El 22 de julio de 2011 el neonazi noruego Anders Breivik realizó dos atentados consecutivos: primero una bomba en la sede del gobierno y luego una masacre con armas de fuego en la isla de Utøya donde se realizaba un campamento de verano de la rama juvenil del Partido Laborista. Antes de iniciar sus atentados, mandó por correo electrónico a más de mil direcciones un texto de 1500 páginas en las que denuncia el “marxismo cultural”, la inmigración islámica, y aboga por “la restauración del patriarcado”. También subió un video a YouTube promoviendo la violencia contra la izquierda y el islam. Sus ataques causaron 77 muertes y dejaron más de 300 personas heridas.
El 15 de marzo de 2019 el australiano Brenton Harrison Tarrant disparó contra los asistentes a dos mezquitas distintas en Christchurch, Nueva Zelanda. Antes del ataque publicó un manifiesto racista en sus redes sociales, y el primer ataque fue transmitido por Facebook. El saldo fue de 51 muertos y 40 heridos.
El 14 de mayo de 2022 el autoproclamado “supremacista blanco” Payton S. Gendron abrió fuego contra los clientes de un supermercado en un barrio mayormente negro de Buffalo, estado de New York. La masacre fue transmitida por Twitch, y también distribuyó su propio manifiesto en el que denuncia “el plan judío para reemplazar a la raza blanca” y declara estar inspirado por figuras como Breivik y Tarrant. La masacre de Buffalo dejó 10 muertos y 3 heridos.
Como todes sabemos, el jueves primero de septiembre Fernando Andre Sabag Montiel intentó disparar dos veces a la vicepresidenta Cristina Fernandez de Kirchner. Si bien por suerte esta vez no hay víctimas que lamentar, el agresor nuevamente está vinculado a la extrema derecha (con no menos de tres tatuajes con simbología asociada al nazismo y grupos de odio). Y si bien en este caso no tenemos un manifiesto o un video, podemos imaginarnos muy fácilmente un circuito que podría haberlo llevado a la radicalización fascista. Desde personajes de las redes como Danann o Agustín Laje, de los medios como Viviana Canosa, o incluso ya de la política partidaria como los diputados Javier Milei o Victoria Villaruel.
Es cierto que en general estas personas no son parte de una organización que planifica ataques a gran escala, pero si son parte de redes de odio que pueden darle las herramientas para que esta persona eventualmente se autoasigne esa misión.
Por supuesto, ninguno de estos personajes le dio la orden a Montiel de disparar contra Cristina. Es más, puede que no consuma a todos, pero forman parte del mismo sistema de radicalización. A través de citas, colaboraciones, entrevistas y la acción de los propios algoritmos de las redes es altamente probable que quien consuma los contenidos de uno de estos termine haciendo lo mismo con los demás. Lo que importa es que estos y otros actores producen un caldo de cultivo propicio para la aparición de extremistas violentos.
Desde 2018 aproximadamente en los estudios sobre terrorismo vienen trabajando la idea de “terrorismo estocástico”. Lo que antes se consideraba un “ataque de lobo solitario” (como aquí se dijo que Montiel era “un loquito suelto”) hoy se entiende como parte de un sistema mayor. Es cierto que en general estas personas no son parte de una organización que planifica ataques a gran escala, pero si son parte de redes de odio que pueden darle las herramientas para que esta persona eventualmente se autoasigne esa misión. A grosso modo, si convencés a suficientes personas (y a las personas correctas: por algo generalmente son varones de bajos ingresos y en una situación de soledad desesperante) de que algún grupo conspira en su contra (sea un entramado judeomasónico, el islam, “el nuevo orden mundial”, la “ideología de género” o frecuentemente una combinación de estos), es esperable que ALGUNO decida tomar cartas en el asunto. Al fin y al cabo, esos zurdos empobrecedores no van a reventar solos.
Este proceso de radicalización se produce fundamentalmente a través de Internet. Por un lado, con actividad en redes sociales abiertas, pero también en foros y comunidades cerradas. Algunas son explícitamente políticas (como Stormfront en EEUU y el abandonado foro El Nacionalista por nuestros pagos) pero en general son más efectivos los espacios que pueden negar su naturaleza y esconderse detrás de fandoms (videojuegos, anime, comics) o simplemente de humor. Un ejemplo de este último tipo es Kiwifarms, un foro cuya “gracia” es recopilar “doxx” (información privada: nombres, dirección, teléfono, números de documento, etc.) de personajes de internet que por algún motivo les parecen risibles. Sus blancos predilectos son personas trans, feministas y neurodivergentes. Y si bien siempre sostuvieron que el único motivo del foro era recopilar información, toda persona que fue su objetivo tuvo que enfrentarse a la consecuencia obvia de que su información personal se publique en un antro lleno de ultraderechistas: acoso violento desde llamadas intimidatorias o amenazas hasta violencia física y/o abuso sexual. Hay por lo menos tres suicidios registrados que se vinculan directamente con estas campañas de hostigamiento.
