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Plusultrakirchnerismo

¿Cuál será el legado positivo duradero del kirchnerismo ahora que el montón de billetes que pusieron en nuestras manos se prendió fuego? Se me ocurren tres: la política de derechos humanos; el aumento del presupuesto científico, que el actual neodesarrollismo recorta pacientemente; y la red de contención social, un conjunto de asignaciones y subsidios que el actual liberalismo mantiene impacientemente. De este último punto quisiera decir un par de cosas.

Cuando Néstor Kirchner asumió el gobierno heredó las tres armas sociales de Duhalde: retenciones a las exportaciones, planes sociales y subsidios a los servicios. Excepto los planes, que ya eran una marca de la gestión bonaerense, el resto eran parches para capear la crisis. Parches que el kirchnerismo decidió convertir en virtudes y pilares de su welfare state criollo. Tenía de su lado al viento de cola sojero y un creciente margen político. Pero Kirchner todavía pensaba en términos del sistema social peronista: crear empleo industrial, distribuir el ingreso a través de los salarios, alimentar la rueda keynesiana de la economía y allá vamos, como cantaba Cerati de aquellos años.

 

La revolución invisible

Todo cambió en 2008. La crisis financiera internacional y el conflicto con los productores agropecuarios marcaron los límites de los tres pilares de la sabiduría duhaldista: las retenciones se tornaron sociopolíticamente inviables, los superávits gemelos que alimentaban planes y subsidios se agotaron, el humor financiero del mundo se agrió y los buitres comenzaron a volar bajo.

Reaparecía un clásico argentino: la restricción externa. Un país con energía suficiente como para defender su derecho a consumir pero sin la energía necesaria como para producir más. Las salidas posibles eran recalibrar el modelo hacia la austeridad, como Alfonsín en el ‘88, o seguir como si nada hubiera pasado, como Menem en el ‘95. Cristina Kirchner optó por la segunda. El resto es historia conocida, pero no es la historia que me interesa contar.

La insistencia del kirchnerismo en mantener el sistema social peronista en condiciones brutalmente diferentes lo obligó a parir un sistema nuevo: los planes fueron fundidos en una Ley de Asignación Universal por Hijo, la distribución ya no se hizo sólo a través del salario, el consumo se desprendió de la producción, la rueda keynesiana salió volando sin eje por la autopista. Fue una revolución invisible, tapada por un discurso de continuidad.

Una de las diferencias entre nestorismo y cristinismo es el paso de una sociedad salarial a otra potencialmente post salarial. La suerte del sindicalismo moyanista dentro del kirchnerismo, la hipertrofia parasitaria del capitalismo de amigos, la relación casi maoísta de Cristina Kirchner con una masa de seguidores sin mediaciones, son cambios en la superestructura kirchnerista que podrían explicarse por la transformación de la base socioeconómica.

 

Aquí y ahora

Es evidente que el plan maestro del macrismo es modificar esa base para retomar el productivismo, ahora bajo signo liberal y posindustrial: emprendedorismo en lugar de salario, flexibilización laboral y tercerización. También es evidente que no lo están logrando con mucha eficacia. La pregunta es qué hay de este lado para contraponer a ese programa económico de austeridad que ya se está comiendo a los deciles más bajos del voto macrista de clase media.

Quizás la respuesta resida en aquel cambio trunco que encabezó el kirchnerismo tardío: luchar por más derechos post salariales, gambetear la extorsión de la inclusión laboral a cambio de menos derechos laborales para pelear directamente la inclusión social a partir de más derechos sociales. Esa gambeta permitiría incluir también a esos pedazos sueltos de clase media alérgicos al sindicalismo y deslaborizados de hecho por el avance del monotributismo en los últimos años.

No se trata de “profundizar un modelo” que tenía varias contradicciones (promoción  industrial con primarización de las exportaciones, nacionalismo económico con avance de las multinacionales, etc.), sino de organizar política y conceptualmente lo que el kirchnerismo hizo todavía dentro del cuadrante del sistema social peronista. Llevarlo más allá. Una suerte de plusultrakirchnerismo.

¿Cuál es la mejor fórmula política para llevar eso a cabo? No lo sé, eso es tarea de gente capacitada como les politólogues. Me imagino alguna que logre confederar al archipiélago de organizaciones sociales existentes y las dote de una perspectiva por encima de la política folk particularista y defensiva que hacen de manera aislada.

 

El poscapitalismo argentino

Concebir una sociedad poslaboral es un ejercicio de imaginación difícil. Más aún en un país como el nuestro con su apócrifa “cultura del trabajo que trajeron nuestros abuelos de Europa”. Pero paradójicamente es una salida realista y no solo para nuestro país.

Mientras los países en desarrollo buscan repetir la epopeya del liberalismo clásico explotando obreros, invirtiendo en África y evitando a los codazos que les pateen la escalera, los desarrollados ya se preguntan cómo vivir cuando el capitalismo haya dado todo lo que tiene para darle a la humanidad. Una pregunta triste sabiendo que nadie tendrá el valor para desconectar la máquina de diálisis del capital, ya casi fuera de control.

Argentina no es ejemplo de nada pero puede ser símbolo de muchas cosas. La sonrisa runfla de Toto Caputo compartiendo gabinete con la aureola planera de Carolina Stanley puede simbolizar tanto nuestro fracaso capitalista como la dicotomía mundial entre una creciente masa de población excedente y un capital financiero que somete y parasita al resto de la economía. De ser así, después del Juicio a las Juntas y el Ni una menos, el tercer aporte de esta sociedad ingobernable a la Historia de la Civilización puede ser una experiencia poscapitalista viable.

Tenemos el know how, tenemos los cuadros (organizaciones sociales por doquier y una burocracia estatal con 17 años de experiencia en administrar planes y asignaciones) y, sobre todo, no tenemos nada que perder: no somos Australia, ni Canadá, ni España, somos un país grande y pobre que exporta un par de cosas y que ya probó de todo (nacionalismo, desarrollismo, liberalismo, populismo) y no pude salir para adelante. Salgamos por abajo. Y, de paso, donemos ese túnel al mundo.

Alejandro Galiano

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