy doloroso encontrarse con cómo eso opera en cada una de nosotras. Pero a la vez es un camino del cual una no puede salir y de mucha reflexión y acompañamiento colectivo, de avance colectivo. Y es doloroso reconocer esas marcas y huellas que va dejando el patriarcado, pero sin dudas es sanador y nos permite construir nuestra vida de una manera más justa. Es difícil salirse del lugar del cual el sistema nos quiere. Cuando las compañeras nos reivindicamos desde el feminismo y tenemos que disputar espacios que son construidos desde una lógica hegemónica, masculina y patriarcal, es muy complejo pensar cómo hacer para habitarlo, para estar ahí sin reproducir los mismos comportamientos a los cuales el sistema del que formas parte te lleva. Los ámbitos de construcción en la política que están pensados desde una lógica patriarcal. La lógica patriarcal habla de individuos que compiten por estar, y la práctica política del feminismo popular requiere de pluralidad. Una no avanza sola, avanza cuando avanzan muchas más, y esas dos lógicas entran en colisión, y ahí vamos nosotras tratando de modificar esas lógicas.,
Pensando en los cuatro años del macrismo, ¿qué balance hacés ahora de ese período?
Creo que efectivamente fueron años de mucho sufrimiento para nuestro pueblo. Vivimos la violencia y la capacidad de daño que tiene la derecha cuando se adueña de una de las únicas y más poderosas herramientas que tienen los pueblos para ser felices. Y padecimos la velocidad y la facilidad con la que destruyen aquello que tanto cuesta construir. Más allá de que hay muchas cosas contra las que no pudieron avanzar por ser consensos inquebrantables de nuestra sociedad,-como el juicio y castigo a los milicos y la movilización contra el 2×1. Creo que hubo una resistencia muy importante –que sin dudas se vincula con los 12 años anteriores – y una definición muy clara por parte de nuestra gran referente política, Cristina, de no perder la herramienta de la política a pesar de los intentos desesperados de la derecha y sus artilugios mediante el lawfare para que esto ocurriera. Cristina dando batalla en Comodoro Py en abril del 2016 nos marcó el camino de construcción de un espacio que estuviera al lado de la gente, alejándonos de grandes consignas y preocupándonos por estar cerca de los dolores de la vida cotidiana. Y eso fue fundamental para que el tiempo de derecha en el gobierno fuera tan corto.
El macrismo nos enseñó la importancia de una mayor predisposición para entendernos en las diferencias, sabiendo que el enemigo es muy grande y tiene mucho poder. Y particularmente a nuestra organización política, El Hormiguero, nos hizo crecer en la construcción de instituciones, que son para nosotrxs la forma organizativa que permite democratizar el acceso a derechos, ampliar los márgenes de lo público –mediante lo público no estatal, o lo publico popular- consolidando instancias de disputa permanentes. En estos años consolidamos FM Soldati, en Fátima, un medio de comunicación propio, del barrio, que fue una herramienta de denuncia en los momentos más difíciles. Construimos escuelas de arte en La Boca y Chacarita, incorporamos la discusión de la cultura independiente mediante nuevos espacios culturales, fortalecimos las instituciones educativas en la 31 y Rodrigo Bueno y comenzamos a habitar nuevos barrios. Fueron años de mucho crecimiento, sabiendo que la organización popular no es un medio para, sino un fin en sí mismo. Y que cuando ocurren procesos de retroceso como el que ocurrió, fueron las organizaciones y su resistencia las que garantizaron que el dolor no fuera tan grande y que pudiéramos recuperar rápidamente la herramienta del Estado.
A las militantes lo que nos pasó durante mucho tiempo, y aún nos sigue pasando, es que no éramos invitadas a formar parte de las mesas de discusión, y si estábamos invitadas, lo hacíamos sin tener voz, cumpliendo un cupo políticamente correcto…
¿Y de este año y medio de gobierno de Alberto qué balance hacés?
Fue un año extremadamente complejo por la situación en la que asumió el gobierno nacional, sumado a la pandemia, que es una realidad excepcional para el mundo, un hecho global que nos conmovió a todxs. Sin embargo, creo que se llegó con ideas muy claras respecto de qué había que hacer: recuperar las riendas de la economía tratando de desendeudar al país sin que el pago de la deuda representara un costo social; atacar el hambre de quienes peor la pasaron con un plan destinado a la alimentación; garantizar los medicamentos para los jubilados y las jubiladas. Se refijaron las retenciones, se modificaron las políticas de importación, se creó el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad. Y rápidamente respondió a la necesidad de poner todas las herramientas del estado en la atención sanitaria y en el cuidado frente a la pandemia, con una reacción veloz y contundente que acompañó a millones de personas con un ingreso de emergencia que fue sumamente importante.
