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¿Se puede dividir la hiperprovincia de Buenos Aires?

Una hiper provincia

La provincia de Buenos Aires es la unidad política más hipertrofiada del mundo. Concentra el 40% de la población del país: el equivalente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Tucumán, Entre Ríos, Salta y Misiones juntas.

La hipertrofia es mayor que la de otros estados con el mismo problema: San Pablo representa el 22% de la población brasilera, California el 12% de la norteamericana y el Estado de México el 13% de la mexicana. Según el Censo 2010, hay 15.625.084 bonaerenses. Proyecciones actuales ascienden ese número a poco más de 17 millones: casi el 60% se agolpa en el Aglomerado Gran Buenos Aires.

El gigantismo tiene efectos distorsivos en la representación política. La Provincia elige 70 diputados nacionales mientras que la CABA escoge 25, Santa Fe 19 y Córdoba 18. Esta diferencia es ostensible pero se queda corta. Según la Constitución la cantidad de diputados debe actualizarse cada diez años. Para Diego Reynoso, actualmente deberían elegirse un centenar de legisladores bonaerenses.

La provincia de Buenos Aires es como un país que no maneja su economía. Se estima que el Producto Bruto Geográfico (PBG, lo que produce la provincia) representa aproximadamente el 38% del Producto Bruto Interno, mientras que la recaudación llega a un porcentaje similar. Sin embargo, aquí nos encontramos con un problema: la medición del PBG es discontinuada (la última es de 2017).

El cuadro se completa con la coparticipación: Buenos Aires recibe poco más del 21% en el reparto secundario (lo que reciben las provincias de Nación y se reparten entre sí). En el horizonte se ven señales de alarma: los servicios de deuda de los sucesivos endeudamientos contraídos desde que asumió la gobernadora Vidal.

En términos administrativos, pensemos que Buenos Aires es una serie de puzzles que se superponen y no siempre encajan. Cada poder o repartición provincial divide a gusto y piacere el territorio: imaginemos que sobre un mapa físico se intercala, en hojas de calcar, la misma provincia parcelada de modos diferentes. Así, los 135 municipios se agrupan (según la competencia) en 12 regiones sanitarias, 19 departamentos judiciales, 25 regiones educativas o 8 superintendencias de seguridad regionales con 32 jefaturas departamentales.

Ahora bien, puede que los 307.571 kilómetros cuadrados de la Provincia sean parcelas; sin embargo el centro político y administrativo se encuentra en dos vetustas torres platenses a, por ejemplo, 900 kilómetros de Carmen de Patagones.

Hipertrofia, subrepresentación política, inviabilidad económica e ingobernabilidad no son los únicos flagelos que azotan a una geografía que permanece idéntica desde 1884. Hay inseguridad, narcotráfico y corrupción policial; hay un Poder Judicial oxidado (una adjetivación tibia) y una política desconectada de la gente; un sistema de salud colapsado y una conflictividad docente permanente. Todo esto ha sido (y es) justificativo de parches o soluciones que pretenden ser de fondo. Veamos de qué se trata.

 

Regiones, particiones, unificaciones

El reordenamiento del territorio bonaerense fue la tentación de más de un gobierno. Las coincidencias se dieron (se dan) en el diagnóstico del problema (la macrocefalia), no así en el tratamiento: las diferencias son de profundidad y de tijera. El gobierno actual no es la excepción: ¿la división estará en la agenda de un eventual segundo mandato de Vidal? Recientemente su ministro de Economía, Hernán Lacunza, aseguró que la división de la Provincia “puede ser una idea para pensar”. Volvamos a los antecedentes.

Al calor del 54% de CFK, el entonces gobernador Daniel Scioli (reelecto con el 55% de los sufragios) le encomendó a Santiago Montoya (al frente del Grupo BAPRO) la creación de un Plan de Regionalización. El mismo contempló la creación de ocho regiones administrativas que, en teoría, facilitarían la toma de decisiones: por esa razón se habló de “mini gobernaciones” que puentearían a La Plata. Las 114 carillas de esta estrategia tuvieron el signo característico de los ocho años de Scioli: surfearon sobre la cuestión y se quedaron en la nada.

