Desde hace tres semanas, cada viernes, cientos de miles de argelinos, en su mayoría jóvenes, salen a las calles para oponerse al quinto mandato de un presidente, octogenario y convaleciente en Suiza, que hace años no pronuncia palabra en público.
Pero la crisis que ahora estalla es la consecuencia de una inestabilidad latente por lo menos desde el tercer mandato de Abdelaziz Bouteflika. El jefe de Estado argelino sufrió un ACV en 2013 que desde el gobierno fue presentado como un “accidente transitorio sin secuelas”.
Pero secuelas hubo. Y no solo en la salud de Bouteflika, todas las instituciones fueron afectadas por la inestabilidad producto de la ausencia física del presidente. Y la más dañada, desde ya, fue la presidencia misma.
El error más grave del sistema, que la calle ahora reclama que se termine, fue sin dudas la promoción del cuarto mandato de Bouteflika en 2014. Pero la naturaleza misma del sistema argelino, hiperpresidencial para decirlo con moderación, tampoco estaba listo para unas largas vacaciones obligadas del jefe de Estado ni para transferir las prerrogativas presidenciales a otros actores de poder.
Hoy, ante el anuncio de una candidatura de Bouteflika a un quinto mandato, en elecciones que se presagian igual o más dudosas que las cuatro anteriores, la sociedad que vivía ya con incertidumbre el presente salió a las calles convencida de que la confiscación del poder por parte del círculo íntimo de Bouteflika estaba en marcha, y que la candidatura del caudillo es una pura y simple fantochada.
Presidencia prescindente
Los seis años posteriores al ACV transcurrieron poblados de acontecimientos hasta entonces impensables. Guerras internas entre diferentes instituciones del Estado, escándalos político-financieros que salían a la luz, renuncias y despidos de funcionarios de alto rango, remociones seguidas de regresos a los mismos puestos de funcionarios acusados de todo tipo de crímenes. Una disputa interna que no respetó siquiera la fachada formal que Bouteflika custodió celosamente hasta que la salud lo traicionó.
De hecho, el presidente estaba internado en Francia cuando estallaron los primeros bombazos de una guerra abierta entre la presidencia y los poderosos servicios de inteligencia de la época, la DRS. Fue justamente con el telón de fondo de esa disputa que se impuso la candidatura de Bouteflika en 2014.
Finalmente, la presidencia, o mejor dicho el círculo presidencial, ganó una batalla con la remoción en 2015 del general Toufik y la disolución de la DRS. Pero la batalla final no la ganaría ninguno, la gangrena del sistema ya estaba demasiado avanzada.
Se tapó la cloaca
La delincuencia enquistada en las instituciones del Estado se reprodujo como conejos desde el inicio de la enfermedad de Bouteflika. Un ejemplo: la justicia lanzó de un día para otro un pedido de detención contra Chakib Khelil, acusado de malversación de fondos. Pero el ex ministro de Energía regresó al país poco tiempo después, y lo hizo por la puerta grande. No lo enjuiciaron, no lo procesaron, ni siquiera tuvieron que absolverlo.
La justicia argelina nunca dio explicaciones sobre ese episodio surrealista. Antes del caso Khelil, ya habían condenado por delitos graves a otro actor clave del sector energético, que sería poco después “blanqueado” por otros medios. Y Abdelmoumène Oul Kaddour dirige aún hoy la principal empresa del país.
El año pasado, el ejército y otros servicios de seguridad quedaron en off side, comprometidos en la incautación de una cantidad impresionante de cocaína cerca de Orán. Se dio de baja a cinco generales en el acto y se los envió a la cárcel. Poco tiempo después, sin ninguna explicación, los liberaron a todos.
La cámara baja del parlamento es la tercera institución del Estado, y en octubre pasado le tocó el turno de dar espectáculo con la destitución de su presidente por un golpe orquestado por diputados del círculo presidencial.
En el plano económico y social, el cuarto mandato de Bouteflika arrancó mal. Después de una década de precios por las nubes, el precio del petróleo empezó a caer. El gobierno, sin ninguna preparación para esa caída estrepitosa, congeló proyectos de infraestructura y cerró las importaciones de varios productos.
Durante los últimos cinco años una oligarquía omnipotente, que antes rodeaba a Bouteflika, apareció en escena. Los manifestantes acusan a estos sectores de haber aprovechado la enfermedad del presidente para apropiarse de poderes que ninguna legitimidad ni regla institucional les habilita.
La candidatura lanzada por los “directores de campaña” de Bouteflika, internado todavía en Suiza sin ningún parte médico confiable, para cinco años más de mandato fue la gota que rebalsó el vaso y desató una revuelta por ahora pacífica, con la memoria todavía fresca de la sangrienta guerra civil de los años 90.