Rescato también la importancia también de discutir el aporte extraordinario a las grandes fortunas, como punta de lanza de una discusión más profunda ligada a la necesidad de una reforma impositiva progresiva. El decreto que determina que internet y las telecomunicaciones son un servicio público también es producto de tener muy claro qué intereses se quieren favorecer y de los limites a la maximización de ganancias que tiene que poder poner el estado. Creo que la principal pregunta es: ¿cómo hacemos para que el Estado vuelva a contar con los recursos que se necesitan para generar más igualdad en un momento tan difícil como este? Porque el principal problema que tiene nuestro gobierno es encontrar con qué capacidades estatales contamos para llevar adelante aquellas transformaciones que se necesitan. La derecha llegó al gobierno para destruirlo, para ir en contra de las capacidad del estado. Desde el sentido común neoliberal está instaurado que no se requiere de la mano del Estado para garantizar igualdad, y la derecha llegó al gobierno para desguazar esas capacidades estatales. No solo en los cuatro años del macrismo, sino a nivel global, sufrimos el avance del sistema financiero por sobre nuestras economías y la incapacidad de los estados para generar una infraestructura de poder que nos permita contener la economía y brindar soluciones a quienes las necesitan. Al haber generado un nivel de unidad tan grande y diverso hay que tener en claro que el objetivo en términos económicos del año que viene es que el salario le pueda ganar a la inflación y poder recuperar el poder adquisitivo de lxs trabajadorxs. Entonces, con el rumbo claro, hay que hacer todos los esfuerzos para ir generando mayores capacidades de acción para revertir esta situación.
Agustina Panissa: “Una vez que empezás a ver el feminismo, no hay vuelta atrás”
Algunxs, apenas comenzada la pandemia, estaban proclamando poco menos que el fin del capitalismo. También hay quienes piensan que esto es solamente el inicio de una degradación mayor de las condiciones de vida de todo el planeta. Recién vos decías que la pandemia nos conmovió a todxs. ¿Cómo imaginás el futuro?
Pienso que tengo la responsabilidad de no ser tan pesimista, pero si no tomamos nota y no tenemos en cuenta determinados aprendizajes que nos deja esta situación, estamos ante un problema muy grande. La pandemia paralizó la economía y todos corrieron a buscar apoyo y ayuda en el Estado en un momento como este, en el que por cierto lo que tengas en términos económicos vale poco. Por supuesto, no afectó a todos por igual en términos económicos, pero no se puede pagar con dinero eso que la pandemia produce, como tampoco se pueden pagar con dinero las consecuencias del cambio climático. Entonces, si no entendemos que hay cosas que no se pueden pagar y que tenemos que empezar a sentar determinadas bases de convivencia y de cooperación respecto del mundo en el que queremos seguir habitando, va a ser muy difícil. Uno de los aprendizajes, además de que no todo se puede pagar, es que individualmente nadie puede salir de esta situación solx, y esa consigna de la pandemia, “nadie se salva solo”, tiene que ser una base de construcción para la subjetividad que emerja de un momento de crisis como este. Efectivamente necesitamos construir un mayor nivel de comunidad. Hay un montón de personas que por primera vez se están preguntando cómo viven. La pandemia nos permitió ver qué implica nuestro hacer cotidiano y qué implica transformar nuestra vida: cómo vivimos, qué comemos, qué espacios tenemos para ver el sol o cómo puede ser que vivamos en 18 metros cuadrados y que nos transportemos cómo nos transportamos. La imagen del subte abarrotado no sabemos si va a volver -o no queremos que vuelva-, y esa forma de habitar la ciudad, que viene de antes de la pandemia, hoy la analizas y es una forma poco saludable. Algo de todo eso tiene que cambiar, incluso nuestro vínculo en y con la Ciudad. No solo Buenos Aires, todas las grandes ciudades fomentan el aislamiento, y ese anonimato que muchas veces se pondera respecto de que “nadie me conoce”, en momentos como estos es sumamente duro, porque hubo que generar redes que te permitieran llevar adelante el aislamiento con las condiciones que tuvieras, de provisión de alimentos y demás. Y esas redes construidas y esa reivindicación del espacio de cercanía, que no creo que pase solamente de los barrios populares, tienen que quedar sentadas de acá en adelante, tienen que ser incorporados como parte de la cotidianeidad. Hay que apostar a eso.
