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El Menem de Punta del Este

En la memoria de algunos de los que vacacionamos en las playas de Punta del Este en la mitad de los 90 se sostiene una imagen perturbadora: una camioneta corta la ciudad balnearia, desde la que se revolean banderas, cornetas, viseras y remeras con la inscripción “Menem 95”.

Si en internet se confirmara la existencia de esta campaña que buscaba el voto de los que no terminarían formando parte de los dos tercios de nuevos pobres, si hubiera al menos una foto de esa camioneta cortando la avenida Gorlero a plena luz del mediodía, quienes recuerdan esas imágenes de su infancia no tendrían que esforzarse por retener algún detalle que confirme que no es invento de su imaginación.

De cualquier forma, hay testimonios suficientes para sostener que en esas playas sí hubo campaña. Por esos años, nada más y nada menos que Armando Gostanián, el titular de la Casa de Moneda durante los diez años de gobierno menemista  -condenado en 2015 a cinco años de prisión por enriquecimiento ilícito-, explotaba cuatro restaurantes diferentes (uno llevaba el nombre Charly) y no dudaba a la hora de invertir en la campaña de su socio y amigo. Este político, empresario gastronómico e inversor inmobiliario al que el turco riojano apodaba cariñosamente Gordo Bolú fue uno de los principales creadores del merchandising menemista y llegó a tener una investigación por malversación de fondos -aunque finalmente fue sobreseído- por tener la picardía de querer homenajear a su amigo en el día de su cumpleaños número sesenta con unos billetes impresos en papel moneda que incluían su cara y una marca de agua con el escudo de Argentina.

Paradójicamente, sí hay registros de la campaña por el intento de la re-reelección de 1999. Se encuentran fácilmente testimonios de quienes confirman que la tribu neoliberal fumaba habanos finos con la marca “Menem 99”, que eran prendidos con encendedores que tenían el mismo eslogan –de estos últimos no solo hay fotos, sino que hasta pueden ser comprados en Mercado Libre por algún coleccionista de objetos noventosos–. Y, como si con eso no alcanzara, los iban a fumar a uno de los restaurantes del Gordo Bolú, que primero se llamaba Yabrud y que, curiosamente, ese año pasó a llamarse Yabrud 99. Por las calles también andaba una camioneta con la inscripción “Sí, Menem 99”.

A partir de ahí las huellas que dejaría en la arena esta familia serían más que nada de corte vacacional. Como si, luego de perder el poder, se hubieran jubilado todos juntos y se hubieran dedicado a gozar. Del intento por llegar a la presidencia en 2003 solo se rumorea de unos habanos con la leyenda “Menem 03”.

Ya bien entrados los dos mil, podía verse por las mismas calles una camioneta muy parecida -desde la cual también se revoleaban gorras y camisetas- a la que antiguamente llevaba la inscripción de “Menem 99”. Esta solamente tenía escrito “Zulemita” en el vidrio de atrás y era seguida de cerca por un auto con vidrios polarizados. No es difícil imaginarse que Zulemita viajaba adentro. Tal vez en 2008 la hija del expresidente llegaba a Punta directo desde Miami para quedarse unos días en uno de los edificios construidos por, otra vez, Armando Gostanián.

Años después, en esta ciudad balnearia Menem volvió a pasar el verano de 2014. A pesar de estar condenado a siete años de prisión domiciliaria por contrabando de armas a Ecuador y Croacia, contaba con un flamante permiso especial que le permitía pasear con sus nietas y sus hijos, mostrarse en la playa o, simplemente, admirar el mar desde un departamento con vista a la playa y el puerto. Puede esbozarse la teoría de que lo que verdaderamente buscaba era confirmar, personalmente, que ya no quedaba una pintada que insistía con “Menem 99”. Durante muchos años, en un restaurante abandonado cercano al puerto, quedó el eslogan suelto entre las telarañas, empacado en ser el último guiño de los noventa.

Acercándonos a la actualidad, la familia unida volvió a hacer temporada en 2019. Se los podía ver a todos juntos saliendo a almorzar a los bares tradicionales de la zona. Definitivamente, ya no existían los emprendimientos del amigo gastronómico y estaban obligados a ir a otros. Según dicen, Menem, ya encorvado y con muchísimos problemas de salud, se quedaba sentado en los bancos callejeros mirando los barcos con melancolía. Tal vez recordaba épocas pasadas, cuando sus compatriotas inundaban la ciudad balnearia en la que, según sus palabras, los argentinos se portaban bien y eran más civilizados que de costumbre.

Casualmente, por la misma temporada, el Gordo Bolú salía del país con su juicio oral suspendido por demencia y veraneaba en el mismo balneario top. No es difícil imaginarse a los dos, Carlos con 89 y Armando con 85, hablando de sus respectivos juicios políticos, los problemas de salud, recordando cómo en otra época tomaban whisky con el exsecretario general de la presidencia Alberto Kohan, jugaban al golf con el dueño de la editorial Atlántida Constancia Virgil y la vez que, en 1997, recibieron juntos el año nuevo con un asado espléndido en la mansión de Emir Yoma.

Este verano las playas esteñas, con una baja ocupación hotelera, más que nada sostenida gracias al turismo interno, no lo tendrán a Carlos Saúl Menem caminando tranquilo, en chomba amarilla y ojotas. Ya no estará con una sonrisa amplia, haciendo de cuenta que quien debía cargar con una gestión que, entre otras cosas, dejó dos atentados, la explosión de una fábrica en Córdoba y dos tercios de la población en la pobreza no era él, no. Era otro, uno muy pero muy parecido.

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