Ilustración: Olivia Mira
Cuando a fines de 2015 se anunció sorpresivamente el cierre del Zoológico de Buenos Aires, una opción de “entretenimiento” para las familias porteñas desde 1888, y medio año después se efectuó el cierre definitivo, muchxs lo vieron como un punto a favor de la gestión de Larreta, que había tomado la decisión porque consideraba a los animales “un tesoro” y que el Zoo “no daba para más”.
Sin embargo, a las organizaciones protectoras de animales que venían luchando por el fin de este establecimiento arcaico desde hace tiempo, y nunca habían sido escuchados por el Gobierno de la Ciudad, les pareció extraña la repentina decisión. A partir de ese año el Zoológico se encaminó hacia el proceso de transformación en un “Ecoparque Interactivo”, que, con un largo proceso de refacciones y obras, finalizaría recién en 2023.
En septiembre del año pasado el establecimiento cerró por reformas (hasta esa fecha estuvo funcionando ya bajo el nombre de Ecoparque), que continúan hasta el día de hoy -con un presupuesto anual de $441 millones-, y se planea que el próximo mes de diciembre se habilite una apertura parcial del lugar.
Cómo están los animales realmente
Mientras tienen lugar las reformas, 865 de los 1.300 animales que conformaban el Zoológico siguen viviendo en el predio, y según denuncia la ONG #SinZoo, desde 2016 hasta ahora han muerto al menos cien animales. Esto se debe mayormente a la negligencia en el cuidado de los mismos y el estrés que causan las obras de construcción y remodelación: las ruidosas topadoras, grúas y taladros presentes a diario en el predio, sumados al ruido habitual de una zona tan transitada como Plaza Italia, generan una atmósfera que lleva a los animales a una situación de estrés constante.
Tal vez los dos casos más conocidos sean los de la rinoceronta Ruth y Jackie la jirafa, ambos animales jóvenes respecto a su esperanza de vida, que fallecieron este año. Al respecto, el legislador por el PTS Patricio del Corro afirmó que originalmente la rinoceronta estaba a cargo de tres cuidadores, de los cuales dos fueron despedidos para reducir personal; poco después el animal murió y al día siguiente despidieron a la cuidadora que quedaba. El Legislador sentenció que se trataba de un plan de vaciamiento, dejando morir a los animales y así poder reducir aún más el personal.
El ex-director del Zoológico , Claudio Bertonatti, hizo declaraciones similares a mediados de este año sobre derivaciones de los cuidadores más antiguos a otras áreas del GCBA; en relación al caso de estos dos animales en particular, realizó una denuncia penal que llevó a la renuncia del que hasta ese momento dirigía el establecimiento, Gonzalo Pascual.
Privatizando el zoo
Por si aún no eran suficientes las pruebas para poner en duda la supuesta motivación humanitaria de Larreta para cerrar el Zoológico, en el pasado mes de septiembre se votó en la Legislatura la concesión de los edificios del predio (ubicado en una de las zonas más codiciadas de la ciudad). De los 42 antiguos edificios, declarados monumentos históricos, 15 fueron concesionados a negocios de privados por lapsos de 10, 15 y 20 años.
Según establece la Constitución porteña toda concesión de un predio público que dure más de 5 años debe pasar por la Legislatura. Sin embargo meses atrás el bloque oficialista consiguió mayoría especial con los votos de Evolución, el socialismo y Sergio Abrevaya para poder licitar terrenos del ex zoo por hasta 20 años sin tener que pasar nuevamente por el parlamento porteño.
Las finalidades del proyecto
Si bien significó una interrupción en la exhibición continua de las 300 especies originarias de todo el mundo y el traslado a santuarios de animales, el Proyecto Ecoparque constituye también un gran negocio inmobiliario para el GCBA y una megaobra que, a su finalización, no estará libre de animales en cautiverio, ya que se planea exhibir en semi-libertad a más de 300.
Eso sí, los funcionarios siempre aclaran que estos animales serán autóctonos del país; sin embargo cabe preguntarse por qué consideran éticamente correcto someter a cautiverio a un ñandú en plena Ciudad de Buenos Aires, pero no a un león.