El futuro incierto de las elecciones en Brasil debería ocuparnos más que algunas temáticas reiteradas por los medios de comunicación que se transforman en monotemas y nos impiden vislumbrar un horizonte inmediato: ¿qué le está pasando a nuestro (gran) vecino de al lado? ¿Hay acaso alguna chance de intento de golpe de estado en Brasil, nuestro principal socio comercial? La respuesta tanto del presidente Michel Temer como de los analistas es unánime: no. Sin embargo, que nos planteemos la pregunta ya es un hecho preocupante.
Hay una minoría significativa en Brasil que abiertamente apoya un potencial golpe de estado. Es claramente una minoría, pero existe y se ha manifestado con marchas y pancartas. Hay generales retirados del ejército que han amenazado con llamar a un golpe de estado si Lula no iba preso y generales en servicio que no lo descartaron. Es una minoría, pero existe.
La disconformidad de gran parte de la sociedad brasilera con el estado de su actual democracia es alarmante. Esto no implica que apoyen abiertamente un potencial golpe de estado, pero ese grado de disconformidad existe. El efecto “mani pulite” no ha saneado a Brasil. El golpe institucional a la presidenta Dilma Rousseff fue aceptado pasivamente por el pueblo brasilero. El Partido de los Trabajadores, PT, estaba muy desprestigiado pero gran parte de la población no dudaba de la honestidad de Dilma. Sin embargo, aceptaron que fuera depuesta por medio del impeachment, un vergonzoso golpe institucional.
Los candidatos
Por su parte, el histórico líder del PT, Luiz Inácio Lula Da Silva, sigue preso y se le ha impedido ser candidato a presidente aunque (o posiblemente porque) ganaría por amplia mayoría. Su delfín, el candidato Fernando Haddad, viene creciendo en las encuestas y según los últimos sondeos ya pasó a Ciro Gómez (candidato del Partido Demócrata laborista, PDT). Mientras que Jair Bolsonaro, el candidato ultraderechista con mayor intención de voto en primera vuelta, sigue internado tras haber sido acuchillado en un mitin en Juiz de Fora, estado de Minas Gerais.
Por el momento, y con más del 20% de indecisos, la fórmula Bolsonaro-Maurão del Partido Social Liberal (PSL) lidera las encuestas con un 25% de intención de voto. El candidato a vice, el general gaúcho Hamilton Mourão, es un manifiesto agitador de fantasmas golpistas y actual protagonista de la campaña electoral por la convalecencia del candidato a presidente. ¿Aceptará Maurão pacíficamente perder en segunda vuelta con la fórmula Fernando Hadad-Manuela D’Avila (proveniente del Partido Comunista de Brasil- PCdoB) como auguran las encuestas?
La creciente militarización de Brasil, con el estado de Rio de Janeiro bajo control del ejército en combate al narcotráfico y la violencia, se suma a la fuerte presencia de fuerzas armadas en el estado fronterizo de Roraima por los conflictos con migrantes venezolanos, con militares, cuyos ascensos no precisan acuerdo del Senado, a cargo de organismos estatales estratégicos. Con un Haddad que quizás sea Cámpora y con un Lula que no es Perón, son el telón de fondo y los protagonistas de una obra de teatro con fuerte potencial dramático.
En tamaño contexto regional, donde las instituciones democráticas se ponen en juego, seguimos obnubilados por el subibaja del dólar y los vaivenes de la canasta básica, estratégicos para nuestra vida cotidiana, pero, si la casa del vecino de al lado estuviera prendiéndose fuego ¿no tomaríamos alguna medida?