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¿Nuestros teléfonos espían nuestras conversaciones privadas en voz alta? Cada vez más gente dice que sí

La sensación es recurrente. Hay quienes lo comentan en Twitter, aunque también están aquellos que creen en las casualidades. En Estados Unidos pasa todo el tiempo.

La última vez fue hace unas semanas. De pronto tuve ganas de comer helado de chocolate. Quizás algo exaltado, hice una apología del helado de chocolate a medio derretir. Y entonces ocurrió. Puede haber sido un milagro.

Al chequear mi teléfono, el aviso estaba ahí. Publicidades de helados de chocolate. Artesanal, con malvaviscos, con pedazos de trufa. De diferentes marcas.

Es más frecuente en Instagram. Pero también sucede en Twitter. Palabras, palabras. Conozco mucha gente que tiene la cámara frontal de su laptop tapada con tela adhesiva. Pero nadie que yo sepa se acordó de los micrófonos.

Soy paranoico. Cuando los avisos de comida se hicieron recurrentes y exactos llegué a imaginar que las heladeras y góndolas del supermercado estaban chipeadas. La respuesta era más fácil: conocían las compras por mi tarjeta de débito.

Pero de todas formas, seguía sucediendo que hablaba de algo -me pasó con una web de ventas online- y las publicidades aparecían. Cosas que jamás había escrito ni comprado. Que sólo había nombrado.

Investigué un poco. En junio de este año, en una nota del portal Vice de Estados Unidos, Sam Nichols cuenta algo parecido a lo que estoy diciendo. Hizo un experimento con un supuesto viaje a Japón, y las publicidades florecieron. Nichols habló con expertos en tecnología que le aseguraron que sí: los celulares tienen la capacidad de escucharnos y lo hacen más de lo que imaginamos.

Parece que Siri, la inteligencia artificial de Apple, es recatada y requiere algunos permisos para hacerlo. Google, al parecer, tendría los mismos pruritos y, a menos que tengamos autorizado el sistema de reconocimiento de voz no lo haría. Pero no se sabe. El caso de Facebook e Instagram es más inquietante. Nadie sabe cuáles son los “disparadores” por los cuales podrían escuchar y grabar todo lo que decimos.

En su nota Nichols elige no preocuparse. Aunque el artículo se titula “No es paranoia, tus celulares te escuchan”, uno casi sospecha que le gusta que lo escuchen. Su foco está puesto en la conexión entre las plataformas de extracción de datos y la vigilancia gubernamental, una vieja obsesión yanqui.

Nichols termina diciendo que mientras que uno no sea periodista, trabaje en seguridad, sea abogado o maneje información sensible no habría tanto problema en que nos escuchen, porque de todas maneras las plataformas de extracción de datos tienen acceso a nuestros historiales de navegación y a todo lo que tipeamos.

De qué hablamos cuando hablamos de posdemocracia

El argumento me parece peligrosísimo. Hace poco Natalia Zuazo, autora entre otros libros de Los dueños de la internet, compartió una nota donde se contaba cómo una de las agencias de información que supuestamente Facebook había contratado para hacer “fact checking” -corroborar datos, en Argentina lo hace Chequeado.com- presionaba a sus periodistas para dar una versión de los hechos que favoreciera justamente a Facebook.

Si a eso se le suma que potencial o fehacientemente escuchan todo lo que decimos, el hecho de que esa información sólo sea vendida en volumen y como parte de un paquete de big data a potenciales terceros que son las agencias de medios que manejan los presupuestos de publicidad digital de las empresas no me consuela. Y no porque sea paranoide o ludita.

Me hace ruido porque no es demasiado aventurado decir que, además de la violación a la intimidad que esto implica, no falta un trecho demasiado largo para que los bancos, los sistemas privados de salud o los posibles empleadores de cualquier trabajador puedan acceder a las grabaciones de voz de cualquier persona que deseen.

Todo el mundo se horrorizó cuando China comenzó a clasificar a posibles sujetos de créditos bancarios en base a sus historiales de internet. Pero, mientras tanto y siempre y cuando sean capitalistas, los paladines de la libertad, la innovación y la experiencia refinan algoritmos que van a transformar para siempre la experiencia de vivir en un hogar y, más aún, de ser un ciudadano.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Northwestern, en Chicago, decidieron tomarse la cosa un poco más en serio que Vice y llevaron adelante un estudio sobre más de 17 mil apps, cuyos resultados fueron publicados por la página Gizmodo. Al parecer, “no reunieron evidencia suficiente para confirmar que los teléfonos celulares registran todo lo que decimos y lo envían para su procesamiento”.

Sin embargo, lo que sí encontraron fue que más del 60% de las apps investigadas tomaba capturas de pantalla de los usuarios que las habían descargado y se las enviaba a terceros interesados en esa información. Esas capturas de pantalla podían incluir desde fotos íntimas hasta claves y contraseñas de cuentas bancarias. Moraleja: dejar siempre la versión de asteriscos a la hora de ingresar una clave.

Cada vez que se investiga algo vinculado al negocio de las plataformas de extracción de datos las peores paranoias se confirman, junto a nuevos descubrimientos de malversación de la información que les damos a cambio de unos sistemas que perfeccionan el robo de información personal.

No se trata de un control centralizado y maléfico como el que se atribuye a China, con la vieja figura del “Gran Hermano”. Es más bien una madeja de pequeños espionajes y de avances exponenciales en el cibertrackeo de la vida, cuyas consecuencias no terminamos de ver y, por ende de debatir y menos de regular.

¿Es muy difícil imaginar una campaña política organizada a través de una inteligencia artificial que en base a las escuchas y/o las capturas ilegales de pantallas pueda clusterizar a los votantes de acuerdo a sus sensibilidades políticas y establecer mensajes afines?

¿Es muy difícil imaginarla de parte de un gobierno que mandó a sus precarios trolls a defender a un acusado de violación? Dicen que en las últimas elecciones de medio término en los Estados Unidos esto ya empezó a suceder.

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