Son ciudades donde la fragmentación social es grande, donde la desigualdad hace que sea difícil que vos entiendas que tu problemática tiene que ver efectivamente con la problemática del otro, y que sea difícil conectar la problemática de alguien que vive en situación de calle con la situación de una piba de 19, 20 o 30 años que no se puede independizar porque no hay vivienda en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Cómo pensamos que somos parte del mismo problema? Es difícil porque hay un trabajo por parte de la derecha de fragmentar las problemáticas que deberían ser entendidas como problemáticas comunes. Y encima las redes sociales operan en estas problemáticas, porque se cree que son en un espacio democrático y en realidad cada une ve algo distinto en las redes. Vos ves una cosa y yo veo otra, y por ahí vivimos en la misma manzana pero construimos realidades totalmente distintas, y eso colabora a que cada vez nos alejemos más. Cada vez formamos parte de burbujas más chicas, porque casi no hay forma de encontrarte con lo distinto y eso va creando mundos paralelos. Mi viejo, con la pandemia, aprendió a usar Youtube. Él estudia ajedrez, y me dijo la otra vez: “me apareció un video de ajedrez y después otro, y después otro, y así, y me enganché…” O sea, mi viejo estuvo todo el día viendo lo que ellos querían que viera. Y hablo de mi viejo pero nos pasa a todxs. Y la pandemia no ayudó porque los canales de discusión se acotaron un montón. Por eso es importante que entendamos a las redes como una herramienta, pero que nunca perdamos y siempre ponderemos el encuentro, el cara a cara. Y ojalá la pandemia haya servido para incorporar la noción de comunidad en espacios de la ciudad donde eso se creía muy difícil.
¿Cómo viste y cómo viviste el rol docente durante la pandemia y que pensás sobre la discusión por la vuelta a clases presenciales?
Creo que la pandemia hizo especialmente difícil el ejercicio de la docencia. Que no hubo tiempo para planificar, que la virtualidad de ninguna manera suple la presencialidad y que hubo un esfuerzo enorme que en algunos casos no alcanzó para que se sostenga el vínculo pedagógico. Me genera mucho enojo cuando se dice que se perdió un año. No es la “vuelta a las clases”, es “vuelta a la presencialidad”: hay una negación muy grande de una continuidad pedagógica que estuvo, que existió, que se hizo como se pudo y con quienes se pudo. Si nuestro sistema educativo, que es el más igualitario de Latinoamérica, ya se paraba desde antes en una desigualdad muy grande en términos sociales, la brecha digital sobre la que se construyó esta última etapa de la educación dejó a muchxs en el camino. Nosotrxs todo el año estuvimos planteando eso, porque ese también es nuestro rol como legisladores de la Ciudad. Queremos gobernar la Ciudad y sabemos cómo hacerlo, porque venimos de distintos sectores que son las fuerzas vivas de la sociedad, sabemos qué se necesita.
Hay mucha distancia entre el discurso político de la Ministra de Educación, Soledad Acuña, y lo que efectivamente pasa y se necesita en las aulas. Fue un año muy duro en el cual lo único que no se podía hacer de ninguna forma es lo que hizo Acuña, que fue bastardear a lxs docentes con sus declaraciones, además de que ya lo viene haciendo con el tema salarial y la falta de garantías para que se cumpla con el derecho a la educación. Pienso que hay volver a la presencialidad, que tiene que ser cuidada, y que el sistema educativo requiere ser ponderado y con él sus docentes. En el debate actual hay otra discusión que para mí es central, que es el protocolo de acción de CABA: lo que está planteando el Ministerio es que cada directora de escuela resuelva cómo va a llevar adelante su protocolo. Esto implica que se ponga con un metro a medir cuántos pibxs entran por aula, que resuelva cuántas horas van a estar y cuántas no… y esa no es responsabilidad de las conducciones de las escuelas. ¿Dónde queda lo pedagógico? Estamos discutiendo como si los maestros tuvieran que hacerse cargo de pensar un protocolo sanitario, que se ocupen de la infraestructura escolar, de pensar cómo priorizan los contenidos y cómo recuperan los contenidos del año pasado… La tenemos a Soledad Acuña diciendo “se vuelve a la presencialidad”, pero si tenemos directivos conscientes, ella no puede decir que vuelve esa presencialidad así tal cual lo plantea. No hay correlato. Necesitamos que asuma la responsabilidad de decir efectivamente cómo va a hacer para ir hacia una presencialidad cuidada, después de un recorte presupuestario de infraestructura escolar de un 68 por ciento, que es la caída de presupuesto más alta de toda la historia. Otras provincias están pensando cómo adquirir métodos de ventilación, sensores que midan la saturación del aire en las aulas. Acá, ¿cómo van a garantizar una educación de calidad si tenés cada vez menos presupuesto? Hay un desafío enorme para la docencia, producto de la etapa que pasamos y de lo que nos toca vivir. Sabemos lo difícil que es para un pibe que no tuvo conectividad o las garantías materiales para sentir que la escuela lo acompañaba, tener que regresar a la escuela. Va a requerir de mucho esfuerzo, así que va a ser un año difícil, sobre todo cuando se comienza con este nivel de incertidumbre.
