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Balcarce te cuenta la llegada de un Durán Barba canadiense a la Rosada, las desventuras del virrey Dujovne y la doble vida de los funcionarios que se crean cuentas de twitter truchas para trolear opositores.

Pocos argentinos fueron besados por Christine Lagarde, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional. Es cierto que desde su primera visita a Buenos Aires, en marzo pasado, la lista fue creciendo, pero los argentinos besuqueados siguen siendo pocos. Además, la saliva de las mentiras tiene otro precio en la memoria de Madame. Uno de los primeros en recibir el apretoncito de sus manos huesudas y el beso con rouge fue Nico Dujovne, cuando se mostraron en la Universidad Torcuato Di Tella en marzo de este año.

Ella, muy suelta de cuerpo, aseguró con Nico a su lado: “No vine para negociar ningún programa del FMI. No estoy acá para prestar. La Argentina no lo necesita”. Dos meses después, Mauricio pidió auxilio a gritos y lo mandó de urgencia a Washington con M&Ms de freeshop. Cuando el ministro llegó por primera vez a las oficinas del Fondo, la parisina le dio otro beso, lo miró con rostro amable pero severo y le sonrió como si se hubiera encontrado con un viejo cómplice de trampas.

Así y todo, nada impidió que Christine la recordara el olor a tango de la delegación enviada por Mauricio. “Estás corto de mujeres” le recriminó, porque no había una sola mujer en ese mejor equipo que había llegado para suplicar por primera vez después de 15 años.

 

Pagni y a la bolsa

Toda esa epopeya de brillantina es casi como una serie de aventuras para Mauricio. Le encantan las anécdotas, los chistes y la soltura con la que Nico se desenvuelve para seducir a la burocracia del Fondo. Para darle un tono décontracté a los sobresaltos que afronta Madame desde que firmaron un primer crédito y al toque pidieron ampliarlo, con apenas dos meses de distancia.

Por esa capacidad para bailar el minué del endeudamiento más grande que haya otorgado el Fondo, a Nico le dicen el “Virrey”. Para lograrlo se ha transformado en el delegado en Buenos Aires de la Cristina buena, que ahora ya le embutió una base de técnicos dentro del Banco Central. Más en Los Abrojos que en la Rosada, pude escuchar que una de las cosas que más sedujo a Mauricio para nombrar a Dujovne fue su capacidad para explicar lo que había que hacer desde la tele.

Marquitos evita que Mauricio consuma información que le haga mal y también lo cuida de la tele, pero el programa Odisea, que Nico conducía con Carlos Pagni, era un “permitido presidencial”. Como a buena parte del gabinete, a Mauricio le gusta ver esa versión moderada de Pagni, tan distinta al lobbista que hace reuniones en su casa para bajar línea. Y al lado por ese entonces estaba Dujovne, explicando lo inexplicable, burlándose socarronamente de un imposible regreso al Fondo y dando cátedra de lo que había que hacer.

Ya nadie lo recuerda, salvo los que rememoran su llegada a la Casa Rosada desde el escenario de TN. No es un poroto en contra, más ahora que tiene poder y atributos de virrey. Nico aporta lo suyo, y así como comunicaba desde la tele, ahora explica el ajuste. Y lo hace con optimismo, gracias a un coacheo tan intenso como el que ejercita Mauricio para pronunciar bien articulado y que se le entienda.

 

¿Jaime pide cambio?

Las sesiones de buena onda para el ministro de Hacienda son parte de una política de Estado, implementada desde que Dujovne empezó a tener problemas estomacales por los nervios, los viajes, las dudas de Macri y las internas que multiplicó para limarlo, hasta que se dio cuenta de que podía matar a la gallina de los huevos de oro.

Golpeado por el dólar, la inflación, los precios, pero especialmente por las idas y vueltas de Mauricio, Dujovne empezó a palidecer y a contestar las preguntas de la prensa como un testigo falso que suda ante el juez. Para salvarse de la picadora, Nico ejercita la línea de optimismo que vende el psicólogo experimental y científico cognitivo Steven Pinker.

Este canadiense es docente en Harvard y nadie sabe todavía cuánto cobra, pero hace un mes fue recibido por Macri y Marcos Peña. La cita data del 11 de septiembre y los tres compartieron sus coincidencias sobre los enemigos del cambio: los populistas, que están del lado oscuro de la historia; y los periodistas, que tienen el morbo puesto en lo negativo.

Casi una réplica de las frases que repiten los funcionarios de Cambiemos que eligen la osada doble vida que les pide Mauricio: defender la gestión con su nombre y defenestrar al enemigo hasta aniquilarlo con alguna cuenta apócrifa de Twitter para trolear a troche y moche. Es el “efecto doctora Pignata”, que le adjudican al rechoncho Lombardi, y se repite asiduamente en el funcionariado de Balcarce 50. Encima, los más inexpertos no se acuerdan de cambiar de usuario y liberan su veneno bajo identidades que no tienen nada de encubiertas.  

Pero las frases de Pinker no son para trolear enemigos, sino para defender el cambio y Nico lo hace a pie juntillas. Para cumplir con su parte, para honrar con hidalguía la innoble tarea de mentir y hacerlo bien.

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