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¿Qué tipo de progresista sos? Un test para jugar en familia durante estas Fiestas

Salvo el diario La Nación, Baby Etchecopar y Patricia Bullrich, casi todos queremos ser progresistas. Hasta los periodistas de los medios que militan el ajuste. Pero cada uno construye un progresismo a su medida.

Bajo la sombra del triunfo de Bolsonaro el progresismo puede aparecer como última muralla de contención ante una supuesta fascistización de la sociedad. El progresismo había muerto pero vive, crece y predica en las redes sociales.

Se presenta como única opción viable al neoliberalismo. Pero el neoliberalismo se dice progresista. Aventura, incluso, que el neoliberalismo no existe. A veces todo es tan confuso…

El consenso globalizador estalló en pedazos. De entre sus escombros, humeante y sediento de revancha, salió un viejo compañero de armas que el progresismo siempre había tratado con desdén: el nacionalismo.

Ni en Rusia, ni en China ni en Estados Unidos, pero tampoco en Francia, el nacionalismo está interesado en dialogar con un feminismo que tiene fuerza, tiene razón y conformó un régimen de visibilidad potente pero carece de vocación de poder. Quizás sea la espada de Damocles del lento, oscilante y pedagógico cambio cultural.

¿Y el progresismo? En Argentina el progresismo ganó su batalla contra un movimientismo que termina siendo resucitado por el feminismo. En este camino, el progresismo resignó el pensamiento sobre la justicia social, el ocaso de la sociedad salarial y la descomposición de los sistemas de representatividad política en favor de la modernización. Y este maridaje entre progresismo y modernización fue el que parió al progresismo neoliberal actualmente existente.

Sin embargo flotan ya indicios de que la modernización está dejando de ser la carta ganadora. Poco a poco una sociedad hiperindividualizada empieza a desvincularla del confort y de la experiencia, sus valores supremos.

Si el macrismo quiso ser una relectura progresista del neoliberalismo, el kirchnerismo fue una relectura progresista del peronismo. No deja de ser curioso que ambos hayan confluido en el curioso y avejentado significante “desarrollismo”.

Más previsible fue la forma en que cada uno resolvió la puja distributiva que todo desarrollismo suave y con baja intervención estatal trae aparejada: uno a favor del sector financiero y extractivista, el otro a favor del capitalismo nacional con retenciones y derechos sociales. Los dueños del capital, en Buenos Aires y en Nueva York, volvieron a demostrarles que no son neoliberales ni peronistas. Son dolaristas.

La pantonera del progresismo

Hay quienes dicen que en Argentina se acerca la hora de un Frente Progresista. Es algo que a mí, que soy progresista, me resulta un poco difícil de entender. Miro a los otros progresistas y siento que tenemos pocas cosas en común. Opinamos y sentimos diferente.

¿Seré uno de los “progres anti progres” que funcionan para el progresismo como el judío para el nazismo? Puede ser. Quizás por eso, y para dejar de serlo, me permití la siguiente acuarela de estructuras del sentir.

Pack progresismo básico:

Todos los progresistas estamos a favor de la igualdad de oportunidades y en contra de la pobreza. Rechazamos la teoría de los dos demonios en lo que respecta al terrorismo de Estado, creencia que casi automáticamente deja afuera a la casta de Cambiemos, que puede disentir en algunas cosas pero coincide en su antiperonismo y en su reticencia más o menos solapada hacia los derechos humanos.

Creemos que el lucro financiero debe ser discutido a fondo y que los derechos laborales son conquistas históricas a defender. Apoyamos al movimiento feminista. Evangelizamos sobre el relativismo cultural, defendemos formas básicas de garantismo.

Y sostenemos que la idea neoliberal de que la competencia económica desregulada, la eficiencia empresaria y por ende el darwinismo social deben ser las matrices organizadoras de la sociedad no es sólo falsa sino perversa. Pero hasta acá parecen llegar nuestros acuerdos.

