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Mi relación abierta: ¿bailando en el Titanic?

Hay algo paradojalmente hermoso y es la confusión que se nos va metiendo en el cuerpo, en el armario y hasta en las palabras que usamos sin darnos cuenta. Así es como nuestras ideas revolucionarias se ponen de moda, no importa cuánto queramos despegarnos de los trendings de Twitter y de Marcelo Polino. En el terreno de nuestros vínculos hay un caminito delineado por LA NORMA del viejo y efectivo capitalismo. Viejo por una hegemonía que está quedando un poco atrás pero que sigue vigente. Millones de personas en todo el globo fueron escapando a pelotazos de ese caminito, ilustrando otros, nuevos, diversos, de todo tipo. Algunes fueron casi iguales, quizás en dirección opuesta, otres necesitaron tirar árboles abajo, porque se armaron donde no había nada. En otros tiempos, algunas mujeres eran feministas radicales cuando decidían tener solo un bebé y no cuatro.

Nuestra amada posmodernidad fue aprendiendo a delimitar caminos cada vez más anchos, no sé, o quizás más rápidos. Hace unos años nos escondíamos para darnos picos en las esquinas y hoy les más pibes publican en Instagram chapes grupales. Este capitalismo flexible genera una sensación de que entramos todes. Pero no nos confu ndamos: toma nuestros delirios constantemente porque sabe que las nuevas formas imperantes deben ser flexibles y deben salir de las personas a las que luego someterá. ¡Ingeniosa esta matrix!

Pasé un montón tratando de entender qué tipo de relación amorosa quería tener: nadie me daba la respuesta. Pero un día –glorioso para mí e insignificante para la evolución de la historia– me di cuenta: quería tener relaciones abiertas

Como soplar y hacer botellas nunca fue, pero la realidad es que las relaciones monógamas nunca me habían resultado fáciles ni satisfactorias, así que no había mucho que perder. Al tiempo apareció un loquito que estaba dolido; siendo amigues me contaba el tamaño de la rotura de su corazón. Entre birras y churros yo sacaba mi panfleto del amar libremente, de no censurarse y de buscar más. De alguna forma (me) fue quedando arriba de la mesa que esa era la única forma en la que podría relacionarme.

Este capitalismo flexible genera una sensación de que entramos todes. Pero no nos confu ndamos: toma nuestros delirios constantemente porque sabe que las nuevas formas imperantes deben ser flexibles y deben salir de las personas a las que luego someterá

¿Que las chetas ahora mueven la burra como afrodescendientes, que la sensibilidad social se extendió a rugbiers y estudiantes de la UCA , que hasta los nerdos de primaria pueden ser seguros, deportistas y tik tokers? Así de rápido avanza, y acá estamos nosotres recién saliendo del clóset cuando ya podríamos hace rato estar cogiendo sin tón ni són.

Entonces hay una pregunta para hacerse: ¿quiero ser el rápido o el muerto? Llamo “rápido” a quien da material al prototipo de lo que viene que este sistema ya está creando. El “muerto” sigue preguntándose cómo superar la vergüenza del rollito o reconociendo su homofobia. Hay ritmos y velocidades en las transformaciones. Por eso hoy pedimos a los varones que se apuren, que ya no sigan con sus chistes machitos, que atrasan, no ayudan en nada y nada nuevo traerán. ¡¡Poné segunda hermano!!

No me malinterpreten, no está mal ser el muerto. Pero digamos (acá va mi idea políticamente incorrecta que comparto porque estamos en confianza): lo mejor de este último tiempo es lo destructible y transformable que se volvió todo. No celebro solamente que haya más “igualdad” o “consciencia” (palabras cada vez más vacías) sino que lo que hoy hagamos, incluso las minorías culturales, puede cambiar un poco las reglas. También lo veo como la característica más peligrosa de la modernidad.

Tener una relación abierta es muy difícil. Te da premios y castigos. La realidad es que elijo mil veces abrir caminos que tolerar las viejas relaciones. Pensalo así: quienes imaginamos diferentes formas de vincularnos y de vivir forzamos al arquitecto a engrosar sus caminos. Si todes siguiéramos amando a escondidas y suicidándonos en brazos de nuestros prohibidos amantes la tragicomedia romántica seguiría siendo prime time en nuestras vidas. Por suerte alguien se animó y dijo: “sabés qué tía Capuleto, no me cabe una la prohibición y me lo re agarro al Romeo”.

Releo mis párrafos y encuentro que por momentos me creo hacedora de un sacrificio individual para que podamos multiplicar los modos de relacionarnos, algo como “Que yo tenga una relación abierta les beneficia a todes les infelices y reprimides”. (Nota mental: ¡Aguantá, vanguardia!)

Tener una relación abierta es muy difícil. Te da premios y castigos. La realidad es que elijo mil veces abrir caminos que tolerar las viejas relaciones.

Quizás hablo desde el despecho y me gustaría tener una relación de esas del Juego de La Vida, con todo predicho o planificado, tal vez sería más fácil. Pero un poco quiero jugar a cambiar la realidad y aunque a veces construir desde lugares diferentes genera soledad, la prefiero mil veces. Si llegase a repetir las historias de mis predecesores por falta de valentía, todo este mambo no tendría sentido. No te voy a mentir: me encanta no pertenecer a las rondas de novias tradicionales siempre  en las reuniones.

Esta nota pintaba para un relato de mi relación abierta, pero no llegó, les defraudé. Me parece bien haberlo hecho: en mi búsqueda por romper mandatos y buscar más allá tengo mis momentos de decepción. Y posiblemente no sea capaz de hablar de mi relación abierta con este chico tan lindo sin pensar en todo lo que me rodea y me hace querer encarar (a la vida y al chico) de forma distinta.

Imagínense lo que es una charla de pareja. Para empezar, no existe nada parejo en las relaciones. Y así arranca la cosa…

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