Diputada de la Ciudad de Buenos Aires e integrante del Frente de Todxs, Ofelia Fernández (2000), la legisladora más joven de Latinoamérica, habla con Ponele sobre militancia, feminismo y los sueños y las luchas de su generación.
Para empezar, Ofelia, ¿podés hacer un recorrido por tu vida militante?
Empecé a los 13 cuando entré al Pellegrini, mi secundaria. Tenía un pulso desde antes, me interesaba la política y tenía curiosidad por cómo se construían las decisiones, quiénes y porqué lo hacían. Entré a una escuela que tiene un centro de estudiantes consolidado, con muchas herramientas conquistadas,debate y participación. una de las primeras cosas que quise hacer cuando entré fue empezar a militar y así fue hice durante toda mi estadía. Terminé siendo electa presidenta del centro de estudiantes y a partir de diversos conflictos que atravesé en los que tuve que ocuparme de la representación gremial terminé ganando cierta exposición y visibilidad.
Cuando llegó la campaña por la legalización del aborto en Argentina me convocaron a exponer en el Congreso. La asesora de la diputada que me invitó me dijo algo que me pareció importante: yo era casi la única joven de entre esas 500 personas que iban a intervenir en esas jornadas. Me lo tomé muy en serio y aproveché no solamente para manifestar mi acompañamiento al proyecto sino para hablar de la realidad de la juventud y de cómo concebíamos este derecho.
¿Esa intervención la armaste sola o cómo fue?
Cuando me llamaron fue muy emocionante ¡Iba a entrar al Congreso! Armé esa intervención sola durante varios días, pensando, en mi cama, con la computadora. Una vez que la tuve se las compartí a mis amigos, ellos tomando cerveza y yo leyéndoles (risas). Ese día expuse casi última y en el medio tuve que escuchar muchos delirios, entonces acumulé una ira que me permitió ir sumando cosas e improvisando sobre la marcha. Fue un momento súper fundacional en el que terminé por ocupar cierto espacio de referencia o de condensación de algunas agendas emergentes que venía llevando a cabo mi generación. Y para terminar con tu pregunta anterior, después terminé encontrando el espacio del Frente Patria Grande y los compañeros y compañeras me plantearon la intención de que yo fuera candidata por el espacio dentro del Frente de Todes… y acá estoy.
¿Hubo algún momento puntual en el que apareció el feminismo o desde el principio lo tenías como una de tus banderas?
Sí, hubo un momento. En 2013, en mi primer año de secundario, había una Comisión de Género, y una vez pasaron por mi división y hablaron de la ESI y yo me quedé hablando con las pibas que hacían la pasada, y me contaron que en su momento se llamaba la Comisión Mujer. Había una clara centralización de las tareas de representación que tenían los varones en lo estudiantil: siempre los Presidentes, los Delegados, el Secretario General eran varones y en su momento plantearon que ellos no podían participar de una comisión que se llamara Comisión Mujer, y por eso lo cambiaron a Género. Pero claro, todavía no estaba para nada la intención de trabajar sobre nuevas masculinidades ¿no? Todo era básicamente porque los varones no podían aparatear un espacio que se llamara así. Y no es que las pibas fueran unas sometidas sino que la propia dinámica era así en ese momento. Y una pensaba: “Bueno, es verdad, ¿cómo no va a poder venir él, que es “el gran cuadro” del centro de estudiantes?”. Me acuerdo de esto en particular porque tampoco en ese momento me impactó. Viéndolo en retrospectiva pienso que es muy fuerte.
La ESI formaba parte de las reivindicaciones pero medio de relleno, era un derecho consagrado por el que había que pelear, pero el foco real estaba en otro lado. El código de vestimenta también era parte de las consignas de en ese momento: se señalaba a las minas por cómo iban al colegio, algo que involucraba a docentes y preceptores, adultos, lo cual es bastante perverso…
Y cuando aparece el Ni Una Menos, las cosas que ya se venían discutiendo, pero atomizadas, resurgieron. A todas esas islas, que se discutían de manera aislada, el Ni Una Menos les dio palabra y tomaron forma de movimiento. Ahí muchas nos dimos cuenta de que todo eso tenía un hilo y de que la palabra feminismo, que conocíamos solo asociada a teóricas y académicas, podía también ser nuestra. Yo asumo la presidencia del Centro de Estudiantes al año siguiente, y fuimos la primera fórmula con dos mujeres en la historia de ese colegio.
Somos una generación que se acostumbró a mirar más el techo que el piso, y a pensar en ganar más derechos.
¿Cuáles dirías que son los aportes que ha hecho el feminismo y cuáles creés que faltan?
Para nosotras son muchos los aportes. Es interesante el proceso que hacemos quienes no entramos a militar por eso concretamente y terminamos dándole una prioridad y urgencia a esa agenda, modificando nuestras estructuras de pensamiento. Ese proceso es bastante impactante y el feminismo permite que nos podamos colocar a nosotras mismas en otro lugar. Ya desde el momento en que nos damos cuenta -y acá hablo de la militancia- de que podemos no ser las que pintan los carteles sino estar hablando de igual a igual en una asamblea, empezamos a tener otra percepción del respeto y la referencia hacia otras. Parece una boludez pero es re importante. Pudimos consolidar herramientas concretas para hacer de esto una nueva forma de hacer política, como la ley de cupo de género. Aunque por otro lado, desde el plano de la institucionalidad, mirás quiénes componen y presiden las comisiones y sigue habiendo una falla enorme. En general, las comisiones de Mujer y Géneros y Diversidad y etcétera las presiden compañeras, porque hay una lógica de los cuidados y la solidaridad, pero en las de Presupuesto, Planeamiento Urbano y demás, por poner ejemplos, no estamos. Hay muchas dimensiones a las que prestarles atención para medir cuánto se gana en participación política.
