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Un payaso puede ser presidente

Un día a la tarde, de entresemana, se da la casualidad de que con dos amigos tenemos tiempo para juntarnos en un café y hablar estupideces. Las elecciones legislativas pasaron hace poco y mientras tomamos café y escuchamos el reggae funcional que los del bar nos ponen de fondo, hablamos de política, protestamos, decimos que no puede ser, nos preguntamos qué tan confundido puede estar uno para votar tan mal. Después de eso los tres nos quedamos en silencio, algo angustiados, pensando que mejor no nos hubiéramos juntado, que al menos sumergidos en los quehaceres laborales no pensamos tanto en el destino de la humanidad, hasta que uno suelta un suspiro y dice:

– Si al menos hubiera un payaso posta entre los candidatos… un payaso… tipo Michel Colucci…

Nadie responde. Ante el silencio, mi amigo pregunta cómo no conocemos a Michel Colucci. La siguiente hora y media nos la pasamos hablando de política. Claro que ahora no tan deprimidos, sino riéndonos de este payaso punk que intentó llegar a la presidencia de Francia y no estuvo tan lejos de lograrlo.

 

Las elecciones presidenciales del año 1980 estaban picantes: Francia atravesaba un bajón económico debido a las dos crisis del petróleo, el desempleo era peor que nunca y el presidente Valery Giscard d’Estaing volvía a postularse a pesar de tener una imagen política muy desprestigiada. En ese contexto es que el humorista Michel Colucci decide candidatearse a las elecciones presidenciales, buscando ganar con el extraño voto de todos los excluidos. En sus discursos de campaña aclaraba: “Llamo a los buenos para nada, a los vagos, los sucios, los drogados, los alcohólicos, los maricones, las mujeres, los parásitos, los jóvenes, los viejos, los artistas, las bolleras, los presos, los aprendices, los negros, los peatones, los árabes, los franceses, los melenudos, los locos, los travestis, los excomunistas, los abstencionistas convencidos y todos los que no cuentan para los políticos”. El humorista parecía querer decir que se quedaba con las sobras, que el resto se lo llevaran los demás. Lo llamativo fue que en las encuestas de intención de voto sacaba un 16%.

Al principio el payaso fue tomado como un chiste, una perfomance, un gag de uno que solo busca escupir a las instituciones y al poder. Es que Colucci buscaba roña, no era un actor cómico que pasaba a hacer el papel de persona seria de traje y corbata para así tratar de convencer a los votantes que era alguien firme y respetable. Los ejemplos de su propuesta están documentados: con el mismo vestuario de enterito y tiradores con el que se subía a los escenarios a hacer reír encaraba al electorado, con el mismo lenguaje sórdido –una de sus máximas era “Siempre grosero, nunca vulgar”– salía a decir sus discursos de campaña. Se cuenta que al ser invitado a cenar por el Ministerio de Agricultura de Francia, entró a al evento saludando: “Hola, pajeros”, y se pasó la noche fumando porro. La historia es incomprobable, lo que importa es el símbolo del bufón disruptivo que coquetea con quienes tienen poder.

 

¿De dónde había salido este tsunami de la comedia y la política? ¿De dónde venía un candidato que parecía haber inventado sus propuestas mirando ese capítulo de Alf en el que el de Melmac sueña con ser presidente? Michel Colucci –después cambiaría su nombre artístico a Coluche– era el hijo de un inmigrante italiano pintor de brocha que murió cuando él era chico, pasó su infancia viviendo en una pieza con su madre empleada en una floristería. A los catorce había dejado de estudiar y empezó a trabajar de cualquier cosa (uno de sus chistes decía: “Fui aprendiz catorce veces, creo, en oficios distintos, y nunca llegué a aprender del todo ninguno”). Al volver del servicio militar obligatorio, decidió probar suerte como comediante y descubrió que hacer reír era lo suyo. Antes de candidatearse a presidente de su país, ya había organizado los Restaurants du cœur (Restaurantes del corazón) y una propuesta una ley para eximir de impuestos a las donaciones destinadas a alimentar a quien lo necesitara. Esta ley se llamó “Ley Coluche”, y los comedores siguen funcionando muchos años después de su muerte.

Al final, ese que con el eslogan “Azul, blanco y mierda” había quedado en tercer lugar entre los candidatos presidencialistas, quien con discursos de campaña en los que decía que más vale votar a un boludo y no a uno que te toma por boludo había ganado el apoyo de aristas y pensadores como por Pierre Bourdieu, Gilles Deleuze y Félix Guattari, terminó abandonando sus ganas de sentarse en el sillón presidencial francés. Al volverse un personaje de verdadero poder, salieron a la luz algunos problemas menores con la ley, y desde el Ministerio de Interior llegaron órdenes para que se lo investigara seriamente. Dijo que estaba harto de la política e invitó a sus seguidores a que votaran a François Mitterrand, el candidato de izquierda que ayudó a que ganara. Cinco años después de su fugaz paso por la política, moriría en un accidente de tránsito que los fans de las teorías conspiracioncitas dicen que fue de todo menos un accidente.

Se cuenta que al ser invitado a cenar por el Ministerio de Agricultura de Francia, entró a al evento saludando: “Hola, pajeros”, y se pasó la noche fumando porro. La historia es incomprobable, lo que importa es el símbolo del bufón disruptivo que coquetea con quienes tienen poder.

Al salir del café con mis dos amigos, armamos un grupo de WhatsApp donde nos compartimos imágenes, frases, videos y chistes de este payaso de altísimo vuelo. Nuestra emoción dura una semana, al final terminamos googleando tanto sobre política francesa que llega hasta nosotros la información de que en las elecciones de 2022 uno de los candidatos más fuertes es Éric Zemmour. De ultraderecha, islamofóbico y con dos condenas por odio racial, las encuestas dicen que un 70% de la población francesa podría llegar a votar a este candidato que no duda en decir que debería prohibirse poner nombres que no sean en francés. Las propuestas políticas radicales se transformaron: de un payaso contracultural que buscaba incluir a los más excluidos, a la de un nacionalista extremo que quiere sacar a los que insiste con que no son lo que tienen que ser. Es un gran momento para decir que se dio vuelta la tortilla.

Unos meses después, el grupo de WhatsApp sigue existiendo. Muy cada tanto alguien manda al grupo frases sueltas de Coluche, todos respondemos con unos jajajaja. Nadie se pregunta qué pasó para que cambiaran tanto las cosas, pero todos pensamos en eso. Mi amigo, el que nos hizo conocer a Coluche, es el primero en abandonar el grupo. Al irse deja caer un “Fue lindo mientras duró”. Parece un chiste de ese que nos gustaba tanto, pero no lo es.

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