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Habemus Balcarce: el perro presidencial te cuenta las razones por las que Francisco le subió el pulgar al frente anticambiemita y las puteadas en la Rosada

Dicen que no es por costos, sino por vértigo. Lo cierto es que nunca me subieron a los aviones privados que usa Mauricio con Juliana para sus giras en el exterior. Ni a los aviones oficiales Tango, ni a los chárters. Pero siempre sé cuál fue el resultado de un viaje cuando regresan. Lo mismo perciben todos en la Casa Rosada: al presidente le encanta viajar, pero cada vez le cuesta más la vuelta, porque por cada elogio en el mundo hay una puteada de local.  Eso sí, de todas las “misiones” al exterior, las únicas que no registran cambios son las visitas a Roma para encontrarse con el Papa Francisco.

 

El génesis

Las caras de orto que exhibe Bergoglio en cada foto oficial no son poses. Dicen que el viejo arzobispo porteño le dice a Mauricio lo que piensa en la cara. Y nada de lo que le espeta es bueno. Todas son pálidas y críticas sobre lo que está haciendo.

Le dice que se está vengando del peronismo y que no hace falta ser un experto para darse cuenta de las consecuencias del ajuste que está aplicando. Como no es un hábil conversador, Mauricio trastabilla en privado y no logra contradecirlo. A lo sumo le insiste con que no es así, que tiene una mirada diferente y trata de entregarle alguna prueba de lo que dice.

Durante estos tres años el único consuelo para Mauricio en cada regreso es el que le obsequió Jaime Durán Barba en público: “El Papa no mueve más de diez votos en el país”. Ese pañuelo de lágrimas data del cierre de campaña presidencial de Macri en 2015, en Jujuy. Por esos días sonó a un desafío innecesario, lanzado pocos días antes del balotaje.

Si Cambiemos perdía, la osadía del ecuatoriano habría recibido un duro castigo, pero la cosa no pasó a mayores porque llegamos a la Casa Rosada, Mauricio como Presidente y yo como el primer perro de la historia nacional que se sienta en el Sillón de Rivadavia.

Aquel placebo de Jaime funcionó para el balotaje, para las elecciones legislativas del año pasado y para mojarle un poco la oreja a Francisco, que no se banca en privado a Mauricio desde que eran vecinos en la Plaza de Mayo. Desde que el PRO llegó a la jefatura de Gobierno porteña, Mauricio tuvo que convivir con Bergoglio, que por entonces vivía a dos cuadras, en el 400 de Avenida Rivadavia, a pasos de la Catedral Metropolitana.

Los recuerdos de Francisco sobre esos días no son los mejores. Todavía repasa las charlas donde Mauricio le daba más bola a su celular que a él y, sobre todo, la puñalada trapera de no haberle dicho que iba a legalizar la unión civil, antesala del matrimonio igualitario que promovió Néstor Kirchner.

 

Jijiji

Macri estuvo convencido durante estos años de aquel calmante electoral de Jaime. Pero el hechizo comenzó a deshacerse la semana pasada con la marcha sindical a Luján, que encabezó el obispo de Luján – Mercedes, Agustín Radrizzani. Ese cura parecido al Indio Solari, tan cercano a Francisco como distante de Mauricio.

Apenas comenzaron las gestiones de la CGT y de una parte del PJ, Marcos fue informado de los movimientos por uno de sus secretarios preferidos: Alfredo “Frechu” Albriani, titular del área de Culto de la Cancillería, que tenía el mismo cargo en la Ciudad. Dicen que Francisco lo recuerda con afecto porque era el mediador con Macri, pero también le ha dicho en la cara las mismas críticas que le enrostró al presidente.

De hecho, después de esas críticas “a cara de perro” vino el frío papal para Frechu. Posiblemente será peor cuando sepa que el joven morocho que tanto valora fue el primero en advertirle a Marcos de la movida de la CGT para marchar hasta Luján.

Así como Bergoglio critica a Macri, a Peña directamente lo desprecia. Lo considera el máximo responsable de la distancia que tiene con la Argentina y el promotor de “operaciones en su contra”, que el viejo jesuita no está dispuesto a perdonar. Parte de esa vendetta, en clave política, se encuentra en los giros de la Iglesia contra Macri, que ahora bendice sin secretos la unidad de un arco opositor.

Cerca de Marquitos siguen convencidos de que “la venganza de los ancianos” moverá tan poco el amperímetro electoral como los vaticinios de Jaime antes del balotaje de 2015. Pero esa pared de un muro político que Cambiemos no pudo sortear todavía ahora se traslada de las sotanas a los viejos aliados peronistas del clero.

Tan grande es esa muralla, que Mauricio no piensa viajar más al Vaticano. No sólo para no volver con más pálidas que las que recibe acá, sino para evitar que “el viejo” lo hiera públicamente, y que ese cachetazo le complique aún más la reelección.

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