Estábamos en medio de una gran transformación, el libro en papel iba a desaparecer. Las ventas en formato físico tendían a estancarse y el libro digital crecía en producción y en ventas. Este tipo de afirmación circuló de manera ininterrumpida durante los últimos diez años en diferentes países. En los que habían llegado primero a esa “revolución cultural”, como Estados Unidos e Inglaterra, pero también en España, Francia y algunos países de América Latina. Lo cierto es que desde 2017 en adelante este gran relato del progresismo tecnológico parece haber terminado.
Hace apenas 6 años, en 2012, todos los estudios de mercado “demostraban” que las ventas de e-readers, tablets y otros tipos de smartphones con pantallas cada vez más amplias no paraban de crecer. El libro en papel pronto sería parte del pasado y la mutación de formato lanzada mucho antes en Estados Unidos se impondría primero allí para luego derramarse sobre el resto del mundo.
Sin embargo, esa ilusión se esfumó. Las cifras que aportan los estudios que trabajan sobre consumos culturales globales demuestran que durante 2017 y 2018, de manera constante, las ventas de libros en papel aumentaron en todo el mundo y las de libros digitales cayeron. Y se trata de un fenómeno que no solo toca a los países de Europa continental, donde el libro digital nunca terminó de superar el 5% de las ventas en promedio, sino también a Inglaterra y Estados Unidos, donde llegó a representar cerca del 30% del mercado.
Desde ya, en Argentina el libro digital tampoco representa un porcentaje significativo de las ventas. Pero además, la crisis económica y la devaluación que arrastra a un mercado del papel dolarizado y cartelizado, han conducido al peor de los mundos: libros cada vez más caros e inaccesibles, derrumbe brutal del consumo y ventas que este año han caído un 35% promedio de acuerdo a las cifras que avanzan editores y libreros de nuestro país.
La revolución traicionada
¿Pero por qué a nivel mundial el libro en papel revive y el digital se derrumba? Los millenials, la generación nacida entre 1980 y 1996, se comportó de una manera inversa a la que las empresas tecnológicas preveían. De acuerdo a la última Nielsen Book Research, que analiza las ventas de libros y los comportamientos de los lectores a nivel global cada año, la caída de las ventas de libros digitales y la vitalidad renovada del libro papel se debe a que “los jóvenes utilizan al libro impreso para descansar de las pantallas y de las redes sociales”. Y la burbuja que preveía un boom de ventas de readers se estancó desde hace tres años.
El informe de la consultora, que cruza estadísticas y datos sobre el mercado del libro en más de 100 países, permite sacar además algunas primeras conclusiones. Tanto los líderes del mercado del libro digital, por intereses comerciales, como la prensa cultural tendieron a leer el fenómeno del libro digital de manera lineal. Como si los cambios tecnológicos implicaran necesariamente que una práctica nueva lleva a la desaparición de una precedente. Una especie de darwinismo tecnológico que tendía a oponer tecnófilos versos tecnófobos.
En realidad, el estudio de las tendencias de la última década, tanto en materia de ventas, descargas y hábitos de lectura, permiten empezar a comprender una realidad bastante más compleja. Para ser justos, no podríamos hablar tampoco de la muerte del libro digital. Sin dudas el formato papel ya no es el único formato de lectura de libros, sino que convive con otros soportes no solamente digitales. Ni que hablar de la prensa, donde la irrupción de la lectura digital sí es avasallante.
Además, al analizar las cifras en detalle se advierte en los estudios de Nielsen que en algunos subgéneros la lectura en soporte digital sigue avanzando a paso firme. Por ejemplo, en literatura romántica y literatura para adolescentes –especialmente en las sagas de estilo fantasy. Un mundo aparte es el terreno de la autoedición, que no deja de crecer y es un excelente caldo de cultivo para que las empresas tecnológicas de promoción y distribución de contenidos aprovechen el narcisismo o el deseo de publicar de los autores nóveles para llenarse los bolsillos con una inversión que, a escala, es irrisoria.
Volver al futuro
Otras de las pistas que aparecen en los trabajos más recientes en materia de innovaciones tecnológicas, que impactan en los modos y hábitos de lectura, comienzan a advertir el potencial de desarrollo de los formatos híbridos. Es decir, no de libros digitales que simplemente hacen una trasposición del formato papel a una pantalla, sino de libros que podemos leer en una tablet, por ejemplo, pero al mismo tiempo, como si fuera una sobreimpresión, nos acompañan con la música que ilustra o complementa lo que sucede en el texto.
O bien, la lectura podría verse interrumpida en determinados momentos por la irrupción de un video, al que quizás la novela estaba haciendo referencia, etc. Es decir, que no se trataría de una simple mutación de soporte sino de exploraciones literarias de los propios escritores ante las posibilidades de ensanchar los límites creativos de la palabra impresa en combinación con otros formatos.
Quizás, pero por ahora es mera especulación, la revolución no será la del pasaje de la lectura en papel a la lectura digital, sino justamente la aparición –complementaria- de los “libros”, y no de los lectores, nativos digitales.
Ilustración: Olivia Mira