La última víctima de alto perfil de este antro fue Clara Sorrenti, una streamer trans y varias veces candidata legislativa del Partido Comunista de Canadá, más conocida como Keffals por su nombre en Twitch. El 5 de agosto de 2022 Keffals fue víctima de un “swatting”: una falsa denuncia hizo que su casa fuera allanada y ella terminara detenida. Tras su liberación, Keffals se mudó secretamente a un hotel para evitar nuevos ataques. Sin embargo, el 17 de agosto fue nuevamente acosada: los trolls habían descubierto cual hotel la alojaba por una foto del gato de Sorrenti en la que se veían las sábanas del hotel. Si, se tomaron el trabajo de investigar qué sábanas usa cada hotel de London, Ontario. Pocas horas después comenzaron a llegar a su habitación decenas de pizzas que nunca pidió, como manera de hacerle saber que su anonimato se había terminado nuevamente.
La respuesta de Keffals fue por partida doble. Por un lado, anunció que se mudaba “a Europa”, sin dar más precisiones. Por el otro, comenzó una campaña de acoso legal a Kiwifarms y a todas las empresas que le permitían seguir funcionando al sitio, comenzando por Cloudflare, uno de los mayores proveedores de infraestructura del mundo. Si bien originalmente la respuesta de Cloudflare fue negativa, defendiendo la libertad de expresión, tuvieron que recular cuando los usuarios de Kiwifarms descubrieron y publicaron la nueva ubicación de Keffals en Belfast, Irlanda del Norte, y realizaron amenazas de bomba a distintos restaurantes a los que su víctima podía estar yendo. Hizo falta que la situación escalara hasta un incidente terrorismo internacional para que le soltaran la mano a este foro que sólo hacía “pop, pop para divertirse”, como decía Micky Vainilla.
Desde hace unos días el estado de Kiwifarms es intermitente, mudándose de servidor y de dirección según qué proveedor acceda a darle de servicio. Y si bien sus usuarios siguen conectados a través de grupos de Telegram, sólo pueden alcanzar al público más dedicado. Sus lectores casuales se pierden en el éter, y la repercusión mediática del caso volvió tóxica su marca.
Pero otros actores similares siguen en pie. La cuenta de Twitter @libsoftiktok, por ejemplo, es una máquina de propagar discursos de odio. Y entre su más de un millón de lectores hay gente peligrosa. En más de una ocasión ha “denunciado” actividades del colectivo LGBT+, que prontamente son atacadas por grupos fascistas como el Patriot Front o los Proud Boys. En los últimos meses, tras afirmar (falsamente) que en el Hospital de Niños de Boston se realizan cirugías pediátricas de reafirmación de género (algo que no sucede ni ahí, ni en ningún lugar), la institución ha recibido acoso y amenazas (de muerte, e incluso de bomba) de militantes de derecha. Por supuesto, la administradora de Libs of Tik Tok afirma que “repudia todo hecho de violencia” cada vez que algo así sucede, pero en los hechos actúa como brazo de inteligencia de la derecha armada.
Este proceso de radicalización se produce fundamentalmente a través de Internet. Por un lado, con actividad en redes sociales abiertas, pero también en foros y comunidades cerradas. Algunas son explícitamente políticas (como Stormfront en EEUU y el abandonado foro El Nacionalista por nuestros pagos) pero en general son más efectivos los espacios que pueden negar su naturaleza y esconderse detrás de fandoms (videojuegos, anime, comics) o simplemente de humor.
Estos ejemplos pueden parecer lejanos, pero no es tan distinto de lo que pasa acá. Pasó menos de una semana desde que legisladores de derecha dijeran “son ellos o nosotros” como Ricardo López Murphy (Republicanos Unidos – CABA) o que pidieran pena de muerte para la vicepresidenta como el diputado Francisco Sánchez (PRO – Neuquén), y que un “loquito suelto” decidiera accionar por mano propia. Y tenemos más antecedentes, como los ataques a locales partidarios en Bahía Blanca, el incendio del hotel Gondolin o los ataques a los que fue sometido el Maricafé a principios de 2022.
La situación es delicadísima. Por un lado, hay que reconocer que penalizar el discurso presenta ciertas complejidades (incluso, una ley demasiado estricta podría generar que se dificulte la discusión SOBRE discursos de odio). Pero al mismo tiempo, está claro que algunos actores políticos disfrazan de “información” o “humor” instrucciones levemente veladas para quien quiera tomarlas. En la era de las redes y la descentralización, lo que otrora hubiera sido una jerarquía de la violencia ha sido reemplazado por una organización horizontal que puede rápidamente repudiar las acciones de uno de sus actores que haya caído en desgracia. Una red distribuída, que realiza sus acciones a la vista del mundo en vez de comunicarse por canales confidenciales. Porque al final del día, todo vale mientras se pueda decir que son, alterando levemente la frase de Micky, “posts, posts para divertirse”.