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Prostitución: entre las discusiones, quedan las víctimas de trata

Cómo abordar el concepto de prostitución -que existe, bajo diferentes formas, desde hace casi 4000 años-, es una cuestión que divide aguas no sólo en la sociedad y en los diferentes modelos económicos, sino sobre todo dentro del feminismo actual. La confrontación entre las ramas regulacionistas y abolicionistas es una constante dentro del movimiento de mujeres a nivel internacional. Sin embargo, mientras ocurren estas discusiones (muchas veces no sólo dentro de la militancia sino a escala teórica e incluso académica), acontece un problema real que no ha sido resuelto y ha crecido cada vez más en las últimas décadas: la trata de mujeres para explotación sexual.

¿Cómo termina una mujer dentro de una red de trata? Y, por sobre todo, ¿cómo puede librarse? ¿En qué condiciones sale del infierno?

Amelia Tiganus, una superviviente española de explotación sexual, cuenta que ver a la historia propia como parte de un entramado mayor, de un entramado sistemático del cual millones de mujeres son víctimas cada año, es lo que le permitió liberarse del miedo, la vergüenza y la culpa. Y es que estas son las emociones que no sólo se sienten por haber vivido en el calvario de la trata, sino que la misma sociedad produce: si se dice constantemente, tanto simbólica como explícitamente, que “la puta es puta porque quiere”, ¿cómo no va a tener vergüenza a contar su historia, cuando hay como interlocutor una sociedad que no está dispuesta a escuchar?

Nuestro cuerpo social se niega a aceptar que hay mujeres que son engañadas, secuestradas y prostituidas contra su voluntad; que el tamaño de estas redes no sería posible si no hubiera una complicidad total por parte del Estado y que la mayoría de las víctimas son mujeres en extrema situación de vulnerabilidad, en gran parte económica, producto de un sistema que tiene en sus bases la desigualdad y la miseria.

Ser superviviente

Las supervivientes de redes de trata quedan con secuelas psicológicas que pueden ser severas, ya que su identidad como persona es destrozada por completo, hasta el punto de sentirse culpable por ser libre. El estrés post-traumático hace que la reincorporación a la sociedad sea complicada, sumado a que en este proceso el Estado se destaca por su ausencia en lo que respecta a programas de acompañamiento psicológico, apoyo económico e inserción laboral.

Las víctimas, a su vez, tienen un alto nivel de naturalización de su experiencia y de las vivencias que han tenido que atravesar, de las diferentes violencias que han sufrido. Esta naturalización propia de las mujeres explotadas se potencia por la naturalización a nivel social, no sólo de la existencia de la prostitución sino también de las redes de trata y de las condiciones en las que viven las prostitutas, de los abusos constantes que sufren. Entender la prostitución desde el punto de vista de la naturalización y aceptación lleva muchas veces a la responsabilización de la víctima, que va desde argumentar que la mujer que para comer debe vender su cuerpo tiene libre elección hasta que algo habrá hecho para llegar a esa situación.

Para prevenir la explotación sexual, la prioridad del Estado debería ser, en el plano sociocultural, desnaturalizar este tipo de sucesos (a través de los medios de comunicación masivos, la educación, las leyes), y tomarlos como lo que son: una de las principales formas de violencia de género.

Considerar al proxenetismo no coercitivo como delito y presumir que la mujer que se prostituye está en una situación de vulnerabilidad y puede necesitar ayuda son dos medidas que le sacarían a la víctima la responsabilidad de demostrar su realidad y de denunciar a sus agresores. En la actualidad, realizar la denuncia es sumamente complicado no sólo por ser mujer sino por ser una mujer en situación de extrema vulnerabilidad dentro de un sistema corrompido y que cumple un rol fundamental en el funcionamiento de las redes de trata. Las políticas públicas en materia de salud, vivienda, educación y trabajo también son indispensables para que las mujeres puedan volver a vivir con dignidad. De hecho, son cuestiones contempladas en la ley de Trata de nuestro país, sancionada en 2008 pero nunca aplicada realmente.

Varones, pornografía y consumo

Tiganus explica que educar a los varones es un paso clave para terminar con la explotación sexual de las mujeres. Hacerles ver que “yéndose de putas” no están ejerciendo un acto de rebeldía o desobediencia sino que están siendo usados como brazo ejecutor del patriarcado y obedeciendo a un sistema global que los incita constantemente a comprar sexo. La pornografía es, según Tiganus, el marketing de la explotación sexual: crea una necesidad en los varones y convierte a algunos de ellos en consumidores de prostitución y abusadores.

La trata de mujeres no es un delito más: es una problemática que refleja a una sociedad patriarcal, una población desinformada y desinteresada y, por sobre todas las cosas, a un Estado no sólo ausente sino cómplice, porque el sistema de explotación sexual de mujeres sólo es posible cuando una parte del aparato lo acepta y se beneficia del mismo.

Natalia Gherardi

Nació en el año 2000. Es ex-alumna del Nacional Buenos Aires y estudia Sociología.

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