La desigualdad en la obtención del goce entre hombres y mujeres puede ser muy notoria y profunda. Los motivos son diversos y han ido cambiando a través de la historia. El orgasmo femenino no cumple aparentemente ninguna función fisiológica. Es un regalo de la humanización. Con la palabra y la cultura, llegó la posibilidad del orgasmo. En las hembras del reino animal no se observa orgasmo tal cual se presenta en las mujeres de la especie humana. En las hembras de los grandes simios hay excitación y pueden experimentar el orgasmo, pero solo bajo condiciones de laboratorio y muy excepcionalmente en su vida real. No sabemos casi nada sobre el orgasmo animal y la mayoría de lo que sabemos es sobre los machos. Ese vendaval que es el orgasmo en la mujer es propio del género humano y está asociado a la humanización, es decir a la cultura como hecho de la palabra. El orgasmo femenino, aunque asentado sobre reacciones fisiológicas ya presentes en los animales, va acompañado de una vivencia subjetiva que ningún animal presenta.
La variable tiempo es importante para conseguir la excitación que conduce al orgasmo femenino, y muchas veces se da con la masturbación o con un compañero/a que ayude a transitar los estamentos necesarios. El respeto a la mujer es su variable más necesaria.
La mayoría de las terminaciones nerviosas que median en el orgasmo femenino están en el clítoris y son alrededor de 8.000. Comúnmente, el tiempo que se necesita para su excitación es mayor que el que requiere el pene. Tanto el pene como el clítoris son canal de conducción de sensaciones nerviosas placenteras. En la evolución intrauterina del aparato genital, el principio es común para los dos sexos, luego el tubérculo genital se convierte en pene o en clítoris. El homólogo del pene es el clítoris, no la vagina.
Las estadísticas de hombres y mujeres son muy distintas ante el orgasmo. Mientras que los hombres llegan casi siempre a obtenerlo, mi experiencia clínica indica que las mujeres que lo tienen de manera habitual son un 30%, las que lo obtienen ocasionalmente un 40%, y 30% nunca o casi nunca llegan a experimentarlo. ¡Qué diferencia hay entre hombres y mujeres! Se han superado obstáculos y hay más libertad sexual, pero aun así la desigualdad persiste.
Ese vendaval que es el orgasmo en la mujer es propio del género humano y está asociado a la humanización, es decir a la cultura como hecho de la palabra. El orgasmo femenino, aunque asentado sobre reacciones fisiológicas ya presentes en los animales, va acompañado de una vivencia subjetiva que ningún animal presenta.
Partimos de la base de que el género humano no tiene relaciones sexuales solamente para la procreación. ¿Cuándo pasamos del sexo útil al hedonista? El placer es un refinamiento de la evolución, recién en los mamíferos aparece la búsqueda del placer por el placer mismo y su gran aliada, la masturbación, así lo representa. En la cadena de la vida, la sexualidad está fuera del propósito de la reproducción, está al servicio del placer y de la construcción de relaciones sociales. Entre la excitación animal y la vivencia subjetiva hacen falta el lenguaje y el fantasma, la fantasía hecha de significantes. De ahí la importancia del tiempo. Y si a veces no es necesario es porque las fantasías fueron previas.
Del orgasmo en la prehistoria no tenemos rastros. El clítoris, con la bipedestación, retrocedió anatómicamente, se alejó de la vagina, puede pasar desapercibido y los movimientos de penetración casi no lo estimulan. En pinturas rupestres de 30.000 años de antigüedad (la época de los recolectores cazadores), aparecen vulvas y senos. Es con la sedentarización que trae la agricultura que comienza la representación fálica. Si existían los orgasmos en las mujeres de esa época no lo sabemos, pero notoriamente existe en el género humano, por el desarrollo de la función erótica y fantasmática, que va del romanticismo a la pornografía. La humanización coincide con la llegada de la plena posibilidad del orgasmo. El lenguaje (y una cultura favorable como condición indispensable) le permiten a la especie humana ir a ese encuentro. Y el orgasmo femenino es uno de los lados más salvajes de la experiencia humana.
Una buena pregunta es para qué sirve el orgasmo. Evidentemente no para la procreación. Otra buena pregunta es qué se necesita para tenerlo. Una respuesta posible combina estimulación, paciencia, sensibilidad, inteligencia y empatía.
Muchas culturas desalientan la experiencia del deseo femenino obligando a la pasividad o, peor aún, llenando de culpas al deseo y al placer. En otras, bajo una aparente liberalización, se practica un sexo al servicio del macho. Aún hoy se calcula que el 25% de las mujeres africanas sufre mutilación sexual. De ese modo aparece el desmoronamiento de la capacidad orgásmica, es decir que el colonialismo se nota también en la desigual distribución global de los orgasmos femeninos. En la cultura occidental, durante siglos, el orgasmo y el acto sexual estuvieron mancillados como pecado. El cristianismo ve al sexo tan descarnado que postula que cuando se copula es necesario despersonalizarse y pensar en otra cosa, ya que se trata de un acto vergonzoso, asqueroso, degradante y sucio. Además, hay que arrepentirse, ser ascético y flagelarse. Ni hablar que no da lugar a los orgasmos de las mujeres.
El psicoanálisis teorizó sobre los efectos de la sexualidad y su represión en la conducta neurótica del ser atravesado por el inconsciente, es decir del ser hablado producto de la palabra. Para Freud somos sujetos de una historia, de silencios y de palabras, y quedamos marcados, escritos. La palabra nos escribe la carne, nos dibuja el inconsciente. La humanización supone entender una desnaturalización en el ser que habla y es hablado. Pero en 1925, los conocimientos del rol de la vulva y el clítoris eran muy incipientes. Tuvieron que transcurrir décadas hasta que por estudios anatomo/fisiológicos se descubriera la inervación equivalente del pene y el clítoris. Para Freud, un orgasmo clitoridiano equivalía a un bloqueo en la etapa infantil. Y así, el mismo Freud que ofició de liberador de ataduras arcaicas, reprodujo una concepción masculinizante en su criterio sobre la sexualidad femenina.
Partimos de la base de que el género humano no tiene relaciones sexuales solamente para la procreación. ¿Cuándo pasamos del sexo útil al hedonista? El placer es un refinamiento de la evolución, recién en los mamíferos aparece la búsqueda del placer por el placer mismo y su gran aliada, la masturbación, así lo representa.
Aún hoy, el modelo de orgasmo vaginal como complemento simultáneo del orgasmo masculino, hace estragos. El problema de la frigidez quedó en el campo de la psicología y la sexología y no de la formación e información básica o de la educación sexual integral. La difusión y aprendizaje de la posibilidad orgásmica de las mujeres sería un gran avance civilizatorio. La libertad sexual y el goce prometido hablan de muchas otras libertades que no están permitidas para el género humano. Hablar del goce femenino, en concreto, del orgasmo femenino, es una forma de hablar de libertad.