La problemática de la violencia política es otro elemento que muestra todo lo que falta a pesar de los aportes que venimos haciendo. Lo que se le discute a las compañeras que están en lugares de definición o que alzan la voz es bien distinto a lo que se le discute a los hombres. La dinámica política de Argentina está muy hostil y agresiva. El papel que juega el cuerpo es un ejemplo de las diferencias entre unas y otros. Si vos ves lo que me dicen a mí o a Carla Vizzoti, es de las primeras cosas que resaltan.
En verdad me cuesta la pregunta, porque soy muy tensa y me cuesta ponerme a hacer balances positivos en este tema. Puede sonar como un defecto que para alguien joven suena bien, que es “no me conformo con nada” (risas), pero por la historia del movimiento, que en términos de masividad y legitimidad es muy reciente, se está avanzando mucho en poco tiempo. Pero si una mira el potencial, creo que ahí falta tanto que me aburro si me pongo a festejar lo que se hizo hasta ahora. Salió el aborto, bueno, nos merecemos tomar un vino y decir “bien, felicitaciones, compañeras”, pero al día siguiente ya hay que estar pensando de vuelta, porque estamos en una realidad completamente hostil. Me cuestan los balances, pero creo que el mayor balance positivo es que esto nos invita a participar, y la gente en la que más confío para transformar la vida es en las compañeras. Con eso ya estoy contenta porque estamos en buenas manos.
Lucila De Ponti: “El feminismo me volvió a enamorar de la militancia”
Bueno, tenía para pedirte dos balances más…
(risas) Dale, ya fue, pregúntame igual…
Uno es sobre los cuatro años del macrismo en el gobierno
Uf… Hace un montón no pienso en eso, como que ya pasó y estoy a pleno en la nueva era, aunque a la vez no pasó en absoluto. Fueron cuatro años muy duros, y algo que siempre me interesa decir es que yo soy nacida y criada en democracia, y no solo en democracia sino en una forma específica de democracia que fue la de los gobiernos que ampliaron derechos. No llegué a vivir el 2001, tenía solo un año…
Te lo perdiste, estuvo bueno…
(risas) Sí, me imagino. Yo crecí viendo los juicios a los militares, la ley de matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, la ley de los centros de estudiantes… Somos una generación que se acostumbró a mirar más el techo que el piso, y a pensar en ganar más derechos.Un proceso como el macrismo, que no fue solo el primer encuentro con el neoliberalismo que tuvimos muchos y muchas, sino que fue de una velocidad muy grande en cuanto a retrocesos, fue una experiencia que de alguna manera se volvió más dramática por el contraste: fue pasar a vivir una etapa completamente a la defensiva. No se pudieron pensar avances ni cómo tener mejores condiciones. Por el contrario, cada punto que mirabas era para salir a defender derechos mínimos y elementales, y había discusiones que se ponían re perversas. Podés hablar de números, en forma más general, como cuánta gente cayó en la pobreza o la caída del salario, que son cosas tangibles, pero también en lo cultural fue fuerte pasar a tener que convencer a la sociedad de que destruir a la persona que tenés al lado no es una dinámica muy linda para construir una sociedad.
Me voy a meter en algo re random que estuve pensando en estos días. Hablando con mucha gente de lo que fueron los 90, tratando de comprender ese fenómeno, me dijeron: “estaba de moda ser mala gente” y me parece interesante como concepto para definir una época. En mi generación, no creo que esté de moda ser “buena gente” o que seamos buena gente necesariamente pero sí hay un principio de que todos queremos que se piense eso de nosotros. Hay una construcción de principios éticos vinculados a la solidaridad y la empatía, y de repente llegó un gobierno que recortaba Conectar Igualdad y decía “los pibes lo usan para jugar y para jugar en la compu tenés que pagar” y metía la lógica de la meritocracia en la que te decían que esas políticas de ajuste eran justas porque la vida se construye en base a esfuerzos. El contraste cultural fue muy grande y hay muchas cosas que la derecha sigue pudiendo sembrar hoy aún sin ser gobierno. Eso es lo más peligroso y es a lo que más le quiero prestar atención, porque a eso no se lo derrota solo electoralmente.
Hay mucha gente que votó a Alberto Fernández y no lo hizo porque pensaba “no se trata solamente de mi realización personal sino de la construcción de una vida más justa”, sino que dijeron: “fracasó mi realización individual con Macri, veamos cómo le va a mi realización individual con Alberto”. Hay muchos pendientes que terminan siendo los que traban y los que dificultan poder cambiar de etapa y dificultan tener un espacio para desarrollar políticas profundas que cambien los problemas que nos llevaron hasta acá. Que son, básicamente, los de un sistema de desigualdad extrema y de defensa de intereses para una minoría.
El papel que juega el cuerpo es un ejemplo de las diferencias entre unas y otros. Si vos ves lo que me dicen a mí o a Carla Vizzoti, es de las primeras cosas que resaltan.
Sobre esto de los ’90, hay un indicador social que es el tipo de humor, que permite entender cuáles son los imaginarios de una sociedad. En los 90 estaban muy de moda las cámaras ocultas, en las que mucha gente se reía de uno que la estaba pasando mal y que no sabía que todos eran cómplices. Ese esquema de reírse del que la está pasando mal produjo la subjetividad de los 90, y decanta en esto de no ver al otro como un par sino como a un rival al que le tengo que pisar la cabeza.
Me re gusta, sí, lo voy a sumar la próxima vez que hable de esto…
(Sigue en la segunda parte)
**Foto de portada: Bárbara Leiva / Frente Patria Grande