Lucas Llach propone desde 2015 dividir a Buenos Aires en tres: Cien Chivilcoy (el norte de la Provincia), Atlántica (el este y el sudeste) y Tierra del Indio (el sur, el centro y el oeste). Llach inspiró a Ernesto Sanz en la campaña de aquel año y motivó a Horacio Verbitsky a hablar en 2017 de “tupacamarización”. Recientemente la idea fue impulsada nuevamente por Andrés Malamud, lo que provocó un intercambio tuitero. Para Malamud “sin división no hay solución” debido a que estamos ante “una provincia diseñada para no funcionar”.

La división en tres también forma parte de la hoja de ruta de José Ottavis: una “refundación” del territorio mediante nuevos estados autónomos. Con las provincias norte, centro y sur, el diputado pretende lograr entidades más administrables, menos burocráticas y, por lo tanto, que brinden soluciones concretas; además de equilibrar la distribución poblacional, la territorial y la del PBG con la representación política.

Más atrás en el tiempo hubo una iniciativa de otro tipo: la escisión del territorio comprendido dentro de la Ruta Provincial 6. Hablamos de la Provincia del Río de La Plata, unificación de la Ciudad y el Gran Buenos Aires que el ex presidente Alfonsín incluyó en el Plan para una Segunda República Argentina junto con el Proyecto Patagonia (el traslado de la Capital Federal a un Distrito Federal Viedma-Carmen de Patagones), entre otros. El proyecto fracasó pero quedaron esquirlas: la provincialización de Tierra del Fuego en 1990 y la autonomía porteña.

La Provincia del Plata fue refritada por Carlos Menem durante la campaña presidencial de 2003: además se planteó que el resto de la Provincia constituya regiones con sus vecinas. Esto le valió al ex presidente una pelea con Felipe Solá: el entonces gobernador (¿será candidato a ello este año?) dijo que para reparar el “sufrimiento y la pobreza de los bonaerenses” no hace falta “hacer maquillaje con ideas de planificadores de countries”.

 

¿Dividir es la solución?

Se propone dividir una hiper provincia y diseñar sus herederas, con capitales y poderes nuevos; con una redistribución de la coparticipación y bancas en Diputados (y su ampliación del Senado). Frente a esto se imponen interrogantes.

¿Cuán factible es esta división? ¿Hay voluntad en la política? Resulta poco probable que un partido gobernante lotee el distrito que define las elecciones: en la victoria cambiemita influyó más el sorpasso de la gobernadora que el 71% cordobés en el ballotage. La cuestión también le atañe al peronismo, quizás más que a Cambiemos: lo pone a la defensiva, influido por la amenaza de una división de La Matanza que mermaría su peso específico. Sin embargo está en búsqueda de la renovación de un vínculo con la sociedad bonaerense. ¿Podrá ser este tema un vector?

Al principio de este artículo se mencionaron algunos flagelos como la inseguridad, el narcotráfico y la corrupción policial: se trata de las famosas batallas vidalistas. Sumemos la lentitud del Poder Judicial y la falta de acceso a la justicia. ¿Cómo reaccionarán estas corporaciones ante el rompimiento de su territorio?

Finalmente, la división puede resolver la cuestión administrativa. Pero es inocente pensar que es la solución a los problemas de desarrollo: se corre el riesgo de reducir la escala del problema. En un país en el que el sector primario es importante para la exportación, el secundario vive en crisis y el terciario es central, no se puede pensar la creación de provincias nuevas desligada del desarrollo.

Por eso es necesario plantear la discusión en sus términos: evitar la tentación tuitera del “a mí me parece que” e involucrar actores: por ejemplo, sectores productivos, ingenieros, demógrafos (hay que atender a las migraciones). Una eventual división seguramente será una decisión soberana de la provincia de Buenos Aires, acompañada por una política de estado al respecto.

Falta mucho tiempo para llegar a ese punto. Tal vez se trata de provocar: como dice el dicho, no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos.

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