Progresismo blanco:

Institucionalista en lo político, intervencionista soft en lo económico, globalizante en lo internacional. En secreto venera a los países escandinavos pero acepta que “en Argentina las cosas son diferentes”.

Está a favor de la suba de impuestos -si son progresivos mejor- y cree que la felicidad es un efecto colateral de la ampliación de las libertades individuales predicada por el liberalismo. Sostiene que la democracia no es el sistema ideal pero es el mejor posible, y que todos los males del capitalismo (y del ser humano) pueden ser morigerados con “regulación y control estatal” pero sin violencia.

Es fan de la ONU y de la república de Weimar. Meritocrático, se fundamenta en la épica del ascenso social mediado por el esfuerzo, claro que desde oportunidades iguales garantizadas por un Estado al que nunca se anima a eficientizar; en el fondo, para el progresismo blanco el Estado es un recurso natural al que aplica políticas de extractivismo gore.

Ama a la representación y a los partidos políticos, y cree que la corrupción debe ser combatida pero dentro del imperio de la ley y siempre y cuando estas “investigaciones” no impacten a los fundamentos de la corporación política. Es anticlerical en el discurso y new age en las prácticas cotidianas.

Originado en las clases medias, en el consumo le parece vulgar en los demás y natural para sí, “pero que va a hacer la pobre gente”. Cree que en la economía las relaciones de poder globales pueden ser moldeadas por mediaciones políticas nacionales o incluso regionales que integren armónicamente la diversidad.

Sus capas intelectuales son profesionales liberales con aspiraciones modernizadoras, estudiantes y docentes de la UBA, personal del Conicet, empleados públicos con herencia, setentistas con culpa. Alienta a la producción pero el tema no le preocupa demasiado y la deja en manos del mercado. Su promesa, siempre, es la distribución.

Progresismo marrón:

Realpolitiker en lo institucional, intervencionista soft en lo económico y pragmático en lo internacional. Si el progresismo blanco necesita creer que la política es un espacio de realización de la virtud (y de ahí viene su afinidad con el fariseísmo), el progresismo marrón cree que es el arte de lo posible.

Su adagio es que “todo puede ser peor”; el progresismo marrón vive apagando incendios antes de que se produzcan. Sus valores supremos son primero el orden y subordinado a éste el progreso, aunque preguntarse qué es orden y qué es progreso resulta, para el progresismo marrón, una jactancia típica de intelectuales, con los cuales mantiene una relación fascinada y resentida a la vez.

No cree en el futuro sino en la supervivencia, y por eso es un progresismo border, un progresismo pragmático y microfísico, casi un retro-progresismo. Esto lo hace identificarse con la clase política, a la que siempre cree a la izquierda de la sociedad pero en un curioso rol de policía corrupto que, hay que decirlo, amaría ocupar.

El progresismo marrón reniega de los antagonismos y sueña con una sociedad en tensa calma con el mercado, un Estado más mediador que soberano, contenedor para los pobres, una suerte de Leviatán de La Salada. Fan de Duhalde y (a veces si lo apretás un poco) de Menem.

Dice representar a las clases medias bajas pero las repudia cuando las clases medias bajas reniegan de sus creencias básicas en el orden, la paz y la negociación secreta. Su relación con los pobres es paternalista y por lo general condescendiente, los quiere ciudadanos y trabajadores, pero antes que nada los quiere tranquilos y ligeramente festivos y bárbaros.

El progresismo marrón idolatra al consumo como ritual empoderante de la democracia. Su ontología es un materialismo vulgar rociado de nostalgie con momentos de regodeo decadentista. Abunda entre profesores de colegio secundario, ex estudiantes de la facultad de Ciencias Sociales, estatales jauretchistas, asesores políticos precarizados, ñoquis de diverso pelaje, consumidores de Fantino y ovejas negras de familias oligarcas.

Es mayoritariamente católico. Cree en la producción como un fin en sí mismo, y en la distribución en tanto y en cuanto garantice el orden social.

Progresismo celeste:

Corporativista en lo político, estatal-cooperativista en lo económico, nacionalista en lo geopolítico. El progresismo celeste es una izquierda que ya no puede producir discursos verosímiles sobre la producción de riqueza social ni generar imágenes venturosas sobre el porvenir; por eso oscila entre un ruralismo antimoderno, un humanismo pre-renacentista y una eterna actitud de enfermero ante los heridos del sistema.

No confía en el sistema político ni en la democracia; sin embargo muestra un uso virtuoso de la retórica de los derechos. Si el progresismo blanco vive indignándose y el marrón vive sobreviviendo, el progresismo celeste vive en estado de emergencia, con una canción de Los Redondos como música de fondo. La violencia policial y el hambre son sus enemigos cotidianos.

Esta lucha desigual y urgente es apuntalada por la fe en la esencia igualitarista y fraterna de los pueblos, unida al excéntrico dogma de que toda violencia plebeya es emancipadora. Su diferencia con la izquierda tradicional es, en cierta medida, su nacionalismo y su post obrerismo.

En Argentina tiene una rama católica, tutelada por el Papa Francisco, y una rama atea más vinculada a las izquierdas. Fan de las ollas populares y la estética Mad Max. Se arroga la representación de un sujeto multiforme y complejo de heridos por el sistema que jamás tuvo una posición consolidada en el mercado laboral, o que si la tuvo jamás pudo recuperarla.

Sus intelectuales y representantes son, por lo general, desclasados de los sectores medios o sectores marginales de la corporación política que construyeron legitimidad “en el territorio” y birlaron la representatividad de los referentes peronistas madrugando también a los sindicales.

Goza de la simpatía condescendiente del progresismo blanco y del progresismo marrón en tanto no les dispute espacios de poder en el primer caso o no ocasione demasiada convulsión social en el segundo. No ofrece alternativas claras para el problema de la producción. Su estado de emergencia permanente lo lleva a la urgente captura y distribución de lo que existe.


Progresismo verde:

Podría ser pensado como “lo emergente” dentro del espeso delta del progresismo. Es decrecionista -aboga en contra del crecimiento económico instrumentalizado como parámetro de bienestar social-, especista -se opone a la crueldad hacia lo vivo, lo que muchas veces lo vuelve vegano-, ecologista y anti urbano. Abomina de la industria alimenticia.

Tiene una relación no resuelta con la innovación tecnológica, a la que no acepta sin miramientos como el progresismo blanco pero tampoco mira con una lejana desconfianza como los progresismos marrón o celeste. El progresismo verde intenta politizar la técnica antes que la economía.

Desconfía de la representación pero aún así posee un institucionalismo similar al del progresismo blanco. Como los pobres le parecen una especie amenazada más, tiende a simpatizar con propuestas de seguridad social ampliada como el ingreso ciudadano. Fan de las ONGs, lo preocupa más la sustentabilidad ecológica de las chozas que construye Un Techo para mi País que la Ley de Alquileres.

Los otros tres progresismos lo desprecian por vincularlo a pequeñas zonas de sociedades opulentas de la Europa nórdica y central, y quizás tengan un punto. Sin embargo, el verde parece el único progresismo con algo para decir sobre el futuro y el único libre del fantasma del cinismo, además del único que parece preocuparse por eficientizar los repertorios de acción de la violencia política.

Sus fundamentos ideológicos radicales y al mismo tiempo hedonistas le auspician un interesante recorrido en un occidente sin horizontes de redención que se talibaniza en forma secular.

Difundido sólo entre profesores universitarios libidinalmente conectados con la prensa global y sectores no materialistas de las clases altas establecidas, cree que la respuesta al problema de la distribución anida en el corazón mismo de la producción, que no solo debería disminuir sino ser concebida de otra manera.

Y vos, cuál de estos prototipos de progresista sos?

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