¿Cómo cambió tu vida cotidiana y tu militancia desde que sos legisladora?
Fue un año muy particular: legisladora y con pandemia. Tengo la responsabilidad de cumplir un rol institucional sabiendo que tenemos un desafío enorme, que es el de colaborar en construir la posibilidad efectiva y convertir en realidad la utopía y el sueño de gobernar la Ciudad. Todos los días me levanto sabiendo que cumplo esta función, como legisladora de la oposición, sabiendo que quiero dejar de ser legisladora de la oposición. A nosotrxs nos gusta construir, y desde la militancia siempre estamos pensando cómo hacer para garantizar derechos, entonces ese es el desafío que tenemos les legisladores. Estar acá también te permite estar en contacto con muchxs más compañeres y vecinxs de la Ciudad, y con muchísimas más injusticias. Estamos en la calle, en los barrios, en los espacios culturales. Pero también estamos estudiando el Boletín Oficial diariamente, viendo cómo lo que anuncian como “buena gestión” en los grandes medios después en la práctica significa transferencia de negocios para amigos, transferencia de recursos de sectores prioritarios a no prioritarios, gastos superfluos, entonces es de una indignación permanente. Y también teniendo que escuchar a los exponentes en la Legislatura de la fuerza que gobierna la Ciudad de Buenos Aires, que tienen una mayoría que les permite sacar las leyes que requieren mayoría simple.
Lo más esperanzador que tuvo la Legislatura el año pasado fue lo de Costa Salguero, que es parte de una discusión que sucede acá desde hace muchos años. Que la discusión por la venta de tierras públicas haya salido a la luz tampoco fue magia. Que haya interpelado a tantas personas también es producto de que estamos viviendo una pandemia y de que nuestro vínculo con el espacio público está en crisis, y que Costa Salguero justamente implicaba la cristalización de un proyecto de Ciudad que relega espacio público a favor del negocio inmobiliario. Le pusimos un freno a ese modelo de Ciudad, con una audiencia pública multitudinaria, cuando siempre costó mucho que se supiera qué es lo que pasa en la Legislatura. Tenemos un bloque opositor que quiere gobernar la Ciudad, que está unido y que tiene calidad humana, y en el que hay gente de mi generación e incluso más chica, como Ofelia o Lucía, con quienes compartimos una forma de hacer política que nos hace pensar proyectos en conjunto, para salirnos de nuestra individualidad. Sigo militando en la organización a la cual pertenezco y creyendo que, desde el lugar en el cual une esté, hay que seguir pensando cómo hacer para construir una realidad más justa, y para efectivamente gobernar la Ciudad de Buenos Aires. Asique mi vida sigue igual, sólo que con mayores niveles de responsabilidad.
Para terminar, un ping pong que solemos hacer en Ponele:
-3 libros que toda persona debería leer:
¡Qué difícil! A ver… La Voluntad, El hombre que amaba a los perros y una hermosura que leí en vacaciones este año, Teoría de la gravedad, de Leila Guerriero.
-¿Creés en Dios?
¡Más difícil aún! No lo tengo del todo claro. Rápidamente digo no, pero en los momentos más difíciles tiendo a creer que hay algo/alguien a quien apelar.
-¿Experimentaste con drogas? ¿Y qué postura tenés con respecto a la despenalización de la marihuana?
El año pasado votamos en la Legislatura la legalización del uso de cannabis con fines medicinales, y celebré que la nueva reglamentación de la ley nacional permitiera y facilitara su uso. Era una locura que, habiendo evidencia científica sobre los beneficios del uso de cannabis para el tratamiento de enfermedades como la epilepsia, las familias fueran perseguidas por cultivar. Estoy a favor de la despenalización de la marihuana también para su uso recreativo. Creo que hay que dar un debate serio sobre qué implicancias tiene su consumo en distintos sectores de la sociedad, y la mejor forma de dar ese debate es mediante su legalización.
-¿Algún oficio o habilidad que te gustaría ejercer o tener?
Rapear. Es una asignatura pendiente, me gusta mucho. No le dediqué mucho tiempo, pero me hubiera gustado mucho cantar. Soy mala (risas) pero hay una veta inexplorada que espero en algún momento poder explorar. Y jugar al fútbol. Me gustaría haber sido futbolista profesional, pero me conformo con meter uno o dos partidos por semana, cosa